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Reportaje:VAMOS A ... LOS PUEBLOS LENTOS

Cinco estrellas: un caracol

El animal, marca del movimiento "slow", traza la ruta española del viajero lento

En la pequeña ciudad de Bra, en el Piamonte italiano, el reloj de la iglesia va retrasado adrede media hora, las tiendas cierran jueves y domingos, los coches tienen vedado el acceso al centro y en la puerta de los restaurantes hay dibujado un caracol. Esta pasión por lo lento no es reciente ni casual. De Bra es Carlo Petrini, el crítico gastronómico que en 1986 creó el movimiento Slow Food (www.slowfood.com), indignado por el auge de la comida rápida en general, y por la instalación de un McDonald's en la Piazza di Spagna de Roma en particular. Como emblema se eligió el caracol porque, como explica el propio Petrini, "es lento y es comestible". Y prolífico, cabe añadir. Hijas de Slow Food son las asociaciones Slow Fish (pesca sostenible) y Slow Cheese (quesos artesanales), pero también muchas actitudes que no guardan relación con la dieta, al menos a priori: slow sex (sexo), slow work (trabajo), slow school (educación), slow money (consumo), slow travel (viajes)... Viajes lentos, relajados y relajantes, como los que organiza la empresa Con Calma (www.concalmaviajes.com), que invita a quedarse en un mismo lugar cuatro o cinco jornadas, sin el mareo de tener que pernoctar cada día en un hotel distinto, cumpliendo un programa de visitas como de candidato electoral. O como las excursiones para dormilones de Arawak (www.arawakviajes.com), en las cuales se empieza a andar a mediodía en vez de, como es habitual, obligar a los senderistas a madrugar cual tahoneros. Viajar a pie, en bicicleta, en autocaravana, en tren o en barco es slow. El turismo rural y las pequeñas ciudades, también. Ir corriendo de un lado para otro para inspeccionar monumentos famosos no lo es.

Más información
El amable bienestar de las 'ciudades lentas'

Como destinos ideales para el viajero sin prisas se postulan las slow cities. Su origen, como el de casi todo lo slow, está en Italia, donde, en octubre de 1999, Bra y otras tres localidades (Orvieto, Positano y Greve in Chianti) se unieron para formar Cittaslow (www.cittaslow.net). Hoy ya son 116 poblaciones de 16 países. Para ser admitido en este club de la buena vida, el lugar no puede sobrepasar los 50.000 habitantes, ni ser una capital, y además debe cumplir 52 requisitos de calidad, que abarcan desde aspectos medioambientales hasta de hospitalidad. Son municipios donde abundan las zonas peatonales, los pequeños comercios, los artesanos, los huertos tradicionales; que cuidan el urbanismo, el paisaje y la gastronomía local, pro-mueven el uso de energías renovables y velan para que su aire sea puro, y sus noches, silenciosas.

Casi una década después, haciendo honor a tan parsimonioso movimiento, seis localidades españolas superaron las pruebas de certificación de Cittaslow y crearon la Red Estatal de Municipios por la Calidad de Vida (www.cittaslow.es), que se presentó oficialmente en abril durante la última edición del Salón Internacional de Turisme de Barcelona. Los hay de costa y de montaña, norteños y levantinos, pesqueros y hortelanos, amurallados y abiertos de par en par. A los seis, sin embargo, les unen un estilo y un afán comunes: vivir la vida al ritmo en que se vivía en los viejos tiempos. Con prisas, ya se ve, no nos ha ido mejor.

Lekeitio (Vizcaya)

Pocas actividades más slow que acercarse caminando a la isla de San Nicolás, pues no queda otra que aguardar hasta la bajamar para que emerja, tapizado de algas, el delgado espigón que la une a la playa de Isuntza. Lekeitio (7.490 habitantes) es lugar de paseos lentos junto al mar. Apetece subir al atardecer al faro de Santa Catalina. Y arrimarse a la Tala para ver cómo se las gasta el Cantábrico al topar contra el rompeolas de Amandarri. "No queremos ser Benidorm y que venga cada vez más gente", dice el alcalde, José María Cazalis. Ya es bastante la que se junta en el puerto, atraída por las terrazas y las barras llenas de pinchos (los mejores, los de los bares Marina y Norai). Justo detrás, envuelta en una burbuja de tiempo y silencio, se halla Arranegi Kalea, la vieja calle empedrada de los pescadores, evocadora de los días en que se cazaban ballenas a la vista del puerto y no había que irse hasta Terranova a por merluzas. Recordatorio también de aquellos tiempos de abastanza piscatoria es el escudo de la ciudad, donde puede verse, sobre ondas de plata y azur, una ballenera tripulada y con arpones, al alcance de una ballena con su ballenato, y una leyenda que, entre otras cosas, dice: "Horrenda cetter subjecit". O sea: "A los horrendos cetáceos sometió". Debía de ser entonces un sitio aún más rico que ahora Lekeitio, a juzgar por su tremenda basílica (www.basilicadelekeitio.com), del siglo XV, y su enorme retablo de estilo gótico flamenco, policromado y bañado en oro, que es el mayor de España después de los de las catedrales de Sevilla y Toledo. Al otro lado de la pequeña bahía, separando la playa de Isuntza de la Salvaje, desemboca el río Lea, que hay quien lo recorre en piragua (www.dzangakayak.com), quien en bici (existe un camino acondicionado de 23 kilómetros) y quien, para no perder las lentas costumbres, lo cruza remangándose los pantalones cuando baja la marea.

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» Hotel Zubieta (902 87 80 01; www.rusticae.es). Antiguas caballerizas de un palacio barroco; decoración muy cuidada. La habitación doble, de 75 a 113 euros.

» Restaurante Zapiraín (946 84 02 55). Cocina marinera en el casco antiguo. Precio medio, entre 35 y 50 euros por persona.

» Oficina de turismo de Lekeitio (946 84 40 17; www.lekeitio.com).

Mungia (Vizcaya)

En este municipio (15.848 habitantes) de las vecindades de Bilbao, salpicado de verdes colinas y magras vacas de la raza autóctona betizu, se alza el curioso hotel Palacio Urgoiti (www.palaciourgoiti.com), un edificio del siglo XVII que originalmente estaba en Galdakao, que hubo que desmontar para dejar paso a una autopista y cuyas piedras, almacenadas en la capital, perdieron su numeración durante la riada de 1983, de modo que para reconstruirlo aquí se necesitaron dos años de pacienzudo puzzle. Rodeado por un campo de golf, el palacio es todo un monumento a la calma. Otro edificio recuperado con pausa y buen tino es la almenada Torrebillela, del siglo XIV, que hoy alberga la espectacular Casa de Cultura (946 74 02 35). Otro, el Landetxo Goikoa, uno de los más antiguos caseríos de la provincia (de 1510), que se halla a la sombra de las secuoyas y los cedros centenarios del parque Uriguen y ha sido rehabilitado como parque temático de la mitología vasca (www.izenaduba.com), donde a través de vídeos, simulaciones en tres dimensiones y juegos interactivos se presenta a personajes como Olentzeiro (que trae los regalos de Navidad) o la mariquita Mari Teiletako, la competencia del Ratoncito Pérez. Y otro, la antigua iglesia de Andra Mari, en la que todos los viernes las aldeanas de los contornos venden alubias rojas, pimientos verdes y talo, una torta de harina de maíz reconocida por la asociación Slow Food como producto baluarte (tradicional, artesanal y de gran calidad). Si no se puede venir un viernes, tampoco pasa nada. En Mungia se celebran 180 ferias al año.

» Hotel Palacio Urgoiti (902 10 38 92; www.rusticae.es). Apartado y señorial, con piscina climatizada, gimnasio y nueve hoyos de golf. De 144 a 197 euros.

» Restaurante Txulu (946 74 11 87). Unos 30 o 35 euros.

» Ayuntamiento de Mungia (946 74 12 16; www.mungia.org).

Rubielos de Mora (Teruel)

Insectos que dieron la tabarra a los dinosaurios pueden verse, atrapados en la resina de árboles de hace más de cien millones de años, en el parque temático Región Ambarina (www.dinopolis.com), a dos kilómetros de Rubielos. Como encerrada en ámbar permanece también esta deslumbrante villa medieval (con 770 habitantes) que el progreso dejó arrinconada entre los pinos, nieves, barrancos y soledades de la sierra de Gúdar, en la esquina suroriental de Teruel. Ambarina es la luz que se descubre al atravesar el portal gótico de San Antonio, una de las siete entradas que franqueaban la muralla; la luz que rebota en los sillares y blasones calizos de las muchas casas hidalgas -la de los marqueses de Villasegura, la de los condes de Creixell, la de los condes de la Florida, la casa Barberán...- y se enreda en las columnas de la lonja del Ayuntamiento y en las del claustro del antiguo convento del Carmen. Buena parte de la culpa de que se conserve como antaño la tienen los artesanos, herreros como Joaquín Ros (978 80 41 63) o los que integran la cooperativa La Zarza (www.lazarzaforja.com). En Rubielos encontramos también un rincón más actual: el Museo Salvador Victoria (www.museosalvadorvictoria.es), que atesora obras de Rafael Canogar, Genovés, Antonio Saura, Manuel Rivera, Lucio Muñoz, Manuel Hernández Mompó y Martín Chirino. Una última cosa: no debe confundirse Rubielos de Mora con Mora de Rubielos (www.moraderubielos.com), que está a 14 kilómetros. Pero aunque uno se confunda, tampoco importa demasiado, pues Mora es también villa con enjundia monumental para ver y pasear despacio. Y con enjundia gastronómica, que por estos pagos abunda la trufa negra.

» Hotel Los Leones (978 80 44 77; www.losleones.info). Hotelito familiar. La doble, 90 euros.

» Hotel de Montaña Rubielos (978 80 42 36; www.sierradegudar.com). Con amplio jardín, piscina climatizada, sauna, gimnasio. Habitación doble, 62 euros.

» Restaurante Hotel de la Villa (978 80 46 40). 30 o 40 euros.

» Turismo de Rubielos de Mora (978 80 40 96; http://rubielosdemora.deteruel.es).

Pals (Girona)

Decía Josep Pla que cuando pasaba cerca de Pals tenía la sensación de que alguien se lo servía en bandeja, por aquello de que está en lo alto de una colina. Una bandeja de oro -tal parece la roca arenisca relumbrando al sol de los crepúsculos- en la que habitan 2.698 afortunados. A Pla, precisamente, hay dedicado un mirador desde el que se domina todo el llano ampurdanés y las islas Medas. A su vera se abre la puerta septentrional del Pedró, el núcleo medieval, que conserva casi toda la muralla y la torre de les Hores, la del homenaje del antiguo castillo. Se le llama de les Hores -o de las Horas- porque, tras ser derribada la fortaleza, en el siglo XV, se instaló en ella un pequeño campanario gótico. La casa de cultura Ca La Pruna (972 63 68 33) alberga una exposición de arqueología submarina con los restos hallados frente a la kilométrica playa de Pals, otra permanente de vinos y cavas catalanes y otra con los útiles del primer boticario que hubo en el pueblo, el señor Desideri Ferrer. Para hacer compras slows, no de souvenirs, está el mercado de los martes, donde relucen los sabrosos tomates pera, las manzanas y los melocotones que cultivan los payeses de las vecindades. Los sábados hay un rastro de muebles viejos. Y para el resto de los días, varios comercios interesantes: Empordà Natural (arroz de Pals, embutidos, aceite de La Bisbal...), L'Era d'en Saulot (productos ecológicos) y los talleres de cerámica L'Alba, P. Planas-M. Marqués y Terra i Foc. El sendero PR-C 108 (www.baixemporda-costabrava.org/es/turismo/576) permite recorrer el paisaje ancestral de los arrozales tranquilamente, porque está bien señalizado. Y porque no hay prisa.

» Hotel Mas Salvi (972 63 64 78; www.massalvi.com). 22 suites en una masía del siglo XVII. La doble, a partir de 229 euros.

» Hotel del Teatre (972 30 62 70; www.hoteldelteatre.com). A cuatro kilómetros de Pals, en el pueblo medieval de Regencós, equipado a la última. De 140 a 156 euros.

» Restaurante Sa Punta (972 63 64 10). Unos 50 euros.

» Restaurante Mas Roig (972 63 73 63). Unos 40 euros.

» Oficina de turismo de Pals (972 63 73 80; www.pals.es).

Begur (Girona)

Piratas, navegantes, coraleros, pescadores e indianos dieron forma y carácter a este pueblo ampurdanés (4.304 habitantes) que se acuesta en la montaña, con la cabeza apoyada en el castillo medieval y la mirada puesta en el cercano mar. Lo que atrae al viajero tranquilo, sobre todo, es esto último: las docenas de calas escondidas entre los pinos y los acantilados, en las que sólo se oye el cricrí de los grillos y la risa innumerable de las nereidas. Como la nudista de Illa Roja, señoreada por la peña colorada que le da nombre, o como la de Fonda, con arena gris, agua del más puro azul turquesa y un solitario chiringuito. Hay un sendero local, señalizado con marcas verdes, que recorre el encinar de Es Quinze, la reserva marina de Ses Negres y la cala de Aiguafreda (www.baixemporda-costabrava.org/es/turismo/578). Y hay, para ver y saludar a las risueñas hijas de Nereo, tres centros de buceo: Discover D&D Costa Brava (www.divingcostabrava.com) Gym Sub Aiguablava (www.gymsub.com) y Begur Dive (www.begurdive.com).

» Hotel Sa Rascassa (972 62 28 45; www.hostalsarascassa.com). Cala de Aiguafreda. La doble, entre 75 y 105 euros.

» Restaurante Fonda Caner (972 62 23 91). Unos 25 euros.

» Restaurante Aigua Blava (972 62 20 58). Unos 45 euros.

» Turismo de Begur (972 62 45 20; www.begur.org/turisme/).

Bigastro (Alicante)

En la vega baja del Segura, a un garbeíllo de Orihuela, se halla este municipio minúsculo, de 6.761 habitantes, que ha sabido conservar intacta su huerta con las aguas vivas que vienen del río por la acequia de Alquibla y las aguas muertas que se devuelven al río por el azarbe mayor de Hurchillo. Los pepinos, pimientos, calabacines y tomates de Bigastro saben a tiempos mejores porque aquí llevan años estudiando y recuperando las variedades antiguas y porque muchos de los hortelanos son vecinos a los que el Ayuntamiento alquila su pedazo de tierra por 20 euros al año. Para recorrer la huerta con un técnico municipal sólo hay que llamar al 965 35 00 00 y pedir hora. No cuesta nada. Zamparse un arroz con conejo y dormir en una barraca son otros de los viejos y relajados placeres que ofrece Bigastro.

» La Pedrera (619 12 73 13). Cabañas de madera y barracas valencianas, en el parque de La Pedrera. Desde 53 euros noche.

» La Alborada (965 35 02 65). Platos modernos con productos de la huerta. De 25 a 35 euros.

» Ayuntamiento de Bigastro (965 35 00 00; www.ebigastro.com).

Cala Sa Tuna, en Begur (Girona), una de las seis localidades españolas del club de las Cittaslow, las ciudades lentas.
Cala Sa Tuna, en Begur (Girona), una de las seis localidades españolas del club de las Cittaslow, las ciudades lentas.PERE DURÁN

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