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Emprendedores con alma social

Las llamadas ‘empresas sociales’ se hacen un hueco donde no llega el Estado ni el sector privado La Comisión Europea quiere darles un marco jurídico propio para favorecer su crecimiento

La empresa Mil Historias da trabajo a personas en riesgo de exclusión. / Santi Burgos
La empresa Mil Historias da trabajo a personas en riesgo de exclusión. / Santi Burgos

Su trabajo debe repercutir en que la sociedad mejore, pero deben conseguirlo manteniendo la rentabilidad económica. Son proselitistas de su propio modelo de emprendimiento y a menudo trabajan en red. Y cada día son más numerosos en España. Son las llamadas empresas sociales, y poco a poco empiezan a abrirse un hueco importante en el tejido empresarial europeo.

“El emprendedor social busca obtener beneficios, no para enriquecerse, sino para reinvertirlos en el propio proyecto, quiere que su compañía sea sostenible y, de forma paralela, busca el impacto social de su empresa. El objetivo de estos proyectos es dar solución a un problema social, sea de la envergadura que sea. Esto hace que sean empresarios muy involucrados con su idea de negocio, que trabajan con mucha ilusión”, explica Marta Solórzano, codirectora del curso de experto universitario en Emprendimiento e Innovación social de la UNED y profesora de organización de empresas. “Como es un sector que se enfrenta a muchas dificultades, saca recursos de donde a otros no se les ocurre y, debido a ese fin social, logra involucrar a personas que no se implicarían igual en iniciativas puramente empresariales”.

La primera dificultad estriba en definir qué es exactamente el emprendimiento social. En ello está la Comisión Europea. Aunque comparten con muchas ONG su finalidad social, las empresas sociales tienen que ser económicamente sostenibles y concebirse así desde el principio, aunque reciban puntualmente alguna subvención. Esta es la descripción de estas empresas aceptada por todo el mundo académico, a nivel internacional, y asumida por la propia Comisión Europea. Pero esta reconoce, a su vez, que es un problema que “no haya un modelo legal definido para estas empresas”, que “se posicionan entre el sector privado tradicional y el sector público”. Aunque sí está claro que la característica esencial que las diferencia del resto “es que tienen un objetivo social y societario combinado con el espíritu empresarial del sector privado”.

Así, la consideración de empresa social se aplica ahora a las compañías según su forma jurídica. Por ejemplo, estarían incluidos en esta definición desde los centros especiales de empleo a las cooperativas, las empresas de inserción laboral y las sociedades anónimas laborales, entre otras. Pero dentro de estas formas jurídicas hay compañías más volcadas en el llamado “beneficio social” que otras. De la misma manera que hay empresas que tienen como objetivo esencial la búsqueda de un bien social y que no son computadas porque están registradas con otra forma jurídica.

“Este tema se está tratando aún en la Comisión Europea, porque como hay un déficit de fondos públicos para cubrir el Estado de bienestar se ha detectado que las empresas sociales son un sustituto ideal para hacer actividades que antes realizaban las empresas sostenidas con fondos públicos. También hay muchos servicios que realizan las ONG con fondos públicos que podrían experimentar un cambio. Por ejemplo, una ONG puede montar un centro especial de empleo que consiga financiación para la venta de sus productos o servicios”, señala Mercedes Valcárcel, doctora en Ciencias Sociales, especializada en este tipo de emprendimiento y en la valoración de su impacto social. Valcárcel ha colaborado en el Grupo de Expertos en Emprendimiento Social de la Comisión Europea y es una de las creadoras de la Fundación Isis, que apoya este tipo de iniciativas.

Estos proyectos buscan el beneficio para reinvertir en sí mismos

El recorte en las subvenciones públicas está llevando a muchas ONG a intentar reconvertirse en empresas sociales, para intentar ser sostenibles económicamente mediante el uso de herramientas de tipo empresarial.

En España no hay cifras disponibles sobre un sector en el que existe una gran variedad de modelos: desde pequeñas compañías que venden fruta y verdura ecológica y emplean a trabajadores en riesgo de exclusión social hasta empresas que venden objetos hechos con material reciclado o firmas que idean aplicaciones móviles con contenidos educativos destinados a la población de África.

Un ejemplo de organización con fines sociales es Emáus, que está constituida como una fundación. Emáus obtiene beneficios, pero los reinvierte en el proyecto, por eso, con la nueva definición que adopte la Comisión Europea, es presumible que en el futuro este tipo de iniciativas sean consideradas empresas sociales, y puedan optar, como tales, a ayudas específicas. Emáus, entre otras cosas, se dedica al préstamo de bicicletas en ciudades españolas. Las bicis se encuentran repartidas por diferentes puntos estratégicos de la ciudad llamados bancadas, realizadas con la más moderna tecnología, que previene el vandalismo. El usuario se identifica en la bancada con una tarjeta emitida previamente y retira la bici.

En España están muy centrados en ayudar a colectivos desfavorecidos

Otro ejemplo es la Fundación Ana Bella . En este caso se trata de una ONG que también trabaja como una empresa social. Se dedica a la acogida y apoyo a mujeres víctimas de la violencia de género y, entre otras actividades, ha montado un servicio de catering con productos de comercio justo y ecológicos, servido por camareras que forman en cursos que imparte la propia organización.

Las empresas que tienen proyectos destinados a España están muy centradas en ayudar a colectivos especialmente necesitados de apoyo, como personas discapacitadas, enfermos mentales, exdrogodependientes, expresidiarios, mujeres maltratadas, parados de larga duración o jóvenes con formación escasa. Las compañías enfocadas a la ayuda en los países en desarrollo buscan cubrir necesidades básicas, relacionadas, por ejemplo, con la alimentación, la electricidad, el acceso al agua potable, la educación o la sanidad.

“Dado que en Europa hay confusión sobre lo que es empresa social y lo que no, la Comisión Europea lanzó en 2011 la Social Business Iniciative. La Comisión está trabajando en la creación de todo un ecosistema a nivel europeo a favor del emprendimiento social para crear mecanismos y estructuras que promuevan el acceso a financiación, mejorar la visibilidad de estas empresas y establecer un marco jurídico claro para este tipo de compañías”, señala José Luis Ruiz de Munain, consultor de emprendimiento social y asesor para su desarrollo en el sureste asiático, además de director adjunto del curso de experto en este tema que imparte la UNED.

¿Cuál es el canal de financiación de las empresas sociales? El mismo que el de las compañías tradicionales, responden los expertos. Puede ser pública o privada; o las dos cosas. Aunque en este tipo de compañías cala más la financiación colectiva o en masa (una nueva fórmula de financiación, conocida con el término inglés crowdfounding), que consiste en que se busca una pequeña financiación de un amplio grupo de personas. Lo usan desde pequeñas compañías a artistas desconocidos en busca de apoyo para su trabajo. También hay mecenas que invierten en estas empresas, algo que suele estar supeditado a que el proyecto, aparte de tener valor social, lo tenga económico.

Los expertos trabajan en traducir el valor social en económico

Margarita Albors tiene desde 2010 una incubadora de empresas sociales, Socialnest, una organización sin ánimo de lucro. Tras estudiar ingeniería industrial, esta emprendedora social hizo un máster en empresas en la Universidad de Harvard y, ya de vuelta, decidió fundar esta organización en España. “Quería crear un centro donde se facilitara la creación de empresas, la participación ciudadana en las compañías y la mejora social”, explica Albors. “Los emprendedores vienen a nosotros con una idea de cambio social y necesitan saber cómo ejecutarla. Son principalmente personas con estudios medios o universitarios, de titulaciones muy diversas, con una media de 35 años y experiencia laboral, pero no en cómo montar una empresa. Por lo general son personas que tienen inquietud por contribuir a las mejoras sociales, que lo llevan dentro. Muy concienciadas con temas como el medio ambiente, la desigualdad o la pobreza”.

Socialnest ayuda cada año a entre siete y 10 emprendedores a poner en marcha sus proyectos. Esta ONG se financia mediante patrocinios de eventos sobre emprendimiento social, subvenciones europeas, ayudas de particulares y cuotas simbólicas que pagan las empresas que ayudan a crear. “Aunque queremos ser económicamente sostenibles y estamos trabajando para serlo”, aclara Albors. Dan también formación y organizan talleres. Más de 40 profesionales hacen de mentores y orientadores de los aspirantes a emprendedores. “Hay mucha gente que tiene esta inquietud por ayudar, pero no sabe cómo canalizarla, tanto de emprender como de ayudar a los que lo hacen, por eso pensé en montar Socialnest”, cuenta Albors. Ayudan a impulsar proyectos de muy diversos temas y organizan el Día del Emprendedor Social en España.

Uno de los proyectos surgidos de Socialnest es una red que pone en contacto a personas que tengan huertos en desuso con otras que quieran cultivarlos de forma ecológica. Otro consiste en la construcción de un electrodoméstico que convierte el aceite usado en jabón. Y otro es el que ha montado Sophie Vakili, una francesa afincada en España desde hace 10 años. “Es una tienda online de venta de artículos de moda y decoración hechos únicamente con materiales reciclados y realizados de una manera ética”; explica Vakili. “El objetivo de la empresa es contribuir a reducir el volumen de desechos en el medio ambiente”, dice. Esta emprendedora ha trabajado para diseñadores y ha lanzado la página web primero en francés, aunque vende también a compradores en España. Tiene bolsos hechos con mangueras de bombero (“un material que no se puede desechar porque no es biodegradable”), artículos de moda realizados con anillas de latas u objetos de decoración hechos con botellas.

“Llevo solo dos meses y he empezado por centrarme en Francia, pero quiero ampliar en breve a Bélgica o Suiza. Con el proyecto llevo dos años y en lo que tardé mucho es en hacer el plan de negocio. Aunque es un buen ejercicio, luego ves que la realidad es totalmente diferente de lo que has previsto. Sobre todo me vino bien para saber quién podía ser mi público objetivo, pero la realidad de cómo llegar a ellos es complicada, y el plan financiero sirve de poco, no sabes lo que necesitas hasta que inicias el negocio”, cuenta.

Estas iniciativas son una alternativa ante la reducción de recursos públicos

Esta emprendedora autofinancia su empresa con los fondos que capitalizó del paro y, por el momento, ha invertido algo menos de 15.000 euros. El 10% de los beneficios los donará a una ONG, aunque ha empezado por el dar el 3% hasta que el negocio arranque. “No es realista dar más, de momento”, asegura.

Los precursores

Las empresas sociales surgen del papel clave de dos personajes. El primero es Muhammad Yunus, premio Nobel de la Paz en 2006 por incentivar el desarrollo social y económico desde abajo, con el desarrollo de los microcréditos. A finales de los años setenta creó el Banco Grameen para pobres, que permitió el acceso a las finanzas de comunidades en riesgo de exclusión.

El segundo personaje clave es el norteamericano Bill Drayton, premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 2011, que, tras un viaje a India en los años ochenta, montó Ashoka, una asociación de emprendedores sociales que en la actualidad es la más grande del mundo y apoya a unos 3.000 proyectos en 60 países. Sin embargo, los expertos resaltan que, a diferencia del proyecto de Yunus, Ashoka defiende el emprendimiento para dar solución a un problema social, independientemente de la idea de non loss, non dividend, es decir, no pone el acento en el modelo de negocio. Otra diferencia es que Grameen es emprendimiento en comunidad, mientras que Ashoka ficha a gente con ideas innovadoras, apoya al individuo.

“Mi concepto es el del upcycling, que es reciclaje hacia arriba”, explica Vakili. “Es decir, conviertes, por ejemplo, el plástico reciclado en un plástico de calidad, de mayor valor, haces bolsos de lujo de mangueras de bombero o con cámaras de aire”. “Intento vender el producto porque sea chulo, por el diseño, por la calidad, porque hay gente que lo está haciendo realmente bien, esto ya no es una cosa para jipis”, afirma la emprendedora. “Hay gente que te compra por el fin social o por el ecológico, pero el producto les tiene que gustar para que la empresa funcione”. Los plásticos que vende los trabajan y diseñan dos mujeres en un pequeño taller de Madrid, los productos de anillas de latas, en Brasil, un grupo que trabaja con el comercio justo, y las botellas, una diseñadora de Barcelona. “Mucha gente te dice que son productos caros para estar hechos de basura y les explico que la basura no es gratis y que además lleva todo un proceso de limpieza y todo un proceso manual, y el diseño”.

Como en el caso de Vakili, en muchas empresas sociales se generan “ecosistemas en torno a la empresa”, explica Marta Solórzano. “Están formados por las personas a las que afecta el problema social, con el proyecto empresarial, con los recursos humanos que trabajan en él y, finalmente, con el cliente que sabe que aporta algo que va más allá de la compra de algo”, añade.

Uno de los problemas a los que se enfrenta este sector es la medición del impacto social de estas empresas, algo vital para lograr financiación. Raúl Contreras, economista y empresario que lleva 15 años “trabajando por la inclusión social desde lo económico”, montó hace 11 años con un equipo de personas una empresa social en el barrio de La Coma, en Paterna (Valencia), para crear herramientas financieras alternativas. También ha fundado Nittúa, “una asociación y cooperativa de trabajo asociativo sin ánimo de lucro que lucha por la innovación social desde la economía, con el objetivo de crear un ecosistema económico inclusivo”, explica. Y uno de los temas en los que trabajan en Nittúa es precisamente el estudio de la medición del valor social de los proyectos.

“Estudiamos todas las metodologías que hay y elegimos una de ellas como la más adecuada, que se llama tasa de recuperación de inversiones sociales —Social Return on Investment (SROI)—. Este índice indica la eficacia y la eficiencia de las inversiones. Aunque tiene una carencia: solo trabaja con elementos tangibles, por ejemplo, lo que se ahorra un Gobierno si la gente no vuelve a prisión. Un intangible sería, por ejemplo, cuánto vale que una persona deje de consumir cocaína, que una familia deje de estar desestructurada y se normalizase, o que una persona recobre la autoestima”. ¿Qué ocurre al no incluir estos intangibles en la medicación del impacto social de un proyecto? “Lo que pasa es que se confunden valor y coste, de ahí nuestro empeño en introducir estos intangibles, porque si retiramos ese valor añadido, ¿qué aportamos a esta sociedad? Además, si cualquier empresario supiera traducir el valor social en valor económico, porque dispusiera de un ciclo que lo posibilitara, empezaría a resultarle interesante contratar a gente con problemas sociales”, responde este experto.

¿Dónde hay más empresas sociales? En los países con más emprendedores, responden los expertos. Destacan tres: Estados Unidos, donde está el origen de todo esto y donde hay un sector privado filantrópico importante; el Reino Unido, donde el emprendimiento tiene mucha tradición y el Estado de bienestar está menos cubierto desde el sector público que en otros países, y Francia, donde siempre ha habido preocupación por la ayuda social. Y destacan que, en general, en el sur de Europa hay un alto interés en impulsar este tipo de iniciativas.

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