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Tribuna
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¿Han contribuido los inmigrantes a la caída del crimen en EE UU?

En el año 2012 Washington tuvo 88 homicidios, la cifra más baja en medio siglo

A inicios de los noventa la capital de Estados Unidos, Washington, era también la indisputada capital del crimen. En 1991, la tasa de homicidios era de 80 por cada 100.000 habitantes, casi cuatro veces superior a la de México en 2012. Ninguna otra metrópolis del país era tan peligrosa.

Veinticinco años después, la ciudad parece otra. En 2012 Washington tuvo 88 homicidios, la cifra más baja en medio siglo. Entre 2009 y 2012 el número de homicidios fue menor que en 1991. Vecindarios que antes eran semilleros de crimen son ahora populares centros de restaurantes y lugares nocturnos.

El fenómeno no se limita a Washington. Entre 1990 y 2012 el crimen en EE UU cayó en promedio un 45%. La disminución se observa en todas las clasificaciones de crímenes: asesinatos, agresiones agravadas, robos, violaciones, hurto de vehículos. La caída ha abarcado todas las regiones, pero el mayor progreso ha ocurrido en las ciudades más grandes, donde los crímenes violentos se han reducido en más del 60%. El caso de Nueva York es el más impactante. En 1990 se registraron 2.248 asesinatos en la ciudad. En 2013 apenas 333.

Lo curioso es que la crisis económica que estalló en 2008, la peor en siete décadas, no revirtió esta tendencia. Muchos expertos previeron que la crisis acarrearía una ola de crimen como la que se inició en el país en los sesenta. Pero ocurrió lo contrario: a partir de 2007 comenzó otro declive. Mientras el desempleo se duplicaba, la criminalidad seguía disminuyendo. Y en algunas ciudades el crimen no sólo cayó, sino que la caída se aceleró durante la crisis.

Encarcelación, demografía, crack

La caída del crimen ha durado ya más de dos décadas y se ha producido en dos fases. La reducción más sustancial ocurrió en los noventa. Luego, entre 2000 y 2007, el crimen se niveló. Pero en 2007 se inició otro declive. Las causas que impulsaron esta caída son diferentes a las que provocaron la anterior.

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Entre las causas del primer declive la mayoría de los criminólogos señala la política de encarcelamiento masivo de EE UU. Entre 1980 y 2008 la tasa nacional de encarcelados pasó de 220 a 756 presos por cada 100.000 habitantes. Esta tasa es seis veces mayor que la tasa promedio de los países de la OCDE. Los presos de EE UU sobrepasan hoy los dos millones.

La tasa de homicidios sigue siendo casi seis veces mayor que la de algunos países europeos como Alemania, donde la tasa de encarcelación es nueves veces menor. Otros países han demostrado que se puede reducir el crimen sustancialmente sin una política tan punitiva como la americana. Pero que esta política sea ineficiente y moralmente objetable no significa que no haya sido efectiva.

También inciden los cambios demográficos. Algunos expertos dicen que la mejor receta para evitar el crimen es cumplir 30 años. Entre 1980 y 2000 la población de jóvenes entre 15 y 24 años, el grupo más propenso a perpetrar crímenes, se redujó en un 26%, un cambio significativo en la estructura demográfica de EE UU.

Al cambio demográfico se sumó el fin de la epidemia del crack. Las estadísticas muestran un aumento importante del número de homicidios en los setenta y luego a finales de los ochenta. Los expertos vinculan el aumento en los ochenta al surgimiento del crack en el mercado de narcóticos. Este aumento se concentró en grupos de jóvenes en las ciudades más afectadas por la epidemia. Cuando el consumo del crack amainó, los homicidios disminuyeron casi inmediatemente en estos mismos grupos.

Las mejoras y expansión de las policías también son comúnmente citadas como causas. El número nacional de funcionarios policiales por persona aumentó en un 14% durante los noventa. Las innovaciones en el uso de bases de datos para detectar los “puntos calientes” donde se cometen la mayoría de los crímenes permitieron a las policías desplegar más eficientemente sus patrullas.

Sin embargo, estas mejoras policiales no se implementaron uniformemente en el país, razón por la cual no son una explicación convincente al declive de los noventa. En ciudades donde no se hicieron reformas el crimen también bajó.

Otras explicaciones populares también han sido fuertemente cuestionadas. Algunos expertos argumentan que la legalización del aborto en 1973 contribuyó a la caída en los noventa. Esta medida, dicen, llevó a que menos madres pobres y solteras tuvieran niños no deseados que suelen ser más proclives a cometer crímenes durante su juventud.

Pero Franklin Zimring, autor de El Gran Declive Americano del Crimen, señala que el número de niños pobres, sin padre y pertenecientes a minorías raciales -el grupo más propenso a cometer delitos- aumentó durante los setenta y ochenta. “La legalización del aborto no disminuyó la proporción de jóvenes de alto riesgo”. Zimring además dice que en otros países donde se ha legalizado el aborto el crimen no ha caído como en EE UU.

El factor inmigración

Cuando en 2007 tres jóvenes fueron asesinados por inmigrantes indocumentados en Nueva Jersey, el republicano Tom Tancredo, entonces precandidato presidencial, criticó a los líderes de la ciudad por promover la inmigración ilegal. Newt Gingrich y el ex senador Fred Thompson vincularon el horrendo crimen a los 11 millones de indocumentados que residen en EE UU.

Todos parecían ignorar que la caída del crimen en los noventa coincidió con un aumento masivo de inmigrantes.

¿Fue la inmigración otra causa importante del declive?

La caída del crimen en los noventa ocurrió a nivel nacional. Que los homicidios disminuyeran en todas las regiones hizo que los criminólogos descartaran explicaciones locales. La inmigración no es una explicación convincente al primer declive porque durante esa década los inmigrantes se concentraron principalmente en algunas grandes ciudades. El crimen bajó en lugares donde no había muchos inmigrantes.

Pero el segundo declive entre 2007 y 2011 no fue tan uniforme. Algunas ciudades tuvieron un mucho mejor desempeño que otras. Por eso algunos expertos se enfocaron en las experiencias locales y concluyeron que las ciudades que lograron reducir más el crimen hicieron tres cosas: acogieron a los inmigrantes con políticas de integración, implementaron medidas para combatir la segregación e impulsaron políticas de revitalización económica de vecindarios pobres.

¿Por qué estas políticas podrían haber ayudado a mermar el crimen?

Inmigrantes de primera y segunda generación suelen cometer menos crímenes que norteamericanos con el mismo nivel de ingreso. La diferencia no es sólo individual. En comunidades con un alto porcentaje de inmigrantes hay menos crimen que en comunidades del mismo nivel socioeconómico sin inmigrantes.

“Normalmente los inmigrantes vienen a trabajar duro y tener éxito”, dice Gary LaFree, criminólogo de la Universidad de Maryland. “Creen en el sueño americano más que los americanos”.

Cuando un grupo de inmigrantes llega a un vecindario los criminales no desaparecen mágicamente. ¿Qué ocurre entonces? John Roman, analista del Urban Institute en Washington, dice que los vecindarios más violentos padecen problemas graves de segregación, despoblación y pobreza concentrada. Los inmigrantes actúan como remedios naturales a esas tres enfermedades propulsando la transformación positiva de los vecindarios.

“Si en un lugar el crimen es la norma entonces la gente va a cometer crímenes”, dice Roman. “Si el lugar cambia, el crimen baja. El crimen es consecuencia del lugar”.

Cuanto más baja el crimen más atractivo se hace un vecindario para jóvenes profesionales y personas pudientes que, su vez, atraen a los inversionistas. Las mejoras se acelaran si los gobiernos locales simultáneamente implementan políticas para combatir la segregación e impulsar la revitalización económica a través, por ejemplo, de incentivos tributarios. El proceso puede convertirse en un círculo virtuoso.

Dallas, Houston, San Diego y Washington han impulsado estas políticas, a diferencia de ciudades como Filadelfia, Chicago, Detroit y Baltimore. En algunos casos las ciudades del primer grupo han tenido un peor desempeño económico que las del segundo grupo, pero por haber promovido estas políticas han logrado reducir más el crimen.

Todo esto, por supuesto, atiza el debate sobre la reforma migratoria en EE UU. Si es discutible que la inmigración ayudó a reducir el crimen, lo es aún más que ayudó a aumentarlo. No hay pruebas que indiquen que con menos inmigrantes la disminución del crimen hubiese sido aún más dramática. Más bien la evidencia sugiere que el país se ha vuelto más seguro gracias, en parte, a los inmigrantes.

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