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El encierro inhumano de los yonkis mexicanos alarma al Gobierno

El presidente quiere cerrar 50.000 centros ilegales donde los adictos son recluidos y maltratdados para vencer sus adicciones

Juan Diego Quesada
Bisbi, en un anexo en Ecatepec, ha pasado por 258 terapias
Bisbi, en un anexo en Ecatepec, ha pasado por 258 terapiasSAÚL RUIZ

Todo lo que rodea a Bisbi es desmesurado. Tiene 41 años, seis hijos con cinco mujeres diferentes y 11 nietos. Debe pesar, así a ojo, más de 120 kilos. En sus más de dos décadas como adicto al alcohol y al activo, un disolvente, se ha sometido, según consta en su historial médico, a 258 terapias de rehabilitación en granjas y anexos, centros de internamiento para los adictos donde se someten a duchas de agua fría, mano dura y reuniones pseudoreligiosas. Bisbi ha sido reducido y colgado del techo como si fuera una pieza de caza para intentar aplacar su síndrome de abstinencia pero cada vez que pone un pie en la calle vuelve a lo que él llama la vida loca. Su periplo, de todos modos, está a punto de acabarse. El Gobierno de México, en base a su nueva política antidrogas, quiere inspeccionar y cerrar este tipo de espacios donde los internos reciben un trato inhumano.

El gran vacío que ha dejado el Estado en cuanto al tratamiento a drogodependientes ha hecho que proliferen este tipo de centros, situados sobre todo en las zonas más pobres. Hay más de 50.000 por todo el país. El doctor Fernando Cano Valle, comisionado nacional contra las adicciones (Conacid), es la persona encargada de llevar a cabo este ambicioso proyecto. “Me preocupa que existan y nos toca por ley inspeccionarlos y cerrarlos. Muchos de estos centros los gestionan exadictos que atienden a adictos, y vamos a pensar que es de buena fe. Si vamos a pensar que es de mala, esto no es más que una fuente de negocio inadecuada y una forma de explotar al ser humano”, señala Cano Valle en entrevista con EL PAÍS.

El comisionado quiere reemplazar estos lugares por áreas habilitadas en los 25.000 centros de salud que hoy día no tienen ningún espacio dedicado a las adicciones. En ese caso habrá que capacitar a médicos y enfermeras de todo el país para que aprendan a atender a este tipo de pacientes. Existen otros 370 centros gubernamentales, antes llamados Nueva Vida y ahora CAPAs, donde se atiende a adictos pero no tienen instalaciones adecuadas ni personal preparado. “Aun cuando triplicásemos su número no podríamos dar asistencia a los drogadictos. Los hospitales públicos son los que tienen que cubrir las adicciones”, añade el doctor.

Los anexos, como en el que está Bisbi en Ecatepec, la zona conurbada de la Ciudad de México, tienen la entrada por el garaje. “Buscando mi dignidad perdida”, se lee en un toldo. Tras pasar dos rejas y subir unas escaleras se abre una sala en la que los internos representan un teatrillo con las 12 tradiciones copiadas a la organización Alcohólicos Anónimos. Las risas que levantan las cómicas representaciones dejan entrever dientes picados y algunas miradas perdidas. En un cuartucho de al lado se amontonan los pacientes psiquiátricos. Alguno lleva encerrado ahí más de 10 años. El personal del centro, compuesto mayoritariamente por antiguos pacientes que se quedaron para apoyar la causa, se encarga de medicarlos y colocarles la camisa de fuerza en caso de que la cosa se desmadre. Un esquizofrénico, en medio de la función, comienza a poner caras extrañas. De inmediato unos asistentes lo sacan de allí y lo recluyen en una habitación.

-¿Viste fantasmas?

-No

-¿Por qué lloras entonces?

-No lo sé.

Tras pasar el interrogatorio, le piden que se eche un rato en la cama hasta que se le pase la crisis. El hombre que le da órdenes reconocerá después que también está bajo tratamiento psiquiátrico. Este grupo lo fundó hace 20 años el padrino Ray, el dueño de varios tabledance (clubs de noche) que decidió cambiar radicalmente de vida y ayudar a yonkis y alcohólicos que no tenían para pagarse un tratamiento en una clínica privada. “Se supone que por los tres meses de internamiento nos tienen que pagar 10.000 pesos (750 dólares) pero nadie lo hace. La gente no tiene ese dinero. Lo nuestro es un bien social. Nos financiamos con pequeñas aportaciones de las familias, de grupos cristianos y la comida que nos dan en el mercado”, explica el padrino Marcos, hijo del fundador, una figura muy respetada entre los adictos.

Se ocupan de un sector de la población hasta ahora olvidado. “Esta situación describe la debilidad del sistema de salud mental de México, y eso es una realidad. Han sido desatendidos los mexicanos con enfermedades mentales. Las familias que tienen una persona que cae en la esquizofrenia o en la depresión van a donde les ofrecen ayuda y en ocasiones los explotan. Esto cae en el capítulo de la violencia y tenemos que trabajar mucho para erradicarlo. En estos años de abandono se han estructurado estos espacios y centritos”, resume Cano Valle. Los llama también changarros, que es como se conoce a los comercios callejeros.

La última encuesta sobre adicciones en el país data de 2011. Significa que hay dos años de vacío. El comisionado echa de menos un observatorio que retrate con certeza cuáles son las tendencias actuales de drogadicción. En las últimas fechas se ha observado, por ejemplo, como los inhalantes, muy baratos y usados por los niños de la calle que se sacan unas monedas limpiando parabrisas en los semáforos, están siendo utilizados por estudiantes en los colegios. “Ese tipo de cosas debemos saberlas para poder prevenirlas”, resume Cano Valle.

El hueco que pretende tapar el Gobierno es casi tan grande como el que siente Bisbi en el cerebro cuando se levanta después de una noche de farra. “Mi miedo es despertarme una mañana y no recordar quién soy”, cuenta. Por si acaso lleva un tatuaje en el brazo izquierdo que disiparía todas las dudas: “Bisbi”.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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