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“Quiero hacer visibles a los personajes excluidos”

Alberto Salcedo Ramos retrata la ardua caminata de cinco horas diarias de un niño colombiano hasta la escuela

Rosario G. Gómez
Alberto Salcedo Ramos.
Alberto Salcedo Ramos.

Wikdi es un niño de 13 años y cuerpo menudo que vive en Chocó, una de las regiones más pobres de Colombia. Cada día camina cinco horas diarias para ir y volver a la escuela por un intrincado camino por el que se han desnucado decenas de burros, los paramilitares han torturado salvajemente a sus víctimas y las alimañas de la selva acechan sin parar. Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963) recorrió junto al pequeño ese trayecto y construyó una emotiva crónica, La travesía de Wikdi, publicada en la revista colombiana Soho en febrero de 2012, un trabajo galardonado con el Premio Ortega y Gasset en la categoría de Periodismo Impreso. “El viaje me sirvió de pretexto para elaborar una metáfora de la educación, lo que cuesta alcanzarla y lo que nos pasa cuando falta”, dice. “Desde el punto de vista periodístico me permitía”, añade, “contar una situación que para la mayoría del país era invisible”. Salcedo Ramos presentó al mundo a Wikdi, que de mayor quiere ser profesor de inglés y matemáticas, a su padre, Prisciliano, y a los maestros de la Institución Educativa Agrícola de Unguía, un centro donde no hay cobertura de teléfonos móviles y las computadoras son prehistóricas.

Este cronista de la vida cotidiana y defensor del periodismo narrativo es de los que creen, como el pensador francés Albert Camus, que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Aunque también sigue las enseñanzas de Chesterton, según las cuales el periodismo es decir “lord Jones ha muerto” a gente que nunca ha sabido que lord Jones estaba vivo.

“Mi labor es buscar a lord Jones antes de que se muera”, dice con ironía el reportero, cuyo currículo exhibe un puñado de premios internacionales. Este oficio, añade, “me permite conocer gente, lugares, aprender sobre la condición humana y llevar la noticia a los lectores”. Es una profesión, insiste, en la que hay “una responsabilidad y un privilegio”. Dos circunstancias aún más sensibles en un país en el que ejercer el periodismo se ha convertido en una profesión de alto riesgo por las continuas amenazas del narcotráfico y los paramilitares. “No pretendo maquillar el horror de mi país, pero sí hacer visibles a los personajes excluidos. Por una perversión profesional, parece que solo existen los que mueren y los que matan”.

El reportaje premiado saca el periodismo de este contexto para acercarse a la gente que habitualmente no tiene voz en los medios de comunicación. “Creo mucho en el periodismo cultural y en la posibilidad de mostrar la vida cotidiana de las personas más allá del horror de cada día”, recalca.

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