_
_
_
_
_

Costa Rica descubre a sus indígenas

La minoritaria población autóctona aumenta en un 40% en una década Aunque sigue rezagada, cada vez tiene más poder de decisión en proyectos de interés general

Indígenas borucas, de la zona sur del país, en una danza tradicional
Indígenas borucas, de la zona sur del país, en una danza tradicionalJOSÉ DÍAZ

Con solo una década de diferencia el registro oficial de población indígena en Costa Rica aumentó un 40%. Siguen siendo una minoría marginada y desfavorecida, pero tener 40.000 miembros más es un paso significativo en este país de piel menos morena que en el resto de la región centroamericana. En el censo del año 2011 había más de 100.000 indígenas, después de los 64.000 que se reportaron en el Censo Nacional del año 2000. Los indígenas ya no son el 1,7% de la población costarricense, sino el 2,4%, y eso es bueno, según sus dirigentes y las organizaciones que trabajan contra su marginación.

Cualquier explicación que se dé al incremento resulta ser una buena noticia. Si la población aumentó en solo 11 años es bueno por el peso de un grupo que, por su tamaño exiguo, ha quedado excluido de las decisiones generales del país. Si lo que aumentó fue el registro, aún mejor, porque significa que ahora hay más personas que se declaran indígenas y que hace unos años no estaban dispuestas a hacerlo. También resulta positivo que las instituciones capitalinas hayan podido al fin llegar hasta cada choza escondida en las montañas para saber cómo viven.

En cualquier caso, Costa Rica está descubriendo a sus propios indígenas. Esa ha sido al menos la conclusión de la oficina local del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que mantiene un proyecto permanente de promoción del diálogo con comunidades autóctonas. Se evidencia incluso en los medios de comunicación radicados en San José, lo que demuestra una mayor conciencia de la presencia de las poblaciones autóctonas en el desarrollo general, según la representante del PNUD en Costa Rica, Yoriko Kasukawa

“Ser una minoría tan pequeña es una desventaja en comparación con otros países cercanos, pero esta es una democracia que respeta a las minorías. Ahora queda seguir trabajando en ir más allá del respeto. La visibilización es un paso y por supuesto el siguiente es la atención de todas sus necesidades básicas y el acceso al desarrollo desde su cosmovisión”, declaró Kasukawa, quien intenta promover en suelo tico algunos métodos de organización indígena que conoció en su anterior estancia en Bolivia.

Además del impulso del PNUD, a tono con la tendencia internacional de promoción de poblaciones originarias, hay coyunturas locales que han obligado a los gobernantes a dedicar atención a un grupo que está creciendo en número. La más notable y sensible es el poder que poseen los indígenas sobre territorios otorgados por ley a estas comunidades, en zonas para proyectos de interés nacional, como el desarrollo de energía eléctrica. El proyecto estatal El Diquís es el principal de ellos y requeriría inundar parte de poblados indígenas en la zona sur del país para construir un embalse de 6.800 hectáreas, el más grande de Centroamérica. Por ello, la Relatoria especial de la ONU para Derechos de Pueblos Indígenas obligó en 2012 a un diálogo con estas comunidades.

Este proyecto, pensado para producir 630 megavatios para abastecimiento nacional y exportación, con una inversión de 2.100 millones de dólares, obligaría al reasentamiento de caseríos de Térraba, una de las 24 reservas intransferibles creadas por ley, en las que vive solo la mitad de la población indígena y donde uno de cada cuatro habitantes no pertenece a este grupo demográfico, como se demostró con el último registro del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).

De uno de estos territorios salió Mirna Román, una joven ngäbe que acaba de recibir el reconocimiento de ser la primera médico de este grupo indígena, gracias a sus esfuerzos por completar la educación básica fuera de su pueblo y a una beca universitaria del Gobierno de Cuba. Nació en la reserva Altos de San Antonio, creada en el 2001 en el cantón sureño de Coto Brus, donde hasta hace un año era imposible llegar en vehículo. Ahora al menos hay un camino y lo siguiente, dice la joven, es instalar servicios de atención sanitaria básica. Aunque el 90% de la población indígena está asegurada por cuenta del Estado, el acceso a esta atención sanitaria es limitada.

“No puedo estar de acuerdo con quien diga que en San José se han preocupado suficiente del bienestar de los indígenas. Eso no ha sido cierto y no lo está siendo, pero sí tendrá que serlo en algún momento porque estamos alcanzando metas con nuestro esfuerzo”, dijo a EL PAÍS esta joven de 27 años, a quien las autoridades de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) prometieron en noviembre un puesto laboral en su poblado originario, donde ella pretende mezclar la medicina tradicional con la profesional, una tendencia que trasciende las fronteras de las reservas indígenas.

Mirna es huérfana de padre desde los tres años. Su madre se quedó a cargo de ella y de los otros ocho hijos. Trabajó en el campo sembrando hortalizas para vender o para el autoconsumo y solo Mirna logró acabar la educación básica, impartida en castellano en la escuela de su poblado y luego en un colegio en Ciudad Neily, a donde tuvo que emigrar. Sus hermanos no lograron acabar al colegio y son parte del 70% que tienen incompleta la educación básica en los territorios indígenas.

El caso de Mirna se publicó en casi todos los medios de comunicación hace pocas semanas, como un ejemplo de superación de las comunidades autóctonas, más jóvenes y más fértiles que el promedio de la población nacional, aunque con una tasa de alfabetización inferior: 90% frente al 97% del país. La médico ngäbe, sin embargo, no puede aún ejercer, pues espera la homologación de su título cubano. Hace un mes las autoridades de la CCSS celebraron su llegada y le prometieron ayuda ante la prensa. Ya han pasado varias semanas y nada se concreta, pero ella cree que pronto podrá trabajar en su tierra, recetando hojas de “uña de gato” a los diabéticos o “gavilana” para el dolor de barriga. Y si no, el tratamiento médico que por años no han tenido.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_