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literatura(s) e historia(s) / fronterizos

Francesc, el chocolatero

Las identidades son más fluidas y más ricas en las fronteras El límite entre Cataluña y Valencia es un buen ejemplo

Javier Rodríguez Marcos
Campos de arroz del Delta del Ebro.
Campos de arroz del Delta del Ebro. josep lluís sellart

Entre los muchos recuentos realizados en el año 2000, uno de los más curiosos fue el que llevó a varios periódicos europeos a preguntar a diversos intelectuales por el lugar más emblemático del siglo XX. Algunos propusieron Auschwitz, otros Siberia y otros Hiroshima. Alguno más, Sarajevo, por lo que tenía —entre guerra y guerra: la primera mundial, la de los Balcanes— de apertura y de cierre. El escritor triestino Claudio Magris eligió la estación espacial MIR. ¿Por qué? Porque hubo un cosmonauta que subió a ella como ciudadano soviético y bajó convertido en ruso. Cuando ese cosmonauta, Serguei Krikaliov, viajó al espacio en mayo de 1991 todavía existía la URSS. Cuando aterrizó en la estepa kazaja en marzo del año siguiente, había desaparecido. Su misión tenía que haber durado cinco meses pero duró el doble. La convulsión política y la crisis en la agencia Glavkosmos lo mantuvieron más de lo previsto a 400 kilómetros de altura. La media hora que la nave Soyuz TM-13 tardó en devolverlo a la Tierra es lo más cerca que ha estado un ser humano de viajar en el tiempo fuera de la imaginación de H. G. Wells.

Tirando del hilo de los lugares simbólicos, un buen candidato para representar algo de lo sucedido en España —o en el Estado español, según gustos— en el último año sería un pueblo de diez mil habitantes en el límite de Cataluña con la Comunidad Valenciana: Alcanar. ¿Por qué? Porque ha sido el escenario de varios terremotos: algunos reales y uno simbólico. Los reales, más de 500, se debieron al célebre Castor, el almacén de gas natural situado en aguas de Vinaròs (Castellón) pero visible desde la zona costera de Alcanar, que, por supuesto, sufrió los temblores —alguno de hasta 4,3 grados de magnitud— provocados por las inyecciones de gas bajo el fondo marino. El mar no conoce fronteras. Que la compañía Escal UGS (propiedad en un 67% del grupo ACS, presidido por Florentino Pérez) renunciara en junio a la explotación del almacén ha sido la noticia del verano, por más que la plataforma, inactiva, recuerde desde el horizonte que alguien —seguramente los que miran desde la orilla— tendrá que pagar a la compañía 1.700 millones de indemnización.

El terremoto simbólico tuvo lugar el 11 de septiembre del año pasado cuando, por ser el último pueblo de Tarragona por la costa, la cadena por la independencia terminó en Alcanar. De ahí la foto de Lluís Llach, Josep Lluís Carod Rovira y Pere Portabella tomados de la mano delante del cartel que anuncia el comienzo de la provincia de Castellón. El tramo de la llamada Vía Catalana en las Tierras del Ebro fue el que más tardó en completarse e incluso el todavía muy honorable Jordi Pujol acudió a El Perelló después de lamentar la debilidad del sentimiento patriótico de algunos habitantes de esas tierras (ahora sabemos que ese sentir es más fuerte en Andorra). Su hijo Oriol estuvo en L'Ampolla y mucha gente acudió desde otros lugares de Cataluña, conscientes de lo simbólico del lugar y, tal vez, de aquel viejo adagio que sostiene que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.

Historias líquidas

En 1705 el pueblo de Alcanar (Tarragona)apoyó a Felipe V frente al archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión al trono de España. La mayoría de la Corona de Aragón apoyó al candidato contrario. En 1714 las tropas felipistas conquistaron Barcelona.

En 1965 Trinitari Fabregat, republicano exiliado en Francia, escribió la novela Jardins ignorats para llamar la atención sobre las tierras catalanas al sur del Ebro.

El 11 de septiembre de 2013 terminó en Alcanar la cadena humana que reivindicaba la independencia de Cataluña. Este último tramo fue el que más tardó en completarse.

¿Podría atribuirse el desencuentro entre el expresident y las comarcas del Ebro al hecho de que su partido, CiU, votara en 2001 junto al Gobierno de Aznar a favor de un Plan Hidrológico Nacional que indignó a los ribereños? Zapatero lo derogó pero las protestas volvieron a la calle cuando en 2008, debido a la sequía, se diseñó un trasvase a Barcelona percibido como un ejercicio de centralismo de la capital catalana. Y es que si las Tierras del Ebro son un territorio peculiar en Cataluña, los pueblos del llamado Bajo Ebro (Baix Ebre) lo son aún más. No es casual que Jardins ignorats, la novela emblemática de Alcanar, sea, desde el título, un ejercicio de reivindicación. Publicada en catalán en 1965 por el editor barcelonés Rafael Dalmau, la novela de Trinitari Fabregat —un republicano exiliado en Francia que hoy da nombre a la maravillosa biblioteca del pueblo— es una ficción cuya ingenuidad se compensa con el certero retrato de un espacio que no deja de sorprender al protagonista: un periodista barcelonés que descubre por azar que Cataluña no termina en L'Ampolla, curiosamente, el lugar en el que pasa las vacaciones. “Eran numerosos, en efecto”, se lamenta Fabregat por boca de su narrador, “los catalanes que fijaban en el curso del Ebro los límites de Cataluña. La expresión ‘de los Pirineos al Ebro’ para designar Cataluña o para concretar la unanimidad catalana era habitual, sin darse cuenta de que más allá del Ebro había pueblos y tierras catalanas muy legítimas que podían sentirse heridas. Era una figura cómoda que la pereza de espíritu aceptaba fácilmente, pero inexacta, injusta y perniciosa. Los límites legales de Cataluña ya se han reducido bastante a lo largo de la historia y sería lamentable que se redujeran todavía más por la incuria intelectual de los propios catalanes”.

Los partidarios de arrimar anacrónicamente el ascua de la Historia a la sardina de sus intereses actuales —hay museos enteros dedicados a eso— podrían explicar el hecho diferencial canareu en un factor: en 1705 la villa, “fidelísima” desde entonces, apoyó, como otros en Cataluña, la causa de Felipe V frente a la del archiduque Carlos dentro de una guerra de Sucesión que algunos prefieren catalogar de Secesión y otros de guerra civil promovida por las potencias internacionales del momento. Reduciendo la Historia al absurdo cabría decir que lo que Alcanar celebra cada 11 de septiembre podría ser no una derrota —la toma de Barcelona por las tropas borbónicas— sino una victoria: la que le concedió privilegios frente a sus vecinos y rivales —Ulldecona, Amposta, Vinaròs— partidarios de la dinastía austríaca. A veces, sin embargo, la geografía tiene razones que ni la historia ni la política entienden. De ahí que en las fronteras las identidades se tornen menos monolíticas, las lenguas más impuras y las costumbres más mestizas. Es decir, más ricas. Los países solo cambian de color en los mapas. Pie a tierra, todo es más promiscuo, menos trágico, menos categórico, de una riqueza y una naturalidad que no cabe en una arenga de mitin ni en un minuto de telediario.

Alcanar ha sido el escenario de terremotos reales y uno simbólico

Un extraterrestre —o uno de Cáceres— que llegara a Alcanar y se informara un poco diría que las categorías allí son el Ebro y el catalán (aunque la gente, para entenderse, habla lo que haga falta; además, casi un tercio del pueblo es inmigrante de un par de continentes). Podría añadirse el precio de las naranjas —controlado por un puñado de multinacionales— y, acaso, los correbous, esos espectáculos taurinos de humanidad dudosa —el animal no muere, eso sí— que la ley que prohibió en Cataluña las corridas de toros no se atrevió a tocar porque nadie que quiera ganar las elecciones se atrevería a tanto. El despotismo ilustrado no cruzó el río. Otra de las impresiones que podría llevarse el extraterrestre cacereño es que desde el Ebro parece fácil ser independiente de Madrid —algunos madrileños también sueñan con serlo—, no tanto separarse de Benicarló (Castellón) sin perder algo propio. Vendría bien tenerlo presente si se diera el caso. Mientras llega el futuro, la banda de música de Alcanar —otra seña de identidad, la música— volverá en unos días, el 11 de septiembre, a rendir homenaje a Rafael Casanovas, defensor de Barcelona al que combatieron hace tres siglos sus antepasados. En su recuerdo tocarán, con todos los honores, Els Segadors. Durante el pasacalles, pasodobles. Aunque puede que no suene en ocasión tan solemne, algunos miembros de la banda tienen debilidad por un clásico: Paquito, el chocolatero.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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