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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Secuestro y chantaje

La UE debe acelerar el gasoducto entre Francia y España para responder la amenaza de Putin

Vladímir Putin despliega una triple estrategia sobre Ucrania: la conquista y dominio militar de Crimea; la subversión en sus provincias orientales; la amenaza de interrupción del suministro de gas que ya ensayó años atrás, extensible a los países de la Unión Europea (UE), para los que Ucrania es pasillo de tránsito. Las tres actuaciones se suceden y/o solapan según le convenga. La Rusia de Putin aporta poco al mundo global: la extracción de hidrocarburos, un mercado de consumo, algunos turistas... Pero no ofrece ninguna empresa competitiva de nuevo cuño (como India o China); ninguna seducción cultural pese a su potencial (como Brasil); ninguna iniciativa diplomática, salvo el fiasco de Siria. Es, de los emergentes, el que menos contribuye al bienestar global.

Para cambiar eso y para frenar a Putin, los europeos, y en general el mundo occidental, han optado sensatamente por responderle con una gradación de medidas, también en un triple ámbito. Uno, la firmeza diplomática, con la exclusión de Moscú del G-8, la imposición de sanciones a oligarcas próximos al Kremlin, amén de la negativa a la venta de material militar protagonizada por Alemania. Para ser creíble, esa firmeza —el lenguaje que mejor entiende la autocracia rusa— debe incrementarse con nuevas medidas, sin abocarla tampoco a una ruptura irreparable de relaciones. Dos, la vigilancia militar a cargo de la OTAN, mediante ejercicios en zonas vecinas y otras presiones. Y tres, una auténtica estrategia energética.

La UE es demasiado dependiente del gas ruso, que cubre casi un tercio de su demanda y el 100% de las de los socios bálticos. Putin aprovecha esta situación de secuestro objetivo para ejercer sus chantajes, escudándose en la deuda acumulada de Kiev, por unos 1.500 millones de euros. Y como no es la primera vez, lo más urgente ahora es reducir esa dependencia. Esto es, diversificar las fuentes, aun a pesar de que la cercanía, abundancia y fácil transporte del gas ruso lo hagan más barato. Si quiere respeto, seguridad de suministro y precios sostenidos (la agresiva empresa rusa Gazprom está aprovechando la inestabilidad creada por su patrón para subir precios a los ucranios), debe primar la acción política sobre los inmediatos intereses económico-comerciales con Rusia.

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La última cumbre de los Veintiocho esbozó una respuesta adecuada. Hay que acelerarla, aunque algunos resultados solo lleguen a largo plazo, incrementando los contratos con países terceros (de Noruega a Nigeria, pasando por EE UU); aumentando las exploraciones internas; y conectando mejor con la oferta mediterránea, la libia, la argelina, la que pueda transitar por Turquía. España es a estos efectos un país estratégico. El gasoducto francés debe llegar ya al Pirineo catalán, en beneficio de Francia, pero también de Alemania y los demás socios del club europeo. Solo así Putin reducirá sus bravatas. Entenderá que el cliente del que depende una cuarta parte de sus ingresos fiscales puede comprar mucho más a otros proveedores.

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