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El color de un mundo perdido

Reptiles fósiles contienen melanina, el pigmento que distingue a los humanos por su piel por JAVIER SAMPEDRO

Javier Sampedro
Piel de una tortuga; escamas de un mosasaurio; y aleta de ictiosaurio
Piel de una tortuga; escamas de un mosasaurio; y aleta de ictiosaurioBo Pagh Schultz, Johan Lindgren y Johan A. Gren

Spielberg hizo un encomiable esfuerzo de documentación para caracterizar con cierta verosimilitud a los dinosaurios de Parque Jurásico y sus secuelas. Pero hubo un elemento esencial que no tuvo más remedio que inventarse: el color de aquellas bestias prehistóricas. ¿Tenían el color de un sapo, las irisaciones policromáticas de un lagarto, o incluso un arcoíris exuberante que pudiera competir con el de las actuales aves? Los pájaros, al fin y al cabo, evolucionaron a partir de los dinosaurios de aquel mundo perdido. ¿Por qué nos gusta imaginar a aquellos reptiles gigantes con ese color entre gris plomo y verde fango que estropea los escaparates de las jugueterías?

La cuestión ha dejado de ser un experimento mental con el trabajo que Johan Lindgren y sus colegas de la Universidad de Lund, en Suecia, presentan este jueves en Nature. Estos paleontólogos han descubierto los primeros fósiles de la era de los dinosaurios —datados entre 55 y 196 millones de años atrás— con una preservación tan buena que ha respetado incluso los pigmentos de la piel. Una tortuga, un mosasaurio y un ictiosaurio de aquel periodo tienen todavía en ciertas trazas oscuras de lo que fue su piel los inconfundibles restos de la melanina, el pigmento que todavía hoy genera la compleja variedad de colores de piel y de pelo que exhibe la especie humana. En cierto modo, una de las causas directas del racismo.

El hallazgo de la melanina en criaturas marinas fósiles tan lejanas en el tiempo y en la genealogía parece implicar —al menos así lo interpretan los autores de Lund— que las tortugas y los ictiosaurios no heredaron ese pigmento de un remoto ancestro común. Consideran más probable que la melanina evolucionara de forma independiente en cada uno de esos linajes. Sería un caso notorio de evolución convergente, como las alas de pájaros y murciélagos, que son similares pese a tener orígenes distintos.

La melanina, de hecho, es más que un pigmento. Cumple a menudo otra función como hormona, y en muchas especies actuales es el regulador esencial de la temperatura corporal. Esta es la clave, según Lindgren y sus colegas, de su evolución convergente: que sus variantes permitieron o facilitaron la adaptación de muy distintas criaturas a las latitudes más frías, o en los periodos más gélidos por los que ha pasado el planeta.

En biología, la belleza es rara vez un mero adorno.

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