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La revista que forjó la democracia

‘Cuadernos para el Diálogo’ celebra 50 años de su nacimiento

Rosario G. Gómez

Nació en el tardofranquismo, aunó sensibilidades de todas las ideologías y fue una aventura de formación de ciudadanos para la democracia. La revista Cuadernos para el Diálogo sirvió, además, de sólido refugio para intelectuales, políticos y periodistas comprometidos con la libertad. Con periodicidad mensual, salió a la calle hace ahora 50 años, en octubre de 1963, de la mano de Joaquín Ruiz-Giménez, exministro de Franco y político de gran prestigio. Algunos de quienes contribuyeron a su existencia rinden ahora homenaje, en colaboración con la Universidad Pontificia de Salamanca, a una publicación esencial, que vio en el diálogo, la comprensión, la tolerancia y el entendimiento, una palanca para construir la democracia.

Elías Díaz, que formó parte de la Junta de Fundadores, recuerda que la idea se venía gestando desde 1956, cuando Ruiz-Giménez fue destituido como ministro de Educación y se incorporó a la Universidad de Salamanca. “Allí encontró su camino de Damasco”, dice Díaz, que fue alumno y ayudante de su cátedra. Ruiz-Giménez entró en contacto con jóvenes inquietos y críticos, con una sociedad que no había vivido la Guerra Civil y tuvo ocasión de practicar el diálogo y la tolerancia con otro colega, Enrique Tierno Galván, entre quienes había una relación de conflicto. “El diálogo entre ambos era importante: se contraponía un cristiano y un agnóstico, un vencedor y un vencido, un democristiano y un socialista”, apunta Díaz, para quien la revista era una metáfora de lo que años más tarde fue la Transición.

Con las ideas que había ido forjando en Salamanca, Ruiz-Giménez regresó a Madrid en 1960. Desde la Facultad de Derecho fue aglutinando a jóvenes intelectuales y académicos: Gregorio Peces-Barba, Javier Rupérez, Eugenio Nasarre, Óscar Alzaga, José María Gil Robles, Virgilio Zapatero, Tomás de la Quadra-Salcedo, Leopoldo Torres o José María Maravall. Díaz, que fue confinado en Villagordo, un pueblo de Jaén, durante el estado de excepción de 1969, destaca sobre todos ellos al periodista Pedro Altares, “un hombre inolvidable, el segundo de Ruiz-Giménez”, que desde el primer momento asumió una importante labor en el ámbito editorial. Además, fue director de Cuadernos para el Diálogo, ya transformado en semanario de febrero de 1976 a octubre de 1978, cuando publicó su último número.

La revista comenzó a dar sus primeros pasos en una Redacción ubicada en un chalé madrileño. Era la única publicación en la que era posible encontrar artículos de gente de adscripción política contraria al franquismo. “Todos perseguíamos los mismos objetivos: la democracia, la libertad, el respeto a los derechos humanos y el respeto de unos hacia otros, la evitación de la tentación de la violencia y la primacía del discurso sobre la pelea”, afirma Rupérez, que no mira atrás con nostalgia. “Fue una época con dificultades, pero muy positiva en la siembra de la semilla democrática”.

“Ofrecía análisis de política internacional y de recuperación cultural de la República. Acogía todo tipo de voces, solo se les pedía que fueran demócratas y contrarias a la violencia. Fue una revista brillante y combativa, tuvo muchos problemas y fue secuestrada en varias ocasiones”, relata Soledad Gallego-Díaz, que formó parte del equipo de periodistas (Vicente Verdú, Joaquín Estefanía, Enrique Bustamante, Ángel García Pintado y Juan Luis Cebrián, entre otros) que contribuyeron a hacer grande  la histórica cabecera.

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