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Reportaje:RUTAS URBANAS

La renovación de Rabat

Proyectos urbanos y culturales animan la capital marroquí

Queremos hacer de Rabat la capital cultural del reino. A su intensa actividad vamos a añadir un museo de arte contemporáneo y una gran biblioteca nacional", afirma Hassan Amrani, wali de la región de Rabat-Salé-Zemmour-Zaer. El joven gobernador tetuaní lo tiene claro: desea convertir la capital administrativa de Marruecos en un referente turístico de primera.

Situada frente al Atlántico y dotada de un clima suave y una luz envolvente, Rabat destila el savoir faire de los colonos franceses, pero también raigambre e historia desde la altivez de su torre almohade de Hassan, las ruinas almorávides de Chellah y la kasbah medieval de los Oudaya balanceándose en un promontorio sobre el mar. El museo arqueológico y el etnográfico de Belghazi (carretera de Kenitra, 17) encierran toda la riqueza patrimonial de la ciudad.

Respira Rabat tranquilidad e indolencia en el ritmo pausado de su día a día. Su tamaño no apabulla, y su urbanismo, desahogado y horizontal, abunda en espacios ajardinados. Cada barrio se articula con personalidad propia en torno al centro y a la elegante avenida de Mohamed V. Otra cosa son las barriadas marginales periféricas, que se extienden colina arriba en la margen sur del río Bou Regreg, respondiendo a necesidades habitacionales de urgencia. El éxodo rural en Marruecos es imparable, y por eso los proyectos de viviendas sociales se suceden en todo el país a velocidad de vértigo. Así ocurre, por ejemplo, en la vecina barriada de Salé Jadida, que en su sencillez es toda una lección de sensibilidad.

"Tenemos muchos proyectos para poner la ciudad al día", insiste Amrani. "Uno de ellos, consistente en dotar al litoral de complejos turísticos y de ocio, será sometido a un concurso internacional de ideas. Ya es hora de que Rabat mire al mar". En efecto, el Atlántico se respira en la luz y la humedad ambiente de la ciudad, pero son pocos los puntos desde los que se vislumbra la grandeza oceánica. Uno de ellos es la kasbah de los Oudaya, llamada así en el siglo XIX por albergar a esta levantisca tribu árabe, aunque de origen medieval. Todo comenzó con el ribat de Tashfin, de época almorávide (siglo XI), cuyos restos se encontraron hace unos años. El yacimiento muestra, entre otras cosas, el arranque de un gran arco de herradura perteneciente a la etapa de los berguata, "aquella tribu bereber que se inventó un Corán amazigh a su medida y fue tachada de hereje", explica Mohammed Es-Semmar, historiador y arqueólogo.

Desde este punto, situado en un alto y fuera de la kasbah, se admiran la bahía y la playa de Rabat (frecuentada por los surfistas), y el cementerio y la serie de bastiones fortificados de estilo portugués levantados durante el siglo XVIII por la dinastía alauí. El Club de Surf de los Oudaya, ubicado a ras de mar, invita a tomarse un refresco dejándose hipnotizar por la imparable fuerza atlántica mientras se apura el atardecer cuando destiñe las aguas.

Para penetrar en la alcazaba fortificada hay que dejar a un lado la monumental puerta de Oudaya, tallada en arenisca con motivos de sebka, conchas y otras florituras propias del arte almohade. La kasbah forma un dédalo blanco y añil, con puertas de madera ornadas de aldabas y remaches, del que solamente sobresale el alminar de la pequeña mezquita de Abd al Mumin, la más antigua de la capital. Por las cuidadas calles y adarves, gatos y niños juegan a partes iguales, y mujeres con chilaba doblan las esquinas como sombras. No son pocos los artistas que han optado por vivir en este lugar lleno de magia. Hassan Mégri es uno de ellos. Es músico y presidente del grupo Mégri, que mezcla ritmos gnawas con música sufí y melodías del mundo. Desde su pequeña casa, repleta de escaleras y recodos, la vista cae en picado sobre la desembocadura del río Bou Regreg. En la azotea se paladea la verdadera vida del barrio, en el que cuelga la ropa, se secan las pieles y las especias al sol, y se contempla la transmutación del día a ritmo pausado.

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Desde la explanada del Sémaphore, o en el entrañable café Moro, la vista se dilata y abarca el mar, la ría y la vecina ciudad de Salé. Pronto, tras alguna intervención, este barrio pedirá a la Unesco su reconocimiento como patrimonio mundial. Ya extramuros aparece el jardín de los Andalusíes, creado a principios del siglo XX al estilo arábigo-andaluz, y en el que se cobijan estudiantes recatadas con hiyab y parejas adolescentes en pleno arrumaco. En su museo se exhiben textiles y joyas.

Otro ambicioso proyecto prevé rehabilitar y urbanizar el valle del Bou Regreg en colaboración con los Emiratos Árabes, no sin antes descontaminar la ría, bastante maltrecha. Según prometen los documentos, será respetuoso con el paisaje y el medio ambiente, conservando las zonas aún ricas en biodiversidad, al tiempo que se levantarán viviendas, hoteles y espacios verdes. Dos cosas en apariencia irreconciliables.

Hornacheros de Extremadura

Frente a los Oudaya queda la medina, también amurallada y fundada por los moriscos hornacheros venidos de Extremadura en el siglo XVII, cuando fueron expulsados por Felipe III. Aquí se palpa el bullicio de las calles de los Cónsules y Souïqa, llenas de tiendas artesanales dispuestas por gremios. El resto es una burbuja de vida vecinal apenas perceptible desde el exterior. Cada vez son más quienes han decidido convertir los antiguos palacetes en hoteles o restaurantes singulares. El hotel Dar Batul y el restaurante Le Ziryab son un ejemplo que permite recrear la vida en esos oasis de lujo e intimidad, abandonados ahora en su mayoría por las grandes familias rabatíes.

Queda la avenida de Mohamed V, bordeada de fuentes y palmeras. Aquí se concentran la estación de ferrocarril, Correos, el Banco del Magreb, el Parlamento y el mítico hotel Balima, que forman un espectacular conjunto de edificios de estilo arábigo-art déco. Son numerosos los inmuebles art déco y racionalistas, restallantes de blanco tras una reciente intervención. Queda la joya histórica de Rabat: el alminar inconcluso de Hassan, de época almohade. Como un faro de espiritualidad, la torre de arenisca se rodea de un bosque de columnas que apuntan al cielo y pretendieron formar en su día el liwan de la enorme mezquita que quedó sin terminar. Este lugar, sin otro techo que el sol, es todo calma y armonía. También seducen las ruinas de la necrópolis almorávide de Chellah, en las afueras, y, en el Rabat más actual, los barrios residenciales de Souissi y el Agdal, en el que la gente bien toma café y pasteles (insuperables) en las terrazas de Paul y Le Trianon. En algunas tiendas de artesanía tan creativas e innovadoras como Alchimie (detrás del hotel Tour Hassan) y Côté Maisons (Soumaya, 1. Agdal), abundan los objetos de cristal pintado, la cerámica creativa, lo mismo que sillas, vajillas y lámparas de diseño que demuestran que la ciudad busca algo más que resaltar su tipismo.

El alminar almohade de Hassan, en Rabat.
El alminar almohade de Hassan, en Rabat.INÉS ELÉXPURU

GUÍA PRÁCTICA

Dormir y comer- Hotel Dar Batul (037 72 72 50). Derb Jirari, 7. Medina. Familiar e íntimo. Habitación doble, 110 euros, con desayuno marroquí incluido.- Restaurante Le Ziryab (037 73 36 36). Rue des Consuls, 10, Impasse Ennajar. Medina. Cocina marroquí tradicional y refinada. Imprescindible reservar. Alrededor de 35 euros.

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