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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Invención de la naturaleza

La introducción de un nuevo par de bases enteramente artificiales en el ADN de una bacteria altera el lenguaje básico de la biología

Marcos Balfagón

La variedad de formas vivas ha causado admiración por su riqueza y opulencia, de la superficie terrestre a las simas de los océanos, de microorganismos imperceptibles a gigantes arbóreos, del robótico sistema nervioso de los insectos al cerebro humano que ha creado la poesía y la ciencia. Pero, si ha habido una constante en sus 3.500 millones de años de evolución, esa ha sido la naturaleza de la información hereditaria, basada en la doble hélice y un código genético de cuatro letras o bases del ADN apareadas dos a dos. Mejor dicho, esto ha sido así hasta esta semana, cuando un equipo científico de California ha introducido un nuevo par de bases enteramente artificiales en el ADN de una bacteria. Y ha comprobado que son capaces de replicarse y transmitirse de manera estable generación tras generación, justo como sus cuatro colegas naturales.

Esta es la primera vez que el lenguaje básico de la biología se ha visto alterado en sus fundamentos gramaticales, en su lógica interna más profunda. Pese a todo el vértigo metafísico que pueda producir este avance, los objetivos de sus creadores no pueden estar más pegados a la tierra. Se trata de construir una plataforma óptima para mejorar la producción de fármacos y unos biocombustibles más sostenibles para el medio, también para generar microbios capaces de restaurar los entornos más dañados por los vertidos químicos y otras actividades industriales.

Como explica el jefe del equipo científico, Floyd Romesberg, ninguna de estas bacterias sabrá cómo sintetizar sus nuevas bases artificiales —necesitarán que los técnicos se las aporten como un nutriente externo—, lo que elimina la posibilidad de que puedan escaparse, evolucionar por su cuenta y generar un apocalipsis de los que tanto gustan los novelistas del género.

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Si hay horrores, más bien pueden venir de los despachos de abogados y oficinas de patentes. Porque si hasta ahora todas las resoluciones han sido contrarias a que las empresas patenten productos de la naturaleza —el último ejemplo ocurrió anteayer con la difunta oveja Dolly—, el nuevo ADN de seis letras es cualquier cosa menos un producto natural. Y los científicos necesitan patentarlo para atraer fondos de la industria y crear fármacos. He aquí otra idea para los novelistas.

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