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¿Tiene que ser rentable la educación?

El valor de la educación y el conocimiento

Con la crisis económica, ha habido un nuevo llamamiento a invertir en educación. El motivo está muy claro: la educación es rentable. Sin embargo, en épocas de confusión económica, tendemos a olvidarnos de los intereses y valores que no son monetarios. De modo que debemos preguntarnos: ¿tiene que ser rentable la educación desde el punto de vista económico? ¿O es el conocimiento en sí un valor?

Educar a nuestros hijos en física, química y otras ciencias es una inversión por adelantado en futuros avances tecnológicos. Dichas inversiones pueden acabar dando réditos económicos, pero además ofrecen unos beneficios no monetarios. Por ejemplo, en la protección ambiental: la educación, además de fomentar la sensibilidad hacia los problemas ambientales, puede estimular los conocimientos científicos y las aptitudes que hacen falta para resolver esos problemas. Por tanto, es conveniente despertar la sed de conocimientos en los jóvenes. Si, de niños, quieren saber qué función tiene el Sol, más tarde quizá se dediquen a la investigación científica sobre el uso de la energía solar.

Hemos llegado así a una primera respuesta a la pregunta sobre el valor de la educación y el conocimiento: es un medio para contribuir al progreso tecnológico y, por tanto, una forma de contribuir a resolver acuciantes problemas ambientales. Pero esta respuesta está incompleta. También buscamos el conocimiento por el conocimiento. No todas las investigaciones tienen que tener un resultado práctico. Y esta es una actitud que se ve, sobre todo, en los niños. Desean saber cómo calienta el Sol y cómo se genera la energía, pero ese interés por saber es independiente de la necesidad de soluciones técnicas a cualquier problema concreto como el calentamiento global.

¿Qué relación tiene este interés en el conocimiento con el valor del conocimiento? Sin duda, el conocimiento posee un valor instrumental para quienes lo adquieren; por ejemplo, contar con determinados conocimientos y determinadas aptitudes facilita las oportunidades de empleo. Pero, al margen de ese valor instrumental, ¿de qué forma mejora la vida directamente? Centrémonos en la perspectiva de quienes buscan el conocimiento, es decir, en la calidad de sus experiencias. ¿En qué consiste adquirir conocimientos? La atención y la concentración necesarias para adquirir conocimientos proporcionan experiencias valiosas. Los momentos concretos de aprendizaje pueden ser enormemente enriquecedores. Es estimulante ver cómo los pequeños detalles, los fragmentos de información y los conocimientos aislados forman de pronto un cuadro completo; de repente podemos explicar un fenómeno, aunque no por ello deje de ser asombroso. Estas experiencias son valiosas en sí mismas, al margen de su valor instrumental. Es decir, la búsqueda del conocimiento crea la posibilidad de un tiempo bien aprovechado.

Este punto de vista saca a la luz aspectos importantes de la educación en las artes. La apreciación estética, por ejemplo, explorar la profundidad de una obra de arte y admirar su dimensión, también va acompañada de experiencias valiosas. Ese es un motivo importante para fomentar la comprensión del arte y la música mediante la educación. A primera vista, parece que la educación estética es más difícil de justificar que la educación científica. Se pone más a menudo en tela de juicio y se cuestiona su valor. Incluso se recortan temporalmente materias como el arte y la música. Algunos defienden la educación estética explicando que la educación musical mejora las aptitudes matemáticas y, como estas son necesarias para futuros inventos técnicos, la educación artística queda justificada por su aportación al progreso técnico. Pero este no es más que un resultado marginal de esa educación. A lo que debemos prestar más atención es a las valiosas experiencias que permite la educación estética. Como hemos visto, incluso en la educación científica, debemos centrarnos en las experiencias valiosas que acompañan a la adquisición de conocimientos. No debemos quedarnos con el valor instrumental de ciertas aptitudes y ciertos conocimientos.

Conocer y comprender mejor nuestro mundo tiene unos beneficios no monetarios. Si solo prestamos atención al valor instrumental del conocimiento, un conocimiento que dé rendimientos económicos, pasamos por alto una faceta importante de lo que enriquece nuestra vida. La crisis económica debería empujarnos a una reflexión sobre los aspectos no monetarios de una buena vida. Una reflexión que nos ayudará a no perder de vista los aspectos no monetarios de la educación.

Kirsten Meyer es profesora de la Universidad Humboldt de Berlin. www.atomiumculture.eu Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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