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Columna
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Dios en la escena pública

Rouco Varela se queja de que Dios está excluido de lo político, pero en España la Iglesia católica aún tiene el monopolio de las celebraciones oficiales

Josep Ramoneda

El cardenal Rouco Varela se despide de su cargo de presidente de la Conferencia Episcopal denunciando el triunfo de “una cultura mundana que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público”, un tema recurrente en el atormentado pensamiento de quien ha dirigido la Iglesia española con arrogancia y desprecio a los que no se pliegan a su doctrina.

El lamento del cardenal llegó el mismo día en que presidió la misa de conmemoración del décimo aniversario del 11-M. En este país, en que, según el cardenal, Dios está excluido de lo público, todavía la Iglesia católica tiene el monopolio de las celebraciones oficiales. El irritado cardenal se erigió en portavoz de la siniestra teoría de la conspiración el día en que por fin, diez años después, la derecha parecía renunciar a ella.

Rouco deja el sello del insoportable cinismo del que se considera con derecha de pernada sobre las mentes de los ciudadanos de un país. Queda mucho camino por recorrer hasta que el Estado español sea realmente aconfesional, como dice la Constitución. Todas las creencias tienen derecho a la palabra, pero solo una ordena y manda, sobre todo cuando gobierna la derecha. Con Zapatero, la Iglesia perdió unos cuantos puntos en la batalla ideológica, pero ganó dinero, al que tampoco hacen ascos los funcionarios de Dios.

Todas las creencias tienen derecho a la palabra, pero solo una ordena y manda, sobre todo cuando gobierna la derecha

El Gobierno del PP trabaja para que la Iglesia recupere lo perdido, promoviendo una restauración conservadora, en materia educativa y de derechos individuales, con las leyes Wert y Gallardón como estrellas del regreso al pasado. El cardenal Rouco, que siempre quiere más, se lo agradece ridiculizando a la clase política, que considera “de nivel intelectual más bien pobre, afectada por el relativismo y el emotivismo”.

Rouco se va. Es evidente que vive a años luz del nuevo discurso Vaticano. Queda por ver cómo las buenas palabras del Papa se traducen en hechos, pero la Iglesia busca recuperar terreno con una imagen de complicidad y proximidad con los más diversos sectores de la sociedad, completamente opuesta a la frialdad metálica del expresidente de los obispos. Recientemente, el abad de Montserrat, Josep Maria Soler, pronunció unas palabras que demuestran que si la creencia se asume con humildad, no es incompatible con la democracia. Decía el abad, a propósito del proyecto de ley del aborto: “Los cristianos no podemos pretender imponer nuestra visión antropológica en la sociedad plural, no podemos pretender que la moral cristiana se convierta en ley del Estado”. No recuerdo una expresión tan rotunda de asunción de la cultura democrática por parte de una autoridad eclesiástica, en un país en que obispos como Rouco Varela y su corte medran para que su verdad sea la de todos y el Gobierno se ha convertido en correa de transmisión de sus obsesiones misóginas y autoritarias.

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