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¿Cómo es el hombre más buscado por la policía de Madrid?

Un análisis criminológico de las actuaciones del pederasta que ha secuestrado a dos niñas y sembrado el pánico en la ciudad arroja datos sobre su perfil

Patricia Ortega Dolz
Fachada de la tienda en la que fue secuestrada la niña china de seis años.
Fachada de la tienda en la que fue secuestrada la niña china de seis años. Carlos Rosillo

Un hombre sin rostro tiene aterrorizada a la capital de España. Ha actuado al menos dos veces en los últimos tres meses, el 10 de abril y el 17 de junio, que se sepa. Ha secuestrado, drogado y abusado sexualmente de dos niñas de nueve y seis años y fracasó anteriormente en su intento con una tercera, según fuentes policiales. Todas en la misma zona. ¿Quién puede ser ese sujeto abyecto que mantiene en jaque a más de 125 agentes en Madrid y a centenares de familias de la zona del distrito de Ciudad Lineal? ¿Cómo es el pederasta? Un análisis de los hechos conocidos desde un punto de vista criminológico permite dibujar un perfil psicológico del tipo más buscado de la ciudad.

Aunque la policía no ha podido elaborar aún un retrato robot debido a las contradicciones de los testimonios de las víctimas y de los posibles testigos, su modus operandi sí puede arrojar algunas pistas. Lo primero que llama la atención es que, pese a que los estudios indican que los pedófilos suelen ser personas “con una personalidad inmadura, con problemas de relación, baja autoestima con fuertes sentimientos de inferioridad” y que, por lo general, suelen ser sujetos reservados y solitarios, una atenta observación del llamado caso Candy rompe con ese modelo a ojos de los criminólogos.

Menor de 40 años, vive solo, no es “un raro” y puede tener familia y amigos 

Por ejemplo, el hecho de que, una vez realizadas sus tropelías, haya abandonado a las niñas en un radio lo suficientemente lejano para evitar ser reconocido pero lo bastante cercano como para facilitar la rápida atención de las pequeñas, revela dos cosas importantes. “La primera es que el secuestrador no lleva a cabo una violencia más allá de la necesaria para su satisfacción sexual; no es un asesino de niños y no quiere correr el riesgo de que sufran algún percance posterior. Esto implica que presenta todavía una cierta capacidad moral y empática, probablemente más que suficiente como para tener una relación normal con sus vecinos y familiares”, considera el profesor de Criminología de la universidad de Valencia, Vicente Garrido, que se atreve a interpretar los hechos con todas las cautelas del mero observador. “Lo que quiero decir es que en este caso, a diferencia de otros, yo no destacaría tanto el perfil marginado o solitario del agresor, no debe parecer un “bicho raro”.

Se sabe que merodea a sus víctimas, las engatusa a plena luz del día —concretamente en los alrededores de las tiendas de golosinas o los parques, donde están más relajadas, menos alerta— y se las lleva en un coche a un lugar en el que perpetrar esos abusos solo, sin ser visto, por lo que debe contar con un sitio con entrada y salida seguras, probablemente no demasiado lejano porque en ambos casos las ha retenido durante cuatro o cinco horas. “Cualquiera tiene un coche, lo único que revela esto es que no es un indigente, pero tampoco alguien con mucho dinero”, argumenta Garrido.

Tiene tiempo libre, quizá antedentes, consume pornografía y no es adinerado
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Se trata de un pederasta que corre un riesgo importante, puesto que supuestamente realiza previamente una actividad de cruising —vagabundea con el coche—. Eso implica que tiene tiempo libre y “descarta a alguien con mucho dinero o poder”, concluye Garrido. Además, esos comportamientos de riesgo —muy infrecuentes comparados con el típico abuso infantil, que emplea el grooming y la complicidad, o la privacidad del hogar— se asocian a la juventud. Estudios, criminólogos y policía coinciden: “Probablemente tendrá menos de 40 años”.

Observa atentamente a sus víctimas, hasta el punto de ser capaz de llamarlas por su nombre, como ocurrió en el caso de la primera niña, a la que presuntamente engañó diciéndole que su madre la llamaba para algo. Según los expertos, en el momento de captación de un menor la clave es pasar desapercibido.

“Dada la edad de las pequeñas, y el hecho de que el secuestrador actúa a plena luz del día, el método elegido es el mejor, el que supone menos riesgo. Si llevara a cabo un comportamiento violento o súbito, como coger a la niña y correr, se expondría mucho más a ser identificado. Esto explicaría aquel secuestro en grado de tentativa, cuando una de las niñas habría escapado: si el momento de la captación fracasa, todo se va al traste. “Es primordial para él una cierta familiaridad con sus víctimas, conocer de vista a las niñas, haberse dado alguna vuelta cerca para poder escuchar su nombre y ver el grado de control que hay sobre ellas... El resto es apelar al sentido de obediencia que tiene todo niño de esa edad y a su ingenuidad en lo que puede esperar de los adultos”, infiere Garrido.

Hay un aspecto también determinante a ojos policiales. Es el hecho de que el agresor narcotice y bañe a sus víctimas después de abusar de ellas. Desde un punto de vista criminológico eso es revelador porque indica que el sujeto en cuestión presenta lo que se denomina “conciencia forense”. Es decir, sabe que la interacción de un sujeto con otro deja rastros mínimos que pueden ser definitivos para condenarlo. Por tanto, no se trata de “un mero marginado sin estudios o con deficiencias intelectuales notables”.

En opinión de Garrido, no obstante, “sigue siendo alguien con un perfil más bien bajo; alguien que tiene una gran urgencia por sentir el sexo infantil”. No hace distinción de raza, puesto que una de las niñas era de nacionalidad china y su único criterio de selección es ser una niña.

Hablamos de un tipo que se juega la libertad de muchos años para lograr su objetivo. “Deberían poder encontrarse antecedentes de abuso previos; si no los tiene es porque no fue detectado, pero resulta difícil creer que un pedófilo se inicie con actos tan arriesgados”, comenta Garrido. La policía tiene registradas 12 denuncias entre marzo y mayo de chicas por intento de rapto, violación o agresión sexual en la Comunidad.

En conclusión, ¿Cómo puede ser este pederasta? Pues podría tratarse de un varón menor de 40 años, que viva solo, desempleado o con un trabajo por horas, con antecedentes de desviación sexual (aunque no conste en registros oficiales de la policía o juzgados), que realice trabajos poco cualificados; un sujeto con autocontrol y con cierta empatía, no un paria. Podría tener un núcleo de amigos o familia, aunque no viva con ellos. Dispone de un sitio con entrada y salida seguras. Probablemente habrá consumido abundante pornografía infantil en Internet y llegó un punto en el que tuvo la necesidad de pasar a la acción, es decir, pasó de ser un pedófilo a un pederasta.

Convertido en una espantosa celebridad es imposible predecir su comportamiento futuro. “Sabe que la policía está detrás de él y los vecinos en alerta”, dice Garrido. ¿Se desplazará hacia otros lugares? ¿Se mantendrá inactivo? “Son preguntas que ahora no se pueden responder”.

Como si se tratara de un juego

F. J. Barroso

Uno de los principales retos a que se enfrenta la policía es sacar toda la información a un menor que ha sufrido un delito, como un secuestro o un abuso sexual. Los agentes destinados al Servicio de Atención a la Familia (SAF) del Cuerpo Nacional de Policía o al Equipo de Mujer y Menor (Emume) de la Guardia Civil suelen ser especialistas en estas tareas, que requieren de mucho tiempo y mucha paciencia para que el niño se abra al agente.

De lo primero que tienen que huir los agentes es del uniforme y del arma. Ambos impresionan y suelen bloquear a los pequeños. La forma óptima de hacerlo consiste en sentarse con ellos de forma que sus padres estén presentes pero que no les vean directamente. Es decir, de manera que los progenitores estén de espaldas. Así no se sentirán mediatizados por ellos ni verán las reacciones de los adultos por las cosas que vayan diciendo.

A partir de ahí, lo que sería un interrogatorio en el caso de adultos se convierte en la llamada exploración del menor. Debe hacerse con las máximas garantías para no influirle lo más mínimo. Solo de su testimonio totalmente espontáneo surgirán todos aquellos detalles y pruebas que permitan detener al delincuente.

La forma más habitual es iniciar un juego, de forma que el pequeño se sienta cómodo. A veces es necesaria más de una sesión, de forma que el menor gane confianza y se suelte cada vez más hasta facilitar detalles que en una primera entrevista puedan quedar relegados a un segundo plano o de los que no se acuerde la víctima. Si se puede, se acude incluso a su vivienda, aunque no es lo normal dada la rapidez de los casos para intentar detener al autor.

“A veces nos sentamos con ellos en el suelo y, si logramos que esté cómodo con nosotros, decimos a los padres que se marchen de la habitación”, reconoce una especialista. Lo que no se puede hacer, bajo ningún precepto, es inducir las respuestas o hacer preguntas que el niño no entienda. “Si ve que le preguntamos por algo que ha sido muy desagradable para él, se retrae y podemos perder todo el trabajo hecho”, añade la especialista.

A veces, esta técnica de varias entrevistas no es necesaria y se evita que el pequeño tenga que pasar por un recuerdo traumático, la llamada victimización secundaria. Si se lo ha contado a alguno de sus padres, a un hermano mayor o a algún adulto en el que confíe, puede valer para detener al autor. Eso sí, no suele ser lo frecuente.

Una buena técnica es que el niño o la niña se ponga a dibujar lo que le parezca y que el policía o el guardia civil le pregunte por lo que va pintando. No en vano, muchos de estos agentes tienen formación en psicología. “Lo suyo es que se hubiera transferido una directiva que obliga a que esté presente el fiscal y un psicólogo en estas exploraciones y se graben en vídeo. Así se evitaría el tener que hacerle pasar varias veces por el mismo proceso”, destaca un mando policial.

La exploración no termina ahí. Los policías estarán en contacto directo con los padres por si el menor les cuenta algo con el transcurso del tiempo.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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