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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ébola y desigualdad

Joseph E. Stiglitz

La crisis del virus del Ébola nos recuerda, una vez más, del lado negativo de la globalización. No sólo las cosas buenas —como por ejemplo los principios de justicia social e igualdad de género— cruzan las fronteras con más facilidad que nunca antes, también lo hacen las influencias malignas, tales como los problemas ambientales y las enfermedades.

Esta crisis también nos recuerda de la importancia que tienen el gobierno y la sociedad civil. No nos dirigimos hacia al sector privado para controlar la propagación de una enfermedad como el Ébola. En cambio, sí nos dirigimos hacia las instituciones —por ejemplo, hacia los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) en Estados Unidos, la Organización Mundial de la Salud (OMS), y Médicos sin Fronteras, el notable grupo de médicos y enfermeras que arriesgan sus vidas para salvar las de otros en los países pobres de todo el mundo.

Incluso los fanáticos derechistas que quieren desmantelar las instituciones gubernamentales recurren a ellas cuando se enfrenta a una crisis como la causada por el ébola. Puede que los gobiernos no hagan un trabajo perfecto en el abordaje de este tipo de crisis, pero una de las razones por las que no funcionaron como nosotros esperaríamos es que no hemos proporcionado los fondos suficientes a los organismos competentes a nivel nacional y mundial.

El episodio del ébola entraña aún más lecciones. Una de las razones por las que la enfermedad se extendió tan rápidamente en Liberia y Sierra Leona es que ambos son países asolados por la guerra, donde una gran proporción de la población está desnutrida y el sistema de atención de la salud se ha visto devastado.

Por otra parte, en lo que se refiere al desarrollo de vacunas, el ámbito en el cual el sector privado sí desempeña un papel esencial, dicho sector tiene pocos incentivos para dedicar recursos a las enfermedades que afligen a los pobres del mundo o a los países sin recursos. Sólo cuando los países desarrollados se ven amenazados es que existe un impulso suficiente para invertir en vacunas para hacer frente a enfermedades como el ébola.

Lo anterior no se expresa principalmente como una crítica al sector privado; al fin de cuentas, las empresas farmacéuticas no se dedican a la actividad empresarial empujadas por la bondad dentro de sus corazones, y no hay dinero que ganar en la prevención y curación de las enfermedades de los pobres. En cambio, lo que la crisis del ébola cuestiona es nuestra dependencia del sector privado para que haga las cosas que los gobiernos llevan a cabo mejor. De hecho, parece ser que con más financiación pública, una vacuna contra el ébola podría ya haberse desarrollado hace años.

La fe ciega de EE UU en el sector privado lleva a que sus ciudadanos tengan mala salud

Los fracasos de Estados Unidos en este sentido han llamado especialmente la atención —tanto es así que algunos países africanos están tratando a los visitantes de EE UU con precauciones especiales. Pero eso sólo es el eco de un problema más fundamental: el sistema de salud de Estados Unidos, que en su gran mayoría es privado, está fracasando.

Es cierto que en el extremo superior, EE UU es la sede de algunos de los hospitales, universidades de investigación y centros médicos avanzados que son líderes a nivel mundial. Pero, a pesar de que EE UU gasta más un porcentaje mayor de su PIB en asistencia médica que cualquier otro país, sus resultados de salud son realmente decepcionantes.

Al nacer, la esperanza de vida masculina en EE UU es la peor entre los 17 países con mayores ingresos del mundo —casi cuatro años más corta que la de Suiza, Australia y Japón. Y, dentro de dicho grupo, EE UU ocupa el segundo peor puesto en cuanto a expectativa de vida para las mujeres, más de cinco años por debajo del mismo índice en Japón.

Otros indicadores de salud son igualmente decepcionantes, ya que se tienen datos que indican que los resultados de salud de los estadounidenses son más deficientes a lo largo de sus vidas. Y, por lo menos durante tres décadas, las cosas han ido empeorando.

Muchos factores contribuyen al rezago de la salud en Estados Unidos, y son factores que brindan también lecciones relevantes para otros países. Para empezar, el acceso a la atención médica sí es importante. Al ser EE UU uno entre los pocos países avanzados que no reconoce que el acceso a la atención médica es un derecho humano básico, y como es un país que, en comparación con otros, depende más del sector privado, el que muchos estadounidenses no obtengan los medicamentos que necesitan no causa sorpresa. A pesar de que la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible (Obamacare) ha mejorado las cosas, la cobertura del seguro de salud sigue siendo débil, y casi la mitad de los 50 estados de Estados Unidos se niega a ampliar Medicaid, el programa de financiación de la atención de salud para los pobres de EE UU.

Además, Estados Unidos tiene una de las tasas más altas de pobreza infantil entre los países avanzados (la diferencia era aún mayor antes de que las políticas de austeridad aumentasen dramáticamente la pobreza en varios países europeos), y la falta de nutrición y atención de salud durante la infancia conlleva efectos de por vida. Paralelamente, las leyes sobre armas de fuego contribuyen a que EE UU tenga la mayor incidencia de muertes violentas entre los países avanzados, y la dependencia en el transporte vía automóviles de este país sustenta una alta tasa de muertes en las carreteras.

Asimismo, la descomunal desigualdad en Estados Unidos es también un factor crítico que contribuye a su retraso en el ámbito de la salud, especialmente en combinación con los factores mencionados anteriormente. Al haber más pobreza en general y más pobreza infantil en particular, más personas que no tienen acceso a servicios de salud, vivienda digna y educación, y más personas en situación de inseguridad alimentaria (quienes a menudo consumen alimentos baratos que favorecen la obesidad), no es de extrañar que los resultados de salud de Estados Unidos sean malos.

Sin embargo, para las personas que tienen mayores ingresos y una mayor cobertura de seguro los resultados de salud son también peores en Estados Unidos si los comparamos con los obtenidos en otros lugares. Tal vez esto también se relacione con el hecho de que en EE UU existe una mayor desigualdad en comparación con otros países avanzados. La salud, sabemos, está relacionada con el estrés. Aquellos que luchan por subir la escalera del éxito saben las consecuencias del fracaso. En Estados Unidos los peldaños de la escalera están más separados en comparación con otros lugares, y la distancia desde la parte superior a la parte inferior es mayor. Eso significa más ansiedad, lo que a su vez se traduce en una salud más deficiente.

La buena salud es una bendición. Pero, la forma cómo los países estructuran sus sistemas de atención sanitaria —y sus sociedades— marca una gran diferencia en términos de resultados. Estados Unidos y el mundo pagan un alto precio por su excesiva dependencia de las fuerzas del mercado y por brindar atención insuficiente a valores más amplios, como por ejemplo a la igualdad y la justicia social.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente, en coautoría con Bruce Greenwald, es Creating a Learning Society: A New Approach to Growth, Development, and Social Progress.

© Project Syndicate, 2014.

www.project-syndicate.org

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