_
_
_
_
_

Lágrimas o cosmética

En un país poco dado a las disculpas, banqueros y políticos empiezan a pedir perdón como hizo el Rey. La sociedad no solo exige conductas legales, sino ejemplares

La diputada Andrea Fabra, en el Congreso de los Diputados
La diputada Andrea Fabra, en el Congreso de los DiputadosGORKA LEJARCEGI

Los banqueros no lloran, pero por primera vez alguno pide perdón. Algo tan inusual que la publicidad en prensa de dos financieros contritos se ha convertido en noticia. Y eso en un país donde hace cuatro meses el Rey había pedido disculpas en público por primera vez. En una España tan poco dada históricamente a la contrición en voz alta, en poco más de una semana se han registrado, además, otras dos peticiones de excusas: la del gobernador del Banco de España y, en la política, la de la diputada Andrea Fabra —la del “que se jodan”—. Como si el Perdóname del Dúo Dinámico fuera la canción del verano. ¿O es solo una melodía cosmética?

“Antes de nada, perdón”. Con ese título, y después de todo —venta de productos tóxicos, inversiones imprudentes e indemnizaciones millonarias a exdirectivos—, el presidente ejecutivo de Novagalicia Banco, José María Castellano, y su consejero delegado, César González-Bueno, se han convertido en los primeros financieros españoles que piden disculpas en esta crisis a sus clientes víctimas de la mala gestión. Aunque en el tercer párrafo advertían de que las “malas prácticas se produjeron antes de nuestra llegada”. Tampoco han rechistado cuando, días después, una sentencia les ha obligado a devolver el dinero de una preferente. “Nosotros lo que queremos es pagar, no recurrir [el fallo]” —ellos querrían, pero Bruselas no les deja: defiende que el dinero público, como los 3.600 millones de euros que ha recibido Novagalicia, no está para eso—. Planteó ese deseo el primero de los directivos de la entidad gallega, que, amén de pioneros del perdón financiero —se han reunido con inversores arruinados—, lo son también de la imagen del banquero en mangas de camisa ante la prensa.

“En términos de imagen pública, lo han bordado”, murmura con cierta envidia una fuente del sector de las entidades financieras con inyección de dinero público. “No todo el mundo actúa igual, porque no todo el mundo tiene la misma situación”, defiende otra que tampoco ha apostado por esa vía. Pero para un experto en comunicación la cosa está clara: “En un país donde todos tienden a echar balones fuera, pedir perdón es un buen gesto”. Así lo valora Enrique Alcat, profesor de comunicación empresarial en el IE Business School. “Es una estrategia fantástica, perfecta en el clima de desconfianza hacia la banca. El primero que pide perdón, chapó. Aunque pueda ser de forma cosmética, es un éxito, una operación bien diseñada”, añade.

Una sociedad democrática es más dada a reprochar una mala conducta

El que se disculpa primero gana terreno, sostiene el experto. “El mea culpa debería entonarlo toda la banca. ¿No se decía que era la más solvente del mundo? Pero esto es inviable, entre otras cosas porque los bancos que van bien no se quieren mezclar con los que van mal”, plantea Alcat. La patronal de la banca, AEB, ha incidido en que ninguna de sus entidades ha fracasado. Y el banquero Botín planteó: “Los que hemos pagado impuestos y no tenemos ayuda del Estado somos menos culpables que los que tienen apoyos públicos”. La patronal de las cajas, CECA, se ha limitado a admitir que la reputación de las entidades “está muy tocada”. “No creo que se vaya a poner de moda entre los banqueros pedir perdón. No sería algo creíble, sino una cuestión cosmética”, zanja Alcat.

Pero al primero ha seguido el segundo a los pocos días. El martes, Luis Linde, el jefe y supervisor de todos banqueros, se convertía en el primer gobernador del Banco de España que pide disculpas por la actuación “con poca decisión, de modo insuficiente o inadecuado”. En el Congreso hizo una fuerte autocrítica, aunque él no tuviera poder cuando flaqueó la supervisión: “Soy solidario con lo hecho, aunque eso no me haga sentirme feliz. De alguna manera, también era mi responsabilidad”.

“En un momento de falta de ética y de principios, cae simpático automáticamente quien pide perdón. Tener la humildad de hacerlo es una buena forma de recuperar la confianza”, señala Alcat. Pero para que no se quede en lágrimas de cocodrilo —o de financiero, un mundo plagado de tiburones—, el gesto debe ir acompañado del “resarcimiento del daño causado”, apostilla. El perdón, que solo es completo si lo otorga la víctima, debe incluir arrepentimiento y propósito de la enmienda. Como en la confesión católica del pecado. Y esos elementos están en el anuncio de Novagalicia: “Hoy garantizamos que no volverá a ocurrir nada semejante”, afirman los responsables de la entidad tras dejar sentado que ellos no estaban al frente en la época de los desmanes.

Los actos humanos rara vez son puros únicamente", dice el ensayista Javier Gomá

En eso, precisamente, incide Manuel Pardos, presidente de la Asociación de Usuarios de Bancos, Cajas y Seguros (ADICAE). “Nos parece muy bien que los directivos de Novagalicia Banco hayan pedido perdón, pero son los nuevos”. Otros distintos de los que, en las antiguas cajas de ahorro, fueron capaces de permitir la venta de complejos productos financieros a clientes analfabetos. “Si hubieran sido Rato [expresidente de Bankia], Amorós u Olivas [Caja de Ahorros del Mediterráneo] tendría más mérito, porque serían banqueros que pedirían perdón por sus actuaciones”, recalca Pardos. Pero por ahí, silencio. En Bankia recuerdan que el nuevo presidente, José Ignacio Goirigolzarri, admitió que parte de sus clientes están “decepcionados” y citó el “desasosiego” de los empleados por tener “tensiones y desencuentros con sus clientes” que adquirieron preferentes. Lo dijo en una junta general donde un empleado, Francesc Xavier Capallera, sí pidió perdón. Ahora, este bancario es reacio a hablar sobre aquello, descontento por cómo los medios reprodujeron sus palabras.

Tal como están las cosas en el sector financiero, pedir perdón puede no salir gratis. “Quedas estupendamente, pero puede ponerte a los pies de un juez”, afirman en el sector que ha necesitado inyección pública. Y así es. ADICAE, experta en perseguir escándalos financieros —ha presentado una querella contra Bankia y está personada como acusación popular en el caso ya abierto; también es parte acusadora contra Caja Castilla-La Mancha (CCM) y plantea hacer lo mismo en la Caja de Ahorros del Mediterráneo—, está ojo avizor con los arrepentidos. “El anuncio de Novagalicia Banco nos sirve como prueba de que hubo una comercialización fraudulenta”, asegura Pardos. Porque la estrategia de ADICAE pasa por ahí: pedir que declaren como testigos quienes soliciten perdón por los errores, incluidos los empleados de banca. En la asociación creen que los arrepentidos son una palanca inmejorable para que se ahonde en las responsabilidades de los directivos responsables de los desmanes. De ahí que proyecten pedir que declare en el caso Bankia el responsable de una sucursal de Girona que pidió disculpas en la junta de accionistas.

Una manera de tirar de la manta, pero también un posible freno a las eventuales peticiones de disculpas, dicen en el sector de las descoyuntadas cajas.

¿De qué les sirve a las víctimas que les pidan perdón? “Uno no se conforma con eso cuando su dinero está en juego”, dice Pardos. “Lo que puede producir satisfacción es una recuperación razonable de los ahorros”, apostilla. “Si no hay reparación del daño, no hay concesión de perdón. Si uno no recupera sus 30.000 euros ¿cómo va a perdonar?”, plantea Alcat.

“Cuando uno ha perjudicado a muchos, pedir disculpas suena a falso, a cosmético”, tercia el sociólogo Daniel Kaplún. Máxime si además se tarda mucho en hacerlo. “Las disculpas empiezan a proliferar porque existe una gran irritación social, que provoca intolerancia cuando el poder sigue siendo prepotente”. A su juicio, quien más éxito ha logrado con sus excusas ha sido el Rey tras la cacería de Botsuana. “Fue más allá de las disculpas y reconoció el error. Dio la sensación de un arrepentimiento sincero para muchos”.

Una sociedad igualitaria, como lo son las democráticas, es más dada al reproche. Exige el cumplimiento de la ley y, también, la buena conducta. “El ‘cumple la ley y haz lo quieras” del Estado de derecho clásico ya no es suficiente”, plantea el filósofo y letrado Javier Gomá, autor de Ejemplaridad pública (Taurus, 2009). “Hay un plus extrajurídico que la sociedad demanda y que, si no se cumple, provoca un fortísimo reproche social”. Y frente a eso llegan las excusas, y a veces el perdón, “que entraña reconocerse deudor”. “Va más allá del ‘asumo mi responsabilidad’ tan vivo en el ámbito político y que quiere decir ‘asumo el desgaste pero no dimito’. El perdón implica que se asume una deuda por el daño producido”, detalla Gomá. Y eso, aunque la conducta que ocasionó el perjuicio fuera legal.

¿Hay que creerse a quienes piden perdón? Usted verá. “Los actos humanos rara vez son químicamente puros”, advierte Gomá.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_