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Las patentes de humo de Wang Ji

Un empresario chino de Manises registró cientos de diseños de cigarrillos electrónicos, pero las tiendas se niegan a pagarle por un producto que ya venden

Patricia Gosálvez
Yi Hu Wang Ji con sus patentes de cigarrillos.
Yi Hu Wang Ji con sus patentes de cigarrillos. Antonio Valencia

"Hay un chino paseándose con un notario por los pabellones”. El rumor ya corría por la Feria de la Franquicia de Valencia, celebrada a mediados de octubre, cuando le llegó a Jeff Mont, distribuidor de cigarrillos electrónicos. “La gente se lo tomaba a risa, pero ellos iban muy en serio”, dice, “estaban levantando acta y todo”. Yi Hu Wang Ji, un empresario chino de 40 años afincado en Manises que llegó a España siendo adolescente, llevaba en las manos un dossier con un centenar de certificados expedidos por la Oficina Española de Patentes y Marcas con fotografías de boquillas, baterías, atomizadores, recargas, fundas y cuerpos de cigarrillos electrónicos cuyo diseño industrial ha registrado en España y sobre los que tiene derechos exclusivos. Algunos franquiciados recibieron después burofaxes: habría acciones legales.

Desde entonces, en el sector hay incredulidad y preocupación. También confusión sobre lo que pide el empresario a las tiendas (de las que hay unas 3.000 en España): desde 250 euros mensuales hasta los 50 que él mismo reconoció en la cadena SER de Valencia, “porque estamos en crisis”, señaló, “y así todo el mundo puede ganar dinero”. Entre los franquiciados reina la opinión de que Wang Ji se ha limitado a registrar modelos que ya estaban siendo comercializados. “Ha sido un flecha”, opina Jeff Mont, que estudia una demanda colectiva con otros distribuidores. “Ojalá se me hubiese ocurrido a mí”, añade Mont.

“¿Que ha sido espabilado? Puede, pero la ley es la ley; quienes la incumplen son los que no pagan”, dice Vicente Quilis, abogado de Wang Ji. “Él va por las buenas y está dispuesto a negociar; esto funciona así”. Por ello, algunos vendedores de cigarrillos de vapor han preferido pactar. El valenciano Alejandro Rodríguez Marco, propietario de Happy Smoky, una franquicia con 67 tiendas, ha creado la Asociación Española de Empresarios de Cigarrillos Electrónicos, a través de la cual ha firmado un contrato de cesión de derechos con Wang Ji a cambio de 95 euros mensuales por tienda. “No quiero apartarme de la legalidad”, dice, “muchas familias dependen de mí y tenemos problemas más graves, como que nos equiparen al tabaco…”, explica en referencia a la reciente decisión de Sanidad de prohibir el producto en hospitales, colegios y edificios públicos. En cualquier caso, ningún asociado ha pagado todavía, puesto que el acuerdo cerrado con Wang Ji especifica que, para empezar a hacerlo, ninguno de sus registros debe estar impugnado.

Belén Delgado, del bufete Le Morne Brabant, representa a varias franquicias que se han opuesto a los títulos de Wang Ji: “Ha usado el procedimiento de mala fe, buscando un lucro indebido”. “Las fotos que ha presentado en la Oficina de Patentes están sacadas de Internet, en algunas incluso se ha borrado la marca comercial con Photoshop”, acusa, “pero documentar hace cuánto existen esos modelos o quién es su dueño es una labor ardua”. Sobre todo en un sector boyante, apenas regulado, en el que el material se compra online y viene de China, donde cientos de empresas fabrican casi lo mismo. “Cuando se lo cuentas a los proveedores chinos, todo el asunto les parece absurdo”, cuenta el distribuidor Jeff Mont. “Wang Ji tiene un derecho formal”, admite la abogada, “pero no creo que uno que pueda mantener en el tiempo”.

Tras su aparición en aquella feria, el empresario chino hizo una ronda de medios, ofreciendo entrevistas, directamente o a través de su abogado o su socio, en las que subrayaba que solo quería ordenar el caos del sector. Contaba que la “idea” le llegó en patinete: hace cinco años importó para vender en sus 18 bazares un centenar de contenedores de un modelo que otra persona tenía registrado en España. Wang Ji se negó a pagarle y sus contenedores acabaron precintados. Pero ahora el empresario no está para anécdotas. En una conversación telefónica desde China, donde se encuentra de viaje, se muestra muy disgustado. “Se han contado muchas mentiras”, dice acusando de tergiversación a los abogados (incluido el suyo), los medios y las franquicias. “Yo solo quiero defender mis derechos y mi producto, pero como soy chino creen que copio y no soy legal”. ¿Denunciará a quienes se nieguen a pagarle? “No vale la pena, el que quiera, que me pague; el que no, que no lo haga”, dice.

Un socio explica que el empresario diseñó los cientos de piezas que ha registrado y las mandó fabricar a China

Para explicarse mejor recurre a su socio Javier García, que le ha acompañado en todas sus apariciones mediáticas (se conocen desde hace años porque el empresario chino es cliente de su concesionario de coches de alta gama). García explica que Wang Ji, “que además de empresario es inventor”, ideó personalmente en verano, con la ayuda de un diseñador, los cientos de piezas que ha registrado desde finales de septiembre. Las mandó fabricar a China para luego distribuirlas en España y venderlas en sus bazares. Quizá en China, explica, otros se las pudieron copiar y por ello se encuentran piezas muy parecidas en el mercado. “Wang Ji siempre actuó de buena fe”, dice García, “no hemos pedido dinero por escrito a nadie, y la mejor prueba de ello es que no hemos visto un euro”. Y añade: “No hay prisa, que nos impugnen, tenemos los bocetos: el tiempo nos dará la razón”.

Registrar un diseño industrial es muy sencillo. Se puede hacer por Internet. Basta con presentar unas imágenes y pagar una tasa de 62 euros (por lo que solo en registros, sin contar el notario, los burofaxes o el abogado, Wang Ji lleva gastados al menos 12.000 euros). Unos días después se reciben los certificados de exclusividad que el empresario esgrimió en la feria de franquicias (cualquiera puede descargar en la web de la Oficina de Patentes los 200 que acumula el empresario). Un diseño industrial no es una patente que requiere una serie de comprobaciones (de autoría, por ejemplo) y protege un invento, un concepto: el cigarrillo de vapor. Un diseño industrial protege la apariencia de las partes de un objeto, como una boquilla de cigarrillo electrónico con forma de calavera con sombrero vaquero y gafas de sol. Esta boquilla existe y es el registro número 518.011-02 de Wang Ji. En Internet hay decenas de distribuidores internacionales que venden una parecida o idéntica. Pero la Oficina Española de Patentes y Marcas no comprueba eso de oficio. “Solo se comprueba que lo registrado no sea ofensivo”, explica Gerardo Penas desde la institución. “Lo importante es que el procedimiento sea ágil, ya que está pensado para el perecedero mundo de la moda”. Si hay algún perjudicado (por ejemplo, alguien que tiene registrado algo muy semejante), hay dos meses para impugnar la concesión del título. La boquilla calavera tiene una oposición que alega “falta de novedad” del diseño. Es una de las decenas de oposiciones presentadas contra los registros de Wang Ji por otros vendedores de cigarrillos de vapor. La Oficina de Patentes tardará unos seis meses en decidirse. Para los que se haya pasado el plazo administrativo, habrá que ir a juicio.

De momento, en esta guerra del cigarrillo electrónico, nadie está contento. Solo Gerardo Penas, de la Oficina de Patentes, se dice “agradecido” a Wang Ji: “Esto es una llamada de atención a una sociedad con muy poca cultura del registro; y no todo vale, hay que informarse antes de ponerse a vender algo, porque siempre hay un dueño detrás”. El registrador pide “un poco de respeto por la creatividad ajena”. Aunque esta consista en una boquilla con forma de cowboy calavera por la que inhalar vapor de agua como el más malo del salvaje Oeste.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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