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Bruselas o la curvatura del pepino

Las críticas de algunos países obligan a la Comisión a retirar el veto a las aceiteras rellenables La excéntrica normativa comunitaria en hortalizas y otros productos da alas a los euroescépticos

Luis Doncel
El veto de las aceiteras rellenables habría beneficiado al sector olivarero.
El veto de las aceiteras rellenables habría beneficiado al sector olivarero. SANTI BURGOS

Si la iniciativa hubiera salido adelante, a partir del próximo 1 de enero todos los restaurantes de Dublín a Atenas pasando por Helsinki habrían tenido que desterrar las aceiteras que los clientes usan para aliñar la ensalada o cuando matan el hambre mojando el pan antes de que llegue el plato. En su lugar, los dueños de los establecimientos se habrían visto obligados a ofrecer envases unidosis o botellas precintadas para demostrar que el aceite es de verdad de oliva y nadie ha rellenado el frasco con un producto de menor calidad. Las críticas —y sobre todo, las burlas— llovieron, principalmente, de los países del norte; y la Comisión Europea, promotora de una medida pensada para favorecer al sector olivarero, prefirió retirarla antes de que el rechazo frontal de Gobiernos como el británico o el holandés acabara en conflicto.

La polémica recuerda a otras que han hecho las delicias de la prensa más alérgica al proyecto europeo. Como el episodio en el que la Comisión se empeñó en regular la curvatura de los pepinos o cuando se estableció que los puerros debían tener una coloración “entre blanca y blanca verdosa”. Es este un debate al que siempre acuden los extremos. A un lado de la trinchera están los que describen Bruselas como una ciudad poblada por funcionarios que nadan en privilegios y cuya única tarea consiste en regular hasta el más mínimo detalle la vida cotidiana con solo un requisito: que estas normas no sirvan para nada. En el extremo contrario, los que ante cualquier crítica ondean la bandera azul con las 12 estrellas y acusan de eurófobo al que ose criticar a la Comisión, al Consejo o al Parlamento.

López Aguilar: “Que la UE solo se ocupa de los yogures es populismo facilón”

Es cierto que se trata de una discusión vieja, pero ahora —a menos de un año de unas elecciones que se presentan alarmantemente favorables para los más euroescépticos y en medio de una crisis que ha dejado 27 millones de parados en la UE y que ha disparado el desencanto con todo lo que huela a Europa— adquiere más importancia que nunca. Las aceiteras en los restaurantes, un asunto en apariencia insignificante, se convierte así en una metáfora de los problemas que persiguen a la construcción europea.

La pregunta es simple: ¿padece Bruselas un exceso de regulación? La respuesta no lo es tanto. Hasta los más europeístas admiten que en algunos casos se ha ido demasiado lejos. Las diferencias llegan en los matices. El eurodiputado y exministro socialista Juan Fernando López Aguilar asegura: “Me rebelo contra el populismo facilón de que la UE es un monstruo burocrático que solo se ocupa de las etiquetas de los yogures. Simplemente, no es cierto”. López Aguilar, que preside la Comisión de Libertades Civiles, Justicia e Interior de la Eurocámara, admite “resquicios de una época en la que el énfasis regulatorio venía por el lado del mercado interior”, pero el que fuera ministro de Justicia en el Gobierno de Zapatero recuerda que la UE que salió del Tratado de Lisboa tiene amplios poderes en ámbitos tan importantes como los derechos fundamentales y la agenda social. “Es muy fácil hacer un discurso burdo de esta u otra iniciativa, pero es un error”, concluye.

Son estos detalles los que enumera Hans Magnus Enzensberger en su libro publicado el año pasado El gentil monstruo de Bruselas. En el capítulo en el que comenta el reglamento sobre los requisitos del diseño ecológico de las lámparas para uso doméstico, el escritor alemán se pregunta si las 14 páginas en las que la Comisión Europea explica a los ciudadanos cómo deben iluminar sus hogares obedecen a “la escrupulosidad, la estupidez, la arbitrariedad, las ganas de poner trabas o tal vez la voluptuosidad, de inspiración sádica, de emitir órdenes y prohibiciones”. “Nadie lo sabe exactamente, ni siquiera los propios responsables”, concluye el autor de El diablo de los números.

Los países más críticos son los que pedían más reglas en la carne de caballo

Pero los críticos no solo señalan la abundancia de normas y su escasa utilidad, también cuestionan la forma en la que se toman las decisiones por la escasa transparencia de las instituciones. Vincenzo Scarpetta, analista político del think-tank euroescéptico Open Europe, dice que el caso de las aceiteras muestra hasta qué punto la UE está perdida: no se ocupa de las prioridades correctas y luego tiene que recular ante la presión de algunos países. “La decisión se tomó en un comité técnico del que la gran mayoría de la gente no conoce ni su existencia. Nadie sabe hasta qué punto este tipo de iniciativas se toman en respuesta al bien común o por la presión de los sectores que serán beneficiados”, dice Scarpetta.

Lorna Schrefler, del centro de estudios CEPS, concede que es necesaria más transparencia en la toma de decisiones, pero precisa que el Tratado de Lisboa ya dio más poderes al Parlamento y pone en duda la acusación de que Bruselas legisle solo al dictado de intereses privados. “No creo que aquí haya más lobbies que en Washington o en cualquier otro centro de poder”, asegura la analista. “Todos podemos ironizar sobre el exceso de regulación, pero si queremos vender neveras en un mercado único, sería conveniente que los enchufes sean iguales en todas partes”, añade un eurofuncionario. Aquí el problema es justamente el contrario, porque sigue habiendo diferentes enchufes según el país.

Es en este momento en el que el debate comienza a mezclarse con la ideología. Porque muchos de los que arremeten contra Bruselas por un exceso regulatorio observan con naturalidad que los Estados intervengan en la vida diaria de sus ciudadanos. Como resume un alto funcionario comunitario que prefiere no dar su nombre: “A veces cometemos excesos. Pero la pregunta no es si Bruselas regula demasiado, sino si hay demasiadas normas en todas las Administraciones. No es legítimo intelectualmente separar las dos cuestiones”.

“Si se quiere vender neveras en toda la UE, habrá que unificar enchufes”

Es la doble vara de medir de la que se quejan en el equipo del comisario Dacian Ciolos, el que propuso abolir las aceiteras en los restaurantes y luego dio marcha atrás. “Ha habido un problema de comunicación y debemos aceptar nuestra responsabilidad, pero las mayores críticas vinieron de países que en su momento fueron los más vociferantes al pedir una respuesta europea en el escándalo de la carne de caballo”, asegura el portavoz del comisario en una velada referencia a Reino Unido.

Fue precisamente el primer ministro británico, David Cameron, el que señaló al aceiteragate como “el ejemplo de los asuntos sobre los que Europa no debería ni siquiera discutir”. Y fue su ministro para Europa, David Lidington, el que en una reciente visita a Berlín señaló una serie de normas europeas —sobre el calzado y la joyería que deben llevar los peluqueros; los horarios comerciales; la prohibición de la publicidad del tabaco o la imposición de cuotas de mujeres en los consejos de administración de las empresas...— para explicar la pérdida de confianza en la UE. “Algunos dicen que esta pérdida es algo temporal, ligada a la crisis. Pero mi experiencia me dice que la recuperación económica no resolverá el déficit democrático. Los políticos y expertos hablan sobre principios, pero los ciudadanos se lo plantean en términos más prácticos”, dijo el ministro británico.

El propio Ciolos admitió la semana pasada en el Parlamento que pese a que la Comisión luchaba “como un león” por los agricultores, retiró la iniciativa porque corría el riesgo de que se viera como una batalla contra los consumidores.

No solo se critica la sobrerregulación, también la falta de transparencia

Es precisamente este peligro el que planea sobre una Europa que no acaba de salir de la recesión; y en la que varios países del sur se enfrentan a una profunda depresión. Cabe preguntarse por qué la Comisión se mete en estos asuntos y, en cambio, no se pronunció sobre las irregularidades de la ley hipotecaria española que ha permitido decenas de miles de desahucios hasta que el Tribunal de Luxemburgo dictaminó que era incompatible con la directiva europea de protección de consumidores. Quedan algunos tics de épocas pasadas. “Hemos llegado a un nivel de integración en el que hay que replantearse el Estado clásico. Funcionamos como si estuviéramos organizando la libre circulación de personas y mercancías. Eso ya se ha conseguido. A veces veo en la Comisión un intento de rellenar el vacío para justificar su propia existencia”, asegura una fuente del Consejo.

Las aceiteras seguirán reinando en las mesas de los restaurantes de toda Europa. Bruselas ha dado marcha atrás, pero eso no asegura que la llama de la desconfianza vuelva a saltar en cualquier momento. Los euroescépticos se agarrarán a cualquier normativa exótica que surja de aquí a las elecciones europeas que se celebrarán en mayo de 2014. Conviene estar atentos.

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Sobre la firma

Luis Doncel
Es jefe de sección de Internacional. Antes fue jefe de sección de Economía y corresponsal en Berlín y Bruselas. Desde 2007 ha cubierto la crisis inmobiliaria y del euro, el rescate a España y los efectos en Alemania de la crisis migratoria de 2015, además de eventos internacionales como tres elecciones alemanas o reuniones del FMI y el BCE.

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