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“No quiero cambiar el fado porque es mayor que yo”

La cantante, que ha hecho dúo con Alborán, publica el álbum ‘Alma’

Antonio Jiménez Barca
Carminho, en el barrio lisboeta de Bairro-Alto.
Carminho, en el barrio lisboeta de Bairro-Alto.FRANCISCO SECO

¿Cómo es una fadista del siglo XXI? Como Carminho: actual y orgullosamente portuguesa, capaz de dar la vuelta al mundo en un viaje largo para después quedarse a vivir en Lisboa. Carmo Rebelo de Andrade, Carminho, elige para la entrevista la terraza al aire libre del famosísimo café lisboeta A Brasileira, emblema del Chiado y de la ciudad entera, donde en su tiempo Fernando Pessoa se machacaba el hígado y el corazón a base de aguardientes en vasitos y poemas en servilletas. En una mañana fría y nublada de primavera, Carminho se arrebuja en el abrigo, pide algo consistente para desayunar y después explica por qué A Brasileira: “Yo vivo en otra parte de Lisboa, pero en este barrio viví mucho tiempo, aquí me senté y me siento muchas veces con los amigos, a pasar la tarde, este sitio es mágico por las presencias que convoca, tiene su historia, pero es también visitado por gente joven con nuevo espíritu”. Como el viejo e incombustible fado portugués, eternamente igual a sí mismo gracias a su continua renovación.

“La gente identificaba esta música con la dictadura de Salazar. Ya no ocurre", dice la portuguesa

Carminho, con 27 años, conocida en España por su dúo con Pablo Alborán, representa en su país el futuro de esta música. Sabe de qué habla: su madre, Teresa Siqueira, fue una conocida fadista, su familia regentó una casa de fados en Lisboa y ella misma cantó, de niña, ante Amália Rodrigues (“No le gustó mucho, no le gustaba mucho oír cantar a niñas”, recuerda). Desenvuelta, inteligente, rápida, sonriente, segura de sí misma, asume con orgullo el peso de la tradición pero se define muy hija de su tiempo, de “Internet, de YouTube y de Facebook”. Acaba de publicar su segundo disco, titulado, por elección suya, Alma. “Me decidí por esa palabra porque hay músicas para todo, para bailar, para relajarse, para caminar. Pero el fado es la música del alma. Va desde el alma del que canta al alma del que escucha”. Asegura que no tiene la intención ni de revolucionar ni de cambiar el fado (“porque, entre otras cosas, el fado es mayor que yo”), pero añade: “Las músicas populares cambian sin que te des cuenta”. Es consciente de que las generaciones de fadistas anteriores a la suya lo tuvieron más difícil: “La gente, hace años, identificaba el fado con la dictadura de Salazar, y pedían otras cosas. Ahora eso está superado”.

No siempre lo tuvo tan claro: “No me imaginaba que esto de cantar fados, que yo había vivido desde pequeña en casa, tan cerca, podía ser una profesión”. Así que estudió la carrera de Marketing y Publicidad. Una vez terminada, se dio cuenta de que no le convencía. Recibió ofertas para grabar discos, pero no se sentía tampoco preparada. Para aclararse, y con el dinero que había ahorrado de algunos recitales en casas de fados lisboetas, se lanzó, como se ha dicho, a dar la vuelta al mundo. Tenía 21 años y recorrió, junto con su prima, India, China, Vietnam, Camboya, Malasia, Singapur, Nueva Zelanda, Australia, Perú, Argentina, Chile, Uruguay y Brasil. El viaje duró un año entero. Trabajó en proyectos de cooperación que iba encontrando por el camino. Volvió metamorfoseada (“aún hoy sigo cambiando debido a ese viaje”), asumiendo el presente, convencida de su futuro. Y decidió hacerse cantante y residir en Lisboa. “El dinero de los fados me había llevado por el mundo; y el mundo me devolvió al fado”, resume.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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