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En el jardín del Salto del Tigre

La perfección zen desarma al visitante en Kioto. La ciudad japonesa asombra por templos como el de Kiyomizu-dera o los cuatro kilómetros de portales anaranjados de Inari

Dos mujeres vestidas con quimono en Kioto.
Dos mujeres vestidas con quimono en Kioto. Masahiro Makino

La antigua capital japonesa deslumbra por su colección de templos patrimonio mundial. Pero quizá es menos conocida su sofisticación y su elegancia pausada, muy diferente del ritmo frenético de Tokio y de los contrastes sociales y urbanos de Osaka. Kioto es una dama elegante y sobria a la que, sin embargo, no le asusta el color.

7.00 ¡Que vivan los ‘bent’!

Dado que en Japón amanece antes que en España, conviene aprovechar el día desde bien temprano. ¿Qué mejor que desayunar un bent?, las tradicionales bandejas de comida preparada que venden en los 7 Eleven y otras cadenas como Fresco. Los calientan en el acto, te dan los palillos y son sabrosos. Se pueden acompañar con el café frío Georgia, que está bastante bueno para ser de lata. Luego habrá que correr a la mastodóntica estación de Kioto (1) para tomar el tren de cercanías JR Nara hasta Inari, donde nos espera una sorpresa mayúscula. Tras dejar atrás el desvencijado apeadero del tren, llegamos al santuario de Fushimi Inari-Taisha (2). La sencilla puerta de entrada sintoísta no hace sospechar que detrás nos aguardan nada menos que ¡cuatro kilómetros! de portales anaranjados —los torii— que ascienden serpenteando por las montañas. Todo el complejo está dedicado a Inari, dios del arroz y el sake, del cual el zorro era el mensajero. Eso explica la cantidad de estatuas animales que encontraremos a lo largo y ancho del recinto. Evocador y único.

Interior del templo de Enko-ji.
Interior del templo de Enko-ji. Marser

10.30 Las pagodas rojizas

En plena mañana, nos encaminamos a uno de los templos más bellos de todo Japón, Kiyomizu-dera 3). Se sube por la calle Gojo-zaka y se toma el desvío al inmenso y sobrecogedor cementerio que bordea el recinto del templo. Desde allí se vislumbran sus pagodas rojizas, que, junto con la belleza del entorno y la vegetación exuberante, dejarán sin habla al visitante. Hay que beber el agua sagrada del manantial de Otowa-no-taki, que probablemente no sane tanto como dicen, pero está bien fresquita, y visitar a oscuras el Tainai-meguri, fascinante retorno al vientre materno.

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Desde aquí, y en dirección norte, se inicia la ruta clásica de los templos. Por el camino encontraremos la pintoresca calle Sannen-zaka(4), el gran buda de Ryozen(5), el templo de Kodai-ji (6), el de Chion-in (7) (parcialmente en obras) y el santuario de Heian-jingu (8).

12.30 El enorme recinto de Nanzen-ji

Nos desplazamos un poco más al norte para llegar al maravilloso templo de Nanzen-ji(9). Se trata de un recinto enorme al que se entra por una puerta o sanmon que nos hará sentir diminutos. Más allá está el precioso jardín zen del Salto del Tigre, donde se constatará que la perfección existe. También es el lugar ideal para descansar mirando embobados las carpas de la pequeña laguna del jardín. Vale la pena ascender hasta el misterioso acueducto que hay detrás y perderse por los senderos que siempre acaban llevando a algún pequeño santuario.

Está claro que ahora toca comer. Salimos del templo y en dirección al cruce de Niomon-dori y Shirakawa-dori (10) encontraremos varios restaurantes donde reponernos del esfuerzo. Bastante orientados al turismo, ofrecen, eso sí, menús equilibrados y sabrosos acompañados de té. Hay que aprovechar el descanso para tomar decisiones, porque aquí el camino se bifurca.

15.00 Un bosque de bambú

No hay que menospreciar el tamaño de Kioto. A pesar de su ritmo relajado, es una urbe de millón y medio de habitantes. La red de transporte es impecable, pero no especialmente rápida. Es por ello que habrá que elegir entre visitar el famosísimo y encantador bosque de bambú y el templo de Tenryu-ji(11), situados al oeste de la ciudad, justo al otro lado, o el más cercano jardín botánico de Kioto  (12). Los amantes de la botánica quedarán fascinados al descubrir este nuevo mundo de plantas y flores tan diferente de los biomas europeos, entre los que destacan decenas de variedades de la hierba gigante, tuyas, alcanforeros y lagunas repletas de lotos perfumados, por no hablar, claro está, de los cerezos… ¡ay, quién los pillara en flor! Los que prefieran seguir viendo templos pueden dirigirse al más famoso de Kioto, el dorado Kinkaju-ji (13), o al también espectacular templo de las mil estatuas de Sanjusangen-do (14), que están al norte y al sur de la ciudad, respectivamente.

18.00 Compras frenéticas

Una tienda en el centro comercial de Teramachi-Shinkyogoku.
Una tienda en el centro comercial de Teramachi-Shinkyogoku.Kevin O’Hara

Es verdad que la vecina Osaka eclipsa a Kioto en cuanto a capital comercial, pero la ciudad dispone de amplios bulevares llenos de grandes almacenes y primeras marcas (principalmente en torno al cruce de las avenidas con toque neoyorquino de Kawaramachi y Shijo (15). También aquí están las galerías comerciales cubiertas de Sanjo, Teramachi y Shinkyogoku, a rebosar de suvenires japoneses: dulces, té, sellos, quimonos, abanicos (que por el solo hecho de ser made in Japan parece que tienen más gracia), pero también de ropa y otros productos. No hay que dejar de pasear por el cercano y misterioso mercado de alimentos Nishiki.

Si no se quiere caer en el tópico a la hora de hacer regalos, Loft (16) es El Corte Inglés de las chuminadas. Es imposible salir de allí sin comprar algo, todo es maravilloso (y frecuentemente inútil). El mismo edificio alberga una franquicia de Uniqlo, la marca de ropa asequible japonesa, muy aconsejable por sus diseños minimalistas y prácticos. Para camisetas chulas está la cadena Graniph. Y por último, en la galería comercial de Shinkyogoku, hay una sucursal de Hamamonyo. Sus pañuelos, fulares y telas de diferentes tamaños, que pueden enmarcarse y algunos utilizarse como bolsos, son preciosos.

20.30 Gion, el barrio de las ‘geishas’

Tanto trote habrá agotado al viajero, así que lo mejor es darse un buen festín por la zona. Vayan aquí dos propuestas asequibles. No hay que sufrir porque en Japón, francamente, resulta muy difícil comer mal a no ser que uno caiga en un improbable ristorante italiano.

Si lo que se desea es hartarse de sushi, el Musashi Sushi (17) es popular entre los turistas y locales. Hay carta para hacer peticiones especiales de pescados que probablemente uno nunca haya probado antes. Los amantes de los fideos y los platos contundentes deberían dirigirse al restaurante Honke Tagoto (18), en la galería comercial de Sanjo. Pueden elegirse fríos o calientes y vienen acompañados de muchos ingredientes adicionales. La carta es tan amplia que compensa elegir al azar, siempre se acertará.

Después de la cena aguarda el sugestivo distrito de Gion (19), el barrio de las geishas. Hay bares y tabernas para todos los gustos, y también locales donde ver teatro kabuki. Probablemente se acabe entablando conversación con algún local que desea practicar inglés y que, con amabilidad y curiosidad infinitas, quiere saber de otras latitudes.

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