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Una viña devastada

No se relajará el celibato, pero se acentuarán los trabajos sociales

El papa Francisco.
El papa Francisco.SCIAMMARELLA

“Háblame de tú, como solemos hacer los jesuitas”. Así comenzó Francisco su conversación con el prepósito general de la Compañía de Jesús, el español Adolfo Nicolás. La entrevista la gestionó el Papa llamando él mismo a la portería de la residencia de su superior jesuita. Era el único teléfono que tenía de la orden desde que, hace décadas, se agriaron sus relaciones con el mítico padre Arrupe a cuento del liderazgo jesuítico sobre la teología de la liberación, que Juan Pablo II y Ratzinger, castigaron sin misericordia. Bergoglio tuvo que lidiar en Argentina con sacerdotes de su orden metidos peligrosamente en política. Tampoco sentó bien que aceptase ser obispo, en una congregación poco amiga de cargos. Pelillos a la mar. Francisco quería amigarse con su prepósito general. “Por favor, quiero hablar con el padre Nicolás”, dijo al teléfono. El portero: “¿De parte de quién?”. “Soy el Papa”. El portero lo tomó a broma y pasó la llamada a un jesuita que pasaba cerca, para que lidiase al bromista.

El carisma de la Compañía de Jesús va a marcar este pontificado. Francisco, austero, espartano, puritano, es la viva imagen de Ignacio de Loyola, que cuando estudió en París coincidió con Erasmo y Rabelais en el Collage de Montaigu, un ruinoso caserón donde la comida era repugnante, los dormitorios hedían a orina y abundaban los castigos corporales. Erasmo detestaba el lugar. Rabelais quiso incendiarlo. Ignacio recordó con agrado el tiempo que pasó allí. Son reflejo de una de las divisiones del siglo XVI: humanistas frente a puritanos.

¿Un puritano en el Vaticano, donde brillan la soberbia y los oropeles? No le será fácil a Francisco acabar con tanto boato. Tomará medidas para recuperar el prestigio perdido, pero no hará cambios doctrinales. No habrá ordenación de mujeres, ni se relajará el celibato de los sacerdotes, ni se tolerará el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni se rebajará la intransigencia ante la ciencia que avance más allá de la bioética tridentina. En materia de disciplina eclesiástica y de moral sexual, Francisco es Benedicto XVI. Eso sí, acentuará lo social. Y se notará un cambio geoestratégico. “Ya no será Europa quien gobierne la fuerza espiritual más grande del mundo, con su derecho, su teología, sus ritos y su pensamiento. Vienen aires de la otra parte del mundo”, opina Juan Rubio, director de Vida Nueva y que publica estos días La viña devastada, un madrugador libro sobre lo que se espera de este Papa. Rubio ha conversado muchas horas con Francisco, que apadrinó en octubre pasado la edición argentina de su publicación con un bello discurso sobre “el cansancio de una Iglesia que está perdiendo la ternura”. Contento de “poner cara” a un escritor que lee cada semana, Bergoglio pidió a Rubio: “No me saques mucho. Ya soy un jubilado”.

Este pontificado tendrá consecuencias para España, antaño luz de Trento y martillo de herejes, ahora laboratorio de un laicismo radical. Aquí nació la Compañía de Jesús, pero también el Opus y los Kikos. Francisco, informado por los obispos, escucha, además, sectores eclesiales ninguneados, pero no doblegados por quienes se creen dueños de la Iglesia romana. Trabajando contra marea ante obispos entregados a los nuevos movimientos, esperan cambios. Se producirán pronto en la Conferencia Episcopal, en manos del cardenal Rouco, a punto de cumplir 77 años. Y poco más.

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