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Amenazas del espacio exterior

Una red mundial de científicos vigila constantemente el firmamento. La chatarra espacial, los asteroides y el clima espacial son los principales peligros que nos acechan

El planeta Melancolía ha aparecido desde más allá de las fronteras del Sistema Solar atraído por la gravedad del Sol. Al modo de los cometas, ha girado alrededor del astro rey y se dirige hacia la Tierra. Los científicos aseguran que se tratará de un mero sobrevuelo y que pasará de largo, pero, seguramente, Melancolía colisionará con la Tierra, ante la impotencia y estupefacción de la raza humana, que será destruida en la brutal colisión.

No teman: esta historia es el argumento de la última y alucinada película del polémico director danés Lars Von Trier, titulada con el nombre de ese planeta intruso, Melancolía. La hipótesis que plantea Von Trier es imposible en el mundo real: ningún planeta va a aparecer de allende los límites del Sistema Solar ni salirse de su órbita para colisionar con la Tierra. Pero sí hay otros peligros en el espacio. Afortunadamente, también hay científicos vigilantes que escrutan el espacio exterior para preverlos.

"Buena parte del polvo que se deposita sobre la carrocería de un coche cuando está mucho tiempo aparcado proviene de los meteoritos", explica un científico
Los residuos espaciales ponen en peligro a los satélites operativos que pueden ser dañados y también a nuestras cabezas si caen a la Tierra y no se destruyen al contacto con la atmósfera

"Las amenazas son tres: la basura o chatarra espacial, los asteroides y el clima espacial", explica Emmet Fletcher, responsable del programa de reconocimiento y seguimiento espacial de la Agencia Espacial Europea (ESA). Desde ESAC, el centro de Astronomía Espacial de la ESA en Villafranca del Castillo (Madrid), vigila para que estas amenazas no se concreten.

La basura o chatarra espacial se constituye por residuos tecnológicos de satélites que orbitan alrededor del planeta, hasta 6.000 toneladas, 20.000 fragmentos, de material inútil que se ha acumulado, girando en su danza cósmica, desde el lanzamiento del primer satélite artificial en 1957 (el célebre Sputnik soviético). Ponen en peligro a los satélites operativos que pueden ser dañados incluso por fragmentos de unos pocos centímetros que viajen a mucha velocidad y también a nuestras cabezas si caen a la Tierra y son lo suficientemente grandes para no destruirse en su entrada en la atmósfera. El programa Space Situational Awarenes (SSA) de la ESA se preocupa por tener a mucha de esta chatarra bien controlada. Los científicos e ingenieros sacan de órbitas útiles viejos satélites para aprovechar de nuevo esa órbita o redirigen satélites que vaya a colisionar con la chatarra. También se preocupan por dónde van a caer los satélites viejos y qué parte de esos satélites llegará a la superficie terrestre. El pasado mes de septiembre, precisamente, cayó el satélite incontrolado UARS de la NASA, sobre el Pacífico Norte, cerca de la costa occidental de EE UU.

Los asteroides también pueden alcanzar la Tierra. En realidad la caída de meteoritos es muy frecuente, pero su tamaño es tan reducido que no supone ninguna amenaza. "Buena parte del polvo que se deposita sobre la carrocería de un coche cuando está mucho tiempo aparcado proviene de los meteoritos", explica Fletcher. "El riesgo de colisión con un asteroide peligroso es pequeño, aunque sus consecuencias serían muy grandes". Para evitarlo los astrónomos someten al cielo a un constante escrutinio. "Si detectásemos un asteroide peligroso tendríamos todavía décadas para prepararnos, aunque lo óptimo sería desviarlo cuando este más lejos: así serviría una mínima desviación para que no chocase con la Tierra", explica Fletcher. "Destruirlo con explosivos sería la peor opción: es mucho mejor tener un asteroide grande controlado que incontables fragmentos pequeños incontrolados". También hay un asteroide que nos ha visitado recientemente, el 2005 YU55, que pasó a 324.600 kilómetros causando gran expectación y también un poco de temor. El asteroide Apofis se acercará mucho a nuestro planeta el 13 de abril de 2029. En 2004 se calculó que Apofis, de 270 metros de diámetro, tenía una probabilidad de 1 sobre 37 de colisionar con la Tierra con consecuencias terribles. "Pero ya estamos seguros que no es ningún peligro. Lo dice la Física y no cabe discusión", asegura Fletcher.

El clima espacial son los fenómenos causados en el medio interplanetario por la actividad del Sol. Las fulguraciones solares emiten radiaciones muy energéticas, como rayos X, o partículas de más baja energía, como protones, que serían fatales para la Tierra de no ser por el campo magnético terrestre, la magnetosfera, que las frenan y las desvían a los polos, donde forman las vistosas auroras boreales y australes. Cuando la llegada de este viento solar es muy intenso pueden variar nuestro campo magnético y afectar a nuestras redes eléctricas "que son, al fin y al cabo, como cables muy largos de electricidad" o a los oleoductos, según explica Fletcher. "Cuando tienes un cable en un campo magnético variable se inducen corrientes que pueden afectarnos", a veces revientan aparatos o provocan apagones (como el gran apagón en Quebec, en 1989, que afectó a seis millones de personas durante 12 horas). "También pueden arruinar satélites, como los del sistema GPS, y, cuando estos fenómenos se producen, es mejor decir a nuestros astronautas, si están operando fuera de la nave reparando algo, que se metan dentro, pues pueden ser peligrosos", explica el astrónomo. Los científicos observan cuidadosamente la actividad del Sol (que alcanzará un máximo a finales de 2012) y, por tanto, el clima espacial, para evitar estos problemas.

Una red mundial de científicos de instituciones como la NASA o la ESA vigilan constantemente el firmamento. El espacio tiene sus peligros pero, por el momento, podemos dormir tranquilos.

Imagen virtual de la sonda <i>Dawn </i>de la NASA, entre el asteroide Vesta (izquierda) y el planeta enano Ceres.
Imagen virtual de la sonda Dawn de la NASA, entre el asteroide Vesta (izquierda) y el planeta enano Ceres.

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