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“Me puso el cuchillo en el hombro y me dijo: ‘¿Cómo quieres morir?”

Kasia, a quien su ex pareja asestó 12 puñaladas hace un año, ha decidido dar un paso al frente: "No quiero vivir con miedo"

J. J. Gálvez
Kasia, en el salón de su casa de Navacerrada, este junio.
Kasia, en el salón de su casa de Navacerrada, este junio.Santi Burgos

"A veces tengo pesadillas... Recuerdos e imágenes que regresan... Veo algunos cuchillos y me quedo paralizada... Pero, ¿miedo a él? No. A él no le tengo miedo. ¿Qué más puede hacerme? ¿Puede salir de prisión y volver a intentar matarme? Sí, puede hacerlo. Pero he decidido que no quiero vivir con miedo. No me voy a esconder".

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Las palabras de Kasia, de 45 años, resuenan en el salón de su casa de Navacerrada, donde decenas de libros comparten estanterías con las fotografías de sus dos hijas adolescentes, de 14 y 15. Aquí, a solo unos metros del dormitorio donde su ex marido se le acercó por la espalda y le asestó 12 puñaladas; rememora el día —era un lunes, recuerda— en el que se convirtió en "superviviente" de la violencia machista. Una lacra que dejó 44 mujeres asesinadas el pasado año y que este 2017 suma ya 28. El último caso sucedió esta misma semana: el martes en Las Gabias (Granada), donde un hombre de 51 años mató de un disparo a su pareja.

El intento de asesinato de Kasia se produjo hace un año. Aquella jornada, España acababa de perder frente a Italia en los octavos de final de la Eurocopa de Francia. Un encuentro que Kasia tiene grabado en la memoria. Después de que el árbitro pitara el final, empezó todo. "Llegué a casa y él estaba viendo el partido. Me fui al dormitorio a cambiarme. Entonces, sentí que se acercaba por detrás", explica, apenas unas semanas después de exponer su historia en el Congreso, donde participó el 29 de marzo en una sesión de la subcomisión para un Pacto de Estado en materia de Violencia de Género. "Qué mejor que el testimonio de una mujer que lo ha pasado, para animar a otras a que denuncien", repite esta polaca, economista de formación.

"Es difícil dar el primer paso. La agresión no se produce de un día para otro. La violencia machista es todo un proceso. Es como una tela de araña que, progresivamente, te va atrapando. Sin que te des cuenta. Hasta que no te deja moverte", subraya esta mujer natural de Katowice, que describe cómo funciona esa red que "te va aprisionando" y que, en su caso, comenzó con la renuncia a su vida laboral porque él se lo pidió —"en ese momento, pensaba que no quería que trabajase por cariño. Ahora veo, en cambio, que era para tenerme controlada"—; con esa ropa que no quería que se pusiese; con ese objeto que ella compraba y que él tiraba porque no le gustaba...

"En ese contexto, justificas todo", añade Kasia, que conoció a su ex marido, Jarek F., también polaco, en su país natal: "Fue un flechazo. Lo dejé todo y me vine con él a España". El 23 de enero de 2001 llegó a Madrid para comenzar una nueva vida, que se tradujo en infinidad de perdones que "nunca debí haber concedido". Como cuando, harta de aguantar insultos, se marchó a casa de una amiga durante una semana y se llevó a las niñas con ella: "Pero vinieron las promesas y me dijo que iba a dejar el alcohol. Y volvimos".

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Kasia tardó años en denunciar. Lo hizo por primera vez en octubre de 2015. "Fue después de una discusión. Había llegado borracho a casa y empezó a insultar a mi padre. Le dije que parara. Entonces, me agarró por la espalda y me empujó. Yo conseguí escaparme y avisar a la policía", cuenta sobre un ataque que derivó en una orden de alejamiento. Y en el divorcio, en marzo de 2016.

Pero en junio del pasado año, tras meses sin verse, le dijo a Jarek que podía quedarse en casa unos días. Se había marchado a Polonia y había vuelto a España por negocios. "Pensé que así sus hijas podrían pasar tiempo con él. Lo echaban de menos", continúa Kasia al adentrarse en el relato sobre la agresión.

"Lo llamaba accidente"

27 de junio de 2016. "Me puso el cuchillo en el hombro y dijo: '¿Cómo quieres morir?' Y empezó a apretar. Después, sentí un golpe en el costado. Me tiró a la cama y traté de defenderme".

Entonces, Kasia agarró la hoja del cuchillo con sus manos, marcadas todavía hoy por las cicatrices. Y gritó. Los vecinos la oyeron y alertaron a la Guardia Civil, que tardó unos minutos en llegar. Los agentes entraron por la ventana del dormitorio. Inmovilizaron al agresor y auxiliaron a la víctima: "Luchaba por seguir consciente. Aún lo estaba cuando me metieron en la ambulancia. De hecho, recuerdo que un médico me dijo en ese momento: 'Ya puedes dormir tranquila".

"Durante mucho tiempo, fui incapaz de hablar de intento de asesinato. Lo llamaba accidente. Sé que es difícil de entender, pero era incapaz de pronunciar esa palabra hasta que, en el Congreso, un diputado la dijo. Al oírla en su boca fue como un golpe seco. Me cambió el chip", narra Kasia un año después de la agresión; cuando, según dice, ya se ha deshecho de la “tela de araña” que aún la envolvía meses después del ataque. "Cuando desperté en el hospital, tenía unas enormes ganas de vivir. No quería saber nada de él. Pero, en los meses posteriores, lo echaba de menos. Me daba pena. Es que recuerdas los buenos momentos y vuelves a justificarlo. Por eso, desde el momento en el que una mujer denuncia, tiene que recibir ayuda psicológica".

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Sobre la firma

J. J. Gálvez
Redactor de Tribunales de la sección de Nacional de EL PAÍS, donde trabaja desde 2014 y donde también ha cubierto información sobre Inmigración y Política. Antes ha escrito en medios como Diario de Sevilla, Europa Sur, Diario de Cádiz o ADN.es.

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