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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un esfuerzo equilibrado

Hemos de reivindicar la exigencia, pero no someter todo a la inmediata rentabilidad económica

Para hablar de este asunto con ciertas precauciones bastaría recordar que no faltan quienes esforzándose extraordinariamente no logran especiales éxitos. Podríamos atribuirlo simplistamente a su falta de capacidad, ya que algunos consideran que nos encontramos en un mundo donde el mérito se reconoce inmediatamente, con independencia de otras circunstancias, siempre que haya dedicación. A ser posible, absoluta. No obligatoriamente es así. Y de ello no se deduce que no defendamos el esfuerzo y la exigencia como del todo necesarios. Lo son, y no está mal reivindicar la llamada “cultura del esfuerzo”, pero, ya que estamos en ello, deberíamos avanzar algo más.

En primer lugar, para que no haya apropiación indebida de ciertos conceptos, como si fueran patrimonio de determinada ideología. Antes de dar lecciones de esfuerzo, conviene fijarse si no las estaremos impartiendo a quienes han vivido y viven en entornos y familias de exigencia permanente, lo que no ha sido exclusivo de aquellos que, como suele decirse, “han llegado muy lejos”.

Hemos de reivindicar el esfuerzo y la exigencia, que son necesarios en la vida, incluso para disfrutar de ella, pero no hemos de someter todo a la inmediata rentabilidad y productividad económica. La ciencia, la investigación o la formación, por ejemplo, son imprescindibles y exigen una enorme dedicación y esfuerzo, pero no han de valorarse simplemente por su inmediata rentabilidad ni deducir falta de entrega según valoraciones sin dimensión social.

El esfuerzo y la exigencia han de valorarse con criterios objetivos y con efectos equitativos, en contextos de igualdad de oportunidades, con horizontes y con repercusiones. Efectivamente, hemos de dar lo mejor de nosotros mismos, desarrollar nuestras capacidades, entregarnos a la tarea, luchar por nuestras convicciones y colaborar solidariamente. E impulsar estos valores. Ello también comporta una exigente dedicación que no es solo una conquista personal, sino una tarea social. Bienvenidos sean así los esfuerzos, que son sin duda imprescindibles.

No hemos de olvidar lo contagiosa que puede resultar la exaltación del éxito fácil y rápido, como si todo fuera efecto de la suerte, de la pura capacidad o de la decisión. Hemos de proponer modelos de referencia también en la dedicación y en los esfuerzos para lograrlo. Pero no pocos apologetas de estos esfuerzos olvidan que el éxito asimismo depende de las oportunidades.

No hemos de confundir este esfuerzo con la permanente claudicación o sumisión ante las circunstancias, como si todo se redujera a una cuestión de entregar horas. Sin duda son necesarias y la dedicación intensa y razonable es también un signo de calidad, pero no es suficiente esgrimirla sin más consideraciones. Promover el esfuerzo por el esfuerzo o el trabajo por el trabajo como condición previa, sin más repercusiones que la exaltación de una posición, con independencia de las condiciones o de los derechos, recuerda un supuesto ya defendido por un inquietante modo de pensar, según el cual el trabajo nos hará libres. Sin duda, no es lo que piensan quienes promueven con razón que el esfuerzo es imprescindible, pero entre todos hemos de modular el discurso. Ciertamente, no hay posibilidades de crecer, de mejorar, de promocionarse o de formarse sin esfuerzo, pero no con la voluntad de llegar a ser dóciles empleados, sino ciudadanos activos y libres.

Ángel Gabilondo es catedrático de Metafísica en la Autónoma de Madrid y exministro de Educación. Escribe el blog El salto del ángel en EL PAÍS.

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