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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Explorando la Vía Láctea

A un euro por europeo, la sonda que explora la galaxia es la metáfora perfecta de esa otra Europa que todavía es posible

Marcos Balfagón

Impresiona lo mucho que ignoramos sobre nuestra propia aldea cósmica, la enorme galaxia espiral a la que llamamos Vía Láctea. Para empezar, ni siquiera sabemos cuántas estrellas tiene: cualquier cosa entre 100.000 millones y cuatro veces esa cifra es compatible con nuestro conocimiento actual. Tampoco sabemos cuántos brazos tiene, ni cómo se originaron, ni cómo están distribuidas las estrellas ni dónde alberga la misteriosa materia oscura necesaria para explicar su comportamiento gravitatorio. No sabemos si ha crecido engullendo galaxias más pequeñas o si pronto hará lo mismo con galaxias vecinas como las Nubes de Magallanes.

El telescopio espacial europeo Gaia fue lanzado la semana pasada desde la base espacial de Kourou para rellenar esos huecos del conocimiento. Los ingenieros espaciales manejan con naturalidad unos conceptos que al resto de los mortales nos parecen pura poesía mística. El destino de Gaia es una región situada a un millón y medio de kilómetros, llamada Punto de Lagrange 2, donde los influjos gravitatorios de la Tierra y el Sol se compensan para generar un equilibrio de fuerzas estable.

Desde allí podrá estudiar a placer —con una precisión equivalente a la necesaria para ver desde la Tierra la pupila de una persona en la Luna— las grandes maravillas que la Vía Láctea depara a la curiosidad y la tecnología: sistemas estelares múltiples en complejas danzas gravitatorias, planetas que orbitan en torno a estrellas lejanas, posibles mundos tan aptos para la vida como el nuestro. Y también las ecuaciones que rigen el cosmos a gran escala, escritas por Einstein hace casi un siglo y hasta ahora imbatidas en su contraste con la realidad.

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En el proyecto trabajan 400 científicos, de los que 45 son españoles. El telescopio necesita temperaturas extremadamente bajas, y el parasol que lo protegerá de la radiación solar ha sido construido íntegramente por una empresa española. Uno de los seis institutos que se ocuparán de procesar los datos será el Centro de Supercomputación de Barcelona, y los resultados estarán disponibles para todos los investigadores. A un coste de un euro por europeo, Gaia es la metáfora perfecta de esa otra Europa que todavía es posible.

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