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OBITUARIO

Una comunicadora total

La enfermedad derrota a una gran periodista de radio y televisión

Concha García Campoy, periodista, falleció ayer a los 54 años como consecuencia de un fallo hepático. Llevaba tiempo luchando contra la leucemia, y el pasado marzo se sometió a un trasplante de sangre del cordón umbilical.

Cuando yo la conocí, en el otoño de 1982, era una joven periodista que me había invitado con otros compañeros a participar en un debate cultural en Radio Popular de Ibiza. Aquel día me produjo, por su talento y su talante, un verdadero deslumbramiento. Pude comprobar en seguida que no andaba errado por la coincidencia con Victoriano Fernández Asís, viejo y astuto maestro del periodismo, en que efectivamente habíamos asistido a un descubrimiento. Pero sería en la misma tarde de aquel día cuando, invitados a su casa de la isla por el poeta Antonio Colinas, corroboré conversando con ella hasta qué punto la cultura y la sensibilidad completaban el perfil que ya había percibido.

No pasó mucho tiempo entre aquel encuentro y la aparición de su rostro en los renovados telediarios de TVE de los años ochenta. Con su capacidad comunicativa, su voz, su porte y sobrado olfato periodístico lograría gran popularidad en aquellos informativos, una etapa en su periplo por muy diversos medios. La credibilidad que transmitía aquella profesional todoterreno era hija de su autenticidad. A la inteligencia y al rigor en la preparación de sus proyectos unía siempre la buena disposición de su ánimo, la ilusión y el entusiasmo que ponía en todo empeño.

Sus dotes le permitían brillar en la información política, social o cultural, en la entrevista o el debate. Pero también era una ciudadana ejemplar y su atención a todo lo que pasaba trascendía la curiosidad periodística y los objetivos de su trabajo para asumir las preocupaciones con auténtica solidaridad. Y con igual éxito en la pantalla que en el receptor y hasta en la prensa escrita, en la que anduvo menos. No es poco privilegio para cualquier medio de información, y para sus oyentes y espectadores por supuesto, contar con alguien que en medio de una sociedad crispada impone la lucidez de las buenas maneras. Para tales habilidades es necesario ser leal y generosa, y ella lo era sobremanera: con su trabajo, sus equipos, sus amigos y su familia.

Luchadora desde sus modestos orígenes familiares, por los que sentía verdadero orgullo, fue siempre una hija y una hermana atenta y casi diría que devota. Su trabajo intenso y apasionado en el mundo de la información no restó jamás espacio para la atención de sus hijos.

De todo eso pudimos hablar en los últimos días de su vida en los que, quién nos lo iba a decir a nosotros, coincidimos los dos en Valencia, mientras se recuperaba ella con tanta esperanza de su desgraciada enfermedad. Con esperanza, sí, pero sobre todo con confianza en no tener que abandonar la vida tan temprano. Y en ese proceso volvió a ser única: espantaba a la muerte con su alegría. No conozco a nadie que haya luchado con tanta entereza por la vida como a esta amiga leal. Me quedo con su reciente mirada luminosa puesta en el mediterráneo mientras recordábamos momentos dichosos que nos tocó vivir juntos. Y espero que la luz de esa mirada sea el consuelo de su marido, de su madre, de sus hijos y de todos aquellos que la quisieron. Entre quienes trabajaron con ella o la trataron sé que habita el dolor. Si nos ha dejado no será porque le faltara empeño en seguir con nosotros. Era pura vida.

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