_
_
_
_
_

Regina consiguió salvar a su hija

El mayor acceso a los tratamientos reduce la transmisión materno-filial en África La falta de fondos amenaza los logros

Regina Moro, de 19 años, con su hija Jessica, de dos.
Regina Moro, de 19 años, con su hija Jessica, de dos.NANA KOFI ACQUA (GLOBAL FUND)

Regina es casi una adolescente. A sus 19 años, se la ve frágil, cansada pero entregada al cuidado de su hija Jessica, de dos años. Ellas pueden ser el símbolo de lo que, poco a poco -demasiado lentamente, según muchos-, se está consiguiendo en los países más castigados por el VIH. En la enorme sala de espera del hospital Korle-bu de Accra (Ghana), Regina y Jessica esperan para ser atendidas. Y para ser entrevistadas por los periodistas invitados por el Fondo Mundial contra el Sida, la Malaria y la Tuberculosis. Hace falta que una de las enfermeras haga de intérprete. Regina casi no habla inglés. Ambas simbolizan un éxito parcial en la lucha contra la enfermedad. A Regina le transmitió el VIH su madre. "La conocemos desde pequeña", dice una enfermera. "Tomo los antivirales desde los nueve años", afirma la joven. Pero ella ha conseguido ser madre sin transmitir el virus a su hija, rompiendo así la cadena por uno de sus eslabones más débiles.

Madre e hija representan el pasado y futuro de un continente donde vive el 70% de los más de 30 millones de personas con VIH que hay en el mundo, según el último recuento de Onusida, la agencia de las Naciones Unidas creada para tratar esta pandemia. También su feminización: de las 260.000 personas con VIH que viven en el país, el 60% son mujeres.

A Regina, el padre de la niña la abandonó justo después de dar a luz. Ella vive en casa de una tía. "No puedo trabajar", se queja. Cada dos meses tiene que ir al hospital a por pastillas. En Ghana, un país donde el 2% de la población adulta está infectada (en España la tasa es del 0,5%), solo el 60% de las personas que lo necesitan reciben el tratamiento. Y eso se considera un éxito de los programas de ayuda, ya que la media mundial está en el 47%, según Onusida. Además, Regina, por ser madre, lo recibe gratis, algo que muchos de los otros afectados que van a la misma clínica, como Richard Adzati, no pueden decir. A él le cuesta unos 2,5 euros al mes. Nada comparado con lo que tendría que pagar un español por la misma medicación (alrededor de 580 euros mensuales), pero una cantidad que para este hombre de 44 años con tres hijos a su cargo puede resultar prohibitiva.

En el mundo hay unos 30 millones de infectados; el 70% vive en África

El éxito del caso de Regina y Jessica está en un cambio de las pautas de tratamiento, que explica la enfermera Joyce Dodoo. "A todas las mujeres que vienen a la clínica se les hace la prueba del VIH. Si están embarazadas y dan positivo, el tratamiento empieza a las 14 semanas de gestación. Y se mantiene durante un año después del parto. Así se consigue que la carga viral se reduzca, y que puedan amamantar a sus hijos seis meses, que es lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud", explica.

No es un método perfecto, ya que un 6% de los niños acaban infectados, pero es mejor que lo que había antes, y tiene la ventaja de que permite mantener la lactancia, que es la manera más barata, segura y efectiva de alimentar a los bebés en países como Ghana, donde ni siquiera el agua de los mejores hoteles es segura para el consumo humano. Todo este trabajo, sin embargo, se enfrenta a una amenaza. Con la crisis y una campaña de boicoteo, algunos países, como España, han cancelado o recortado sustancialmente su ayuda al Fondo Mundial. La situación ha llegado a un extremo que la organización Aids-free World, que lidera Stephen Lewis, ha calificado de homicidio los recortes en unos programas que han conseguido llevar tratamientos a más de 2,5 millones de personas, evitar 800.000 casos de transmisión materno-fetal del VIH y repartir 1.800 millones de preservativos. Sin contar los 6 millones de personas con tuberculosis tratadas o los más de 100 millones de casos de malaria.

Para algunos, el precio de la medicación es prohibitivo

Y eso se nota hasta en las afueras de Accra, donde Sam Boateng, presidente de la ONG International Peace Advocacy Association y portavoz de los pacientes del hospital Korle-bu, se queja de que no hay repuestos para las máquinas del laboratorio, de que de vez en cuando escasean medicamentos y de que falta dinero para programas para los grupos de autoapoyo. "Y si la gente no se reúne, los datos muestran que aumentan las infecciones", insiste.

Richard Adzati, que pertenece a uno de los grupos de pacientes -y también lidera una ONG, Phoenix Foundation, porque él, como el ave mitológica, ha renacido de sus cenizas- apunta otro aspecto "mejorable si hubiera dinero": la comida que se da en los hospitales. "Mucho decirnos que debemos comer bien, que tomemos verduras, y cuando estás ingresado no te las dan", dice. Claro que el enfado se le pasa algo cuando se entera de que ese tipo de menús se da en todos los hospitales del mundo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_