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Tribuna
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El impuesto equivocado para Europa

Una tasa para las operaciones financieras podría tener efectos devastadores para la economía del continente

Europa ya está ardiendo, así que ¿por qué no echamos más leña al fuego? Ese parece ser el pensamiento que hay detrás de las propuestas de impuesto a las transacciones financieras (FTT, por sus siglas en inglés) de la Comisión Europea -su respuesta más reciente al crecimiento estancado y a los problemas de financiamiento de Europa.

Es innegable el atractivo emocional de un impuesto para todas las transacciones financieras. Los europeos de a pie tienen que pagar un Impuesto al Valor Añadido para casi todos los bienes y servicios que compran. Entonces, ¿por qué no gravar la compra de acciones, bonos y todo tipo de derivados? Sin duda, ese impuesto golpeará a los individuos ricos y a las firmas financieras mucho más que a nadie; además, aumentará mucho los ingresos.

La tasa a las transacciones financieras aumentaría el coste del capital y reduciría la inversión

En efecto, la Comisión Europea calcula que su propuesta de impuesto de tan solo el 0,1% sobre la compraventa de bonos y acciones y del 0,01% sobre los derivados recaudará más de 50.000 millones de euros anualmente. La ventaja adicional es que el FTT frenará la especulación desestabilizadora en los mercados financieros.

Ojalá fuera así de simple. Por supuesto, se debería gravar los rendimientos y bonos de las empresas financieras de forma muy parecida a la de otras actividades económicas. Es necesario frenar un apalancamiento excesivo. Un retorno a los niveles de estabilidad financiera y macroeconómica previos a 2007 que apoyen el crecimiento. Por desgracia, aunque el FTT es el tema favorito de los principales comentaristas económicos progresistas y de las ONG estilo Robin Hood, es un enfoque extremadamente equivocado para lograr esos valiosos fines.

Es cierto: grandes pensadores como John Maynard Keynes y el desaparecido premio Nobel James Tobin sugirieron varias ideas para gravar las transacciones financieras como una manera de reducir la volatilidad económica. (El impuesto propuesto por Tobin se refería específicamente a la compraventa de divisas). Sin embargo, desde entonces la idea ha sido examinada por varios investigadores económicos y, francamente, es difícil tomar sus resultados como base de apoyo.

A largo plazo, los salarios caerían y los obreros cargarían con una parte significativa del coste

Sin duda, dichos impuestos reducen la liquidez en los mercados financieros. Con menos operaciones, el contenido de la información de los precios se reduce. Pero los resultados teóricos y de simulación sugieren que no hay una disminución evidente de la volatilidad. Además, mientras que un aumento tan grande de los ingresos mediante una tasa de impuestos tan baja suena grandioso, la disminución en el volumen de las operaciones reduciría precipitadamente la base fiscal. Como resultado, probablemente los ingresos finales serían decepcionantes, como ocurrió en Suecia cuando intentó gravar las transacciones financieras hace dos décadas.

El impuesto es tan contraproducente en el largo plazo que no parece que sea mejor que nada

Peor aún, en el largo plazo, la carga fiscal cambiaría. Mayores impuestos a las transacciones incrementan el coste del capital y, en última instancia, reducen la inversión. Con unas reservas de capital inferiores, la producción tendería a bajar, lo que disminuiría los ingresos del Estado y contrarrestaría sustancialmente las ganancias directas del nuevo impuesto. A largo plazo, los salarios caerían y los obreros terminarían cargando con una proporción significativa del coste. En un plano más general, el FTT violaría el principio general de las finanzas públicas de que es ineficiente gravar a los factores intermedios de producción, en particular aquellos que tienen mucha movilidad y fluidez en su respuesta.

Todo esto es bien sabido, aunque los principales líderes de opinión, políticos y filántropos prefieran ignorarlo. Sin duda, la Comisión Europea ha recibido advertencias severas del departamento de asuntos fiscales del Fondo Monetario Internacional, cuyos economistas han catalogado meticulosamente las ventajas y desventajas de los FTT. Entonces, ¿por qué la Comisión sigue adelante con la idea?

La interpretación más generosa es que la Comisión simplemente no cree en las previsiones y análisis de los economistas y considera el FTT más viable de lo que se piensa (escenario que hace recordar el debate en torno a la creación del euro). Es cierto que los Gobiernos latinoamericanos, en particular las autoridades brasileñas, tuvieron éxito al obtener más ingresos de los impuestos sobre las retiradas bancarias (una versión cruda del FTT) de lo que creían posible la mayoría de los analistas políticos. Por otro lado, el historial de crecimiento de largo plazo de América Latina difícilmente es la mejor propaganda para este enfoque, y si se tomaran en cuenta los ingresos fiscales perdidos debido a un PIB reducido, sin duda se llegaría a un resultado fiscal menos impresionante.

Otra posibilidad es que los europeos hayan llegado a la conclusión de que las ventajas políticas de un FTT superan sus defectos económicos. Después de todo, se puede argumentar que un FTT tiene tanto atractivo popular que los intereses financieros con poder político no podrían bloquearlo. Casi se podría aceptar la idea si no fuera porque el impuesto es tan contraproducente en el largo plazo que no parece que sea mejor que nada.

Otras interpretaciones de los motivos de la Comisión son más cínicas. Tal vez las autoridades se dieron cuenta de que prácticamente todo en Europa está gravado. Entonces, en lugar de financiar las instituciones de la Unión Europea mediante mayores contribuciones de las bases fiscales existentes, se está buscando un consenso para tener nuevas fuentes de ingresos. O quizá la Comisión se da cuenta de que el FTT estará muerto antes de nacer debido a disputas internas en Europa, y simplemente quiere ganar capital político con una propuesta enormemente popular.

Después de que estallara la crisis financiera en 2008 con toda su fuerza, el expresidente de la Reserva Federal estadounidense Paul Volcker dijo que la única innovación financiera valiosa de las últimas décadas era el cajero automático. Además, como bien señala el documental ganador de un Oscar Inside Job, entre los responsables de otras innovaciones menos útiles que ayudaron a provocar la crisis financiera -políticos, hombres de finanzas y muchos otros-, ninguno ha pagado realmente el precio.

En resumen, existen fuertes motivos para estar molestos con los hombres de finanzas y se requiere un cambio verdadero en la forma en que operan. Sin embargo, el FTT, a pesar de su noble calidad intelectual, no es la solución a los problemas de Europa o del mundo.

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