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Etiquetas, ¿papel mojado?

El etiquetado nutricional es voluntario. Pero la mayoría de los productos alimenticios lo lleva. El 60% de los consumidores no lo lee y la mitad no lo entiende. Un fracaso que pesa en la alimentación

El estudio elaborado por el Consejo Europeo de Información sobre la Alimentación (EUFIC, según sus siglas en inglés) y la Universidad de Aarhus (Dinamarca) sobre el papel del etiquetado nutricional entre los consumidores británicos deja una sensación de decepción semejante a la del opositor que va superando todos los exámenes y falla en el último. Cada vez más alimentos envasados incluyen etiquetado nutricional. Y los usuarios lo entienden. Pero, y aquí viene la decepción, "solo el 27% lo usa para realizar opciones de compra saludable", subraya la encuesta.

El etiquetado informativo, que indica peso o fecha de caducidad, es obligatorio. El nutricional es voluntario y, aun así, entre el 85% y el 90% de los productos que se comercializan en España contienen alguno, mejor o peor, según calcula Roberto Sabrido, presidente de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN). Ahora bien, el 60% de los españoles nunca lo lee y a la mitad le cuesta entenderlo, según datos que manejan AESAN y la Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (CEACCU).

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La CEACCU estima que una etiqueta alimentaria de las actuales necesita, como mínimo, ocho minutos para ser leída y comprendida. Los compradores le dedican, de media, menos de un minuto. Sabrido cree que el problema de fondo radica en que no seguimos una dieta saludable y equilibrada, por mucho que digamos que sí, y no prestamos la suficiente atención a nuestra ingesta. Él lo denomina banalización del hecho de comer. "Es secundario, lo asociamos con eventos sociales o lo vemos como algo que hay que hacer, es ese 'tomamos algo rápido' y seguimos trabajando, o de compras, o visitando el museo. Nos molesta perder el tiempo en el supermercado consultando qué nutrientes lleva cada cosa, pero no nos importa hacer dos horas de cola para un espectáculo deportivo", declara.

Los autores del trabajo codirigido por el EUFIC se encontraron con que la principal razón citada por los encuestados ingleses para elegir un producto era el sabor, no la salud. "Solo cuando la política de etiquetado se incorpore a una política de nutrición más amplia, que utilice instrumentos para hacer crecer el interés por comer saludablemente, se puede esperar un aumento de la comprensión y el uso de las etiquetas", sugieren.

"Las etiquetas son muy poco útiles para llegar a saber las características de los alimentos que consumimos", sentenciaba un estudio de la CEACCU tras analizar, este mismo año, 60 de uso muy cotidiano. El informe detectó, por ejemplo, que las raciones sobre las que muchas veces se calculaban las calorías, las grasas, los azúcares o la sal -30 gramos como supuesta ración media de cereales, 25 gramos en los snacks o 15 gramos para una mahonesa- no se correspondían con las reales.

El 97% de los productos que informaban de su sal no utilizaba esta palabra, sino sodio, que es más técnica, menos común. En algún caso, el sodio aparecía en la tabla de vitaminas y minerales, mientras que en alimentos con alto porcentaje de azúcar (como zumos o galletas), este se incluía en los hidratos de carbono. El colesterol y grasas trans venían en las tablas nutricionales cuando su presencia no tenía ningún valor informativo (colesterol: 0 g; grasas trans: 0 g), añadiendo confusión.

Cada bote o paquete tendría que llevar impreso, como mínimo, y expresado con claridad el aporte de azúcar, grasa, grasa saturada, sal y fibra del alimento en cuestión, según la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD). Se trata, según enfatizan, de una herramienta "para la promoción de la salud", ya que ayuda a los consumidores "a realizar una mejor selección de alimentos". Su implantación debería acometerse de una manera homogeneizada, igual en todos los países, según insta a los responsables políticos. Lo cual está resultando complicado. La Unión Europea lleva más de dos años debatiendo la adopción de un etiquetado nutricional común para todo su territorio, sin haber logrado hasta ahora la fumata blanca. Se han alcanzado acuerdos parciales, como cuál habrá de ser el tamaño mínimo de la letra (1,2 milímetros, aunque con excepciones). La actual presidencia belga ha anunciado consenso político en diciembre, aunque no está claro que vaya a ocurrir. "Está siendo un proceso demasiado largo; corremos el riesgo de perder la confianza de los consumidores", reconoce Sabrido.

Y, mientras tanto, cada cual hace la guerra por su lado. Algunos fabricantes optan por los semáforos: códigos de colores que indican si un contenido es alto (naranja), medio (amarillo) o bajo (verde) en calorías, azúcar, grasa, grasa saturada y sal. Un 84% de los británicos participantes en el estudio del EUFIC hizo la elección más saludable de comida preparada gracias a tan vistosa herramienta. Y un 88% acertó utilizando la Guideline Daily Amount (GDA) o Cantidad Diaria Orientativa (CDO) que una personas adulta y sana necesita al día, y que es la fórmula que más adeptos gana en Europa y por cuya generalización apuesta España.

Suele encontrarse expresada en porcentajes: una ración de producto que contenga 226 kilocalorías cubre el 11% de las necesidades energéticas diarias (2.000 kilocalorías para mujeres y 2.500 para hombres). O en tablas, muy típicas en los paquetes de cereales (que se llevan la palma en cuanto a profusión de este tipo de datos): especifican calorías por ración (algunas por 30 gramos, otras por 100), porcentaje de las necesidades diarias que cubren y CDO. Cuando la etiqueta muestra el contenido de vitaminas o minerales, en vez de CDO aparecerá CDR (RDA en inglés): Cantidad Diaria Recomendada.

El formato más difundido, de largo, es la tabla en la parte posterior del envase, según constata en sus últimas investigaciones el proyecto europeo Food Labelling to Advance Better Education for Life (FLABEL), que ha auditado ya más de 37.000 productos en su afán de medir la penetración de las leyendas nutricionales en los 27 países de la UE más Turquía. Ha encontrado que las declaraciones nutricionales y las CDO (algunas veces expresadas en gráficos) son los reclamos más frecuentes para la parte frontal. Los últimos datos del FLABEL detectan que la información está cada vez más presente y que se refiere mayoritariamente a cuatro grandes categorías (calorías, proteínas, carbohidratos, grasas) y a veces incluso ocho, cuando a las cuatro anteriores se suman el azúcar, la grasa saturada, la fibra y el sodio/sal.

Pero, ojo, porque el exceso puede ser tan malo como el defecto. Al menos así lo piensa Sabrido, consciente de que no conviene quedarse cortos, pero tampoco "convertir los envases en prospectos de medicamentos". El presidente de la AESAN revela las pautas que él mismo, médico de formación, sigue en su vida cotidiana: suele ir a las leyendas sencillas, descartando las excesivamente largas y farragosas. Recomienda fijarse, sobre todo, en las calorías por cada 100 gramos y en la composición: azúcares, sal (muy importante) y grasas saturadas. Y andar atentos frente a la picaresca de algunos fabricantes: cuando se indica "aceites vegetales" sin más, es posible que haya aceite de coco o de palma, que, pese a ser vegetales, contienen abundantes grasas saturadas perjudiciales para la salud cardiovascular.

En las palomitas, precocinados o bollería industrial pueden aparecer las "grasas hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas". Y eso ¿qué es?, ¿bueno o malo? Peor: resultan mucho más perjudiciales que las saturadas para el colesterol, los triglicéridos y las arterias. Pero antes de todo eso, como primera medida, Sabrido procura "comprar alimentos naturales, que no requieran etiquetado". Una naranja es una naranja, no necesita mayor explicación.

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