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EL PAÍS SEMANAL

30 años de emoticonos

Los signos se crearon en 1982 para demostrar nuestro estado de ánimo a través de la escritura Mirados de lado dibujan caras sonrientes o tristes

Al ascensor de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh (Pensilvania, EE UU) no le pasaba nada, pero los profesores se cuidaron mucho de no usarlo aquella tarde del 16 de septiembre de 1982. Howard Gayle, profesor y dueño de un extraño sentido del humor, había entrado en el foro electrónico de la Universidad –un espacio primitivamente cibernético donde el personal debatía sobre temas que iban desde los aparcamientos o Star Trek hasta el aborto– para anunciar que “tras un accidente del departamento de Física, el ascensor se ha contaminado de mercurio. Existe un pequeño riesgo de incendio. La descontaminación terminará a las ocho de la mañana del viernes”. A la plantilla, la cosa debió de parecerle plausible y, cuatro horas después, hubo que aclarar que era una broma. Los profesores se dispusieron entonces a imaginar la forma de evitar que esto se repitiera. Hacer que una payasada no se pareciera, por escrito, tanto a un mensaje serio.

Uno sugirió que en el futuro se marcasen los chistes con el símbolo (*); otro, el más resultón (%). Cuando resolvieron que (*) sería para los chistes buenos y (%) para los malos, un tercero apostilló que (&) tendría más efecto “porque parece un gordo feliz convulsionándose de la risa”. El 19 de septiembre, un investigador de informática llamado Scott Fahlman escribió: “Propongo :-) para las bromas. Léanlo de lado”.

En el diccionario, entre el punto y la coma

ubén Ruano no daba crédito. Este ingeniero de telecomunicaciones zaragozano solo conocía de oídas al director de la empresa para la que trabaja. Este abril ascendió y recibió un correo a la hora de la salida: “Necesito un informe para mañana a primera hora. No te vayas sin tenerlo hecho. :)”. “¿Qué se supone que quería decirme?”, se pregunta hoy. “¿Que trabajara más horas o que fuera su amigo?”. Con la edad, los emoticonos llegan cada vez a rincones más serios. “Se ven en correos entre empresarios adultos, hasta entre altos cargos del Ejército estadounidense”, expone Will Schwabble, coautor de Send, una guía sobre cómo redactar e-mails según el contexto. “En los últimos años, el emoticono ha madurado y solo le queda un último umbral: la integración total en el léxico académico”. Esa es la asignatura pendiente. Dejar de ser un añadido con la dignidad de un corazoncito sobre una i, como desde siempre ha sido visto, y ser aceptado oficialmente como un signo de puntuación más. “Creo que pasará más pronto que tarde”, predice Bill Lancaster, profesor de comunicación de la Northeastern University de Boston. “El emoticono es el colmo de esta era de mensajes truncados, descuidados e iletrados. Pero como la intelectualidad está muriendo, y con ella la palabra escrita de forma analógica, que por ahora está a salvo del emoticono porque requiere pensar, es probable que este sea aceptado en el diccionario Oxford’s entre el punto y la coma”. Dicho de otra forma, :(.

El problema de Carnegie Mellon no era nada nuevo. El escritor Ambrose Pierce ya había expuesto en 1887 la necesidad de inventar un signo tipográfico que representara un tono de voz o una expresión facial. En 1969, Vladímir Nabokov explicó a The New York Times que deseaba un icono (“un paréntesis supino”) que actuara de sonrisa textual. Pero en aquellas épocas escribir era algo formal y elaborado y no se necesitaba matizar lo que se puede explicar con palabras. Fahlman, en cambio, se había pronunciado en los albores de la comunicación digital, donde las prisas y la cotidianidad harían de una sonrisita un matiz trascendental. “El texto online es un nuevo género literario”, sentencia Szu Yu Chen, profesora de lingüística aplicada en la Universidad Chung Yuang de Taiwán y experta en comunicación digital. “Ya que se pierde la coherencia y la proximidad del encuentro físico, los internautas necesitan signos de puntuación que denoten la emoción en los mensajes escritos”.

Días después del comentario de Fahlman, la Universidad usaba :-) a diario. Al poco, la de Stanford. Después se propagó por foros de varias instituciones. Era noviembre de 1982 y el emoticono, llamado a ser una de las linguas francas más universales, acababa de nacer.

“Aparte de coreano, aquí se habla emoticon. Los jóvenes me los ponen en los exámenes, y los mayores, en los correos. No es para nada como Estados Unidos”. Alan Talbott, estadounidense y estudioso de la cultura asiática, dejó su Nueva Orleans natal el año pasado para enseñar inglés en Corea del Sur. Con lo que no contaba era con darse de bruces contra la complejidad que el universo emoticono ha adquirido en los últimos 30 años.

Al :-) siguió el @= para mensajes sobre la bomba nuclear en los ochenta y el 7:>] para Ronald Reagan. Llegó Internet y, con él, los chats, los mensajes apresurados y una serie imparable de efímeros catálogos de emoticonos. :-) perdió la nariz y se quedó en :) Los chats de IRC de los noventa se inventaron la famosa cara de mono enfadado, (:@ El Messen­­ger redujo una carcajada a XD. Los móviles los han convertidos en imágenes prediseñadas, más aptas para teclados diminutos. Compensan esta limitación con una especificidad casi aterradora. En la última actualización del sistema operativo del iPhone se incluyó un teclado con más de 400 iconos. La aplicación de mensajería WhatsApp ofrece desde una cara para el desprecio hasta una mujer vestida de flamenca.

Los expertos admiten que tanto desarrollo escapa a su documentación. Pero lo aducen a dos factores: cada país y cultura crean sus propios iconos y, con la universalidad de Internet, terminan compartiéndolo. Pocas regiones encarnan tan bien este mestizaje como Asia, productora oficial de rarezas cibernéticas: “En Corea se usa mucho OTL, que representa a un hombre de rodillas, humillado. En Japón van más allá, con ORZ. Eso no lo encuentras en Europa”, explica Talbott. “Aquí los emoticonos se dibujan horizontalmente. En lugar de :), está {*_*} quizá porque en Asia dan más importancia a los ojos que a la boca”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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