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“Mi gran premio es el de mejor abuela del año”

Ada Yonath, cristalógrafa israelí y premio Nobel de Química 2009
Ada Yonath, cristalógrafa israelí y premio Nobel de Química 2009Alvaro Garcia

“Café con poquito leche”, pide riendo la premio Nobel de Química 2009, Ada Yonath, acomodada en una de las suites más altas del hotel más alto de Madrid. “Es casi lo único que sé decir en español”, aclara esta científica de pelo alborotado y rostro amable, disimulando el cansancio acumulado durante una larga jornada de conferencias. Su sonrisa perenne solo se congela al nombrar el eterno conflicto entre su país, Israel, y Palestina. “Hemos venido a hablar de ciencia, no de política”.

Las múltiples entrevistas a las que se ha enfrentado desde que fue premiada le han aportado una gran experiencia para sortear preguntas incómodas. “Después de una ponencia que di en Santiago de Compostela, un hombre me preguntó cómo podía vivir en un país que no dejaba a la gente ser libre. Contesté que en Israel he conseguido un puesto fijo que no me habían dado en ningún otro lugar. Así que, desde el punto de vista científico, ha sido el lugar donde me he sentido más libre. Por supuesto, al hombre no le gustó la respuesta”, rememora con un guiño irónico. Su expresión se ensombrece y añade: “Creo que el conflicto va a ir a menos y espero que se solucione muy pronto”.

La Nobel de Química de 2009 quería ser granjera, lo de la ciencia solo “ocurrió”

Y vuelve a la ciencia. “Me puse muy contenta cuando me dijeron que había ganado [el Nobel], pero no fue tan emocionante como el momento del descubrimiento”. Su investigación sobre los ribosomas —la fábrica celular de las proteínas— desentrañó uno de los procesos biológicos más importantes. “Quizá el más significativo”: la traducción del código genético, un proceso crucial para la vida y, por ello, una diana perfecta para luchar contra las bacterias. La mayoría de antibióticos que hay en el mercado interfieren en alguna de sus etapas. “El reto que tenemos ahora es eliminar las resistencias —uno de los problemas más graves en sanidad—, consiguiendo mejores medicamentos”.

La pasión que siente por su trabajo se transmite en cada frase que pronuncia, aunque eso la lleve de un sitio a otro. En esta ocasión visita Madrid para dar una charla en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, patrocinada por la Fundación Banco Sabadell. La ciencia se ha convertido en su vida, pero no siempre lo tuvo tan claro. “No elegí ser científica, simplemente ocurrió”. Lo que de verdad deseaba esta israelí, nacida en Jerusalén hace 74 años, era trabajar en una granja. “Quería dedicarme a la agricultura, pero mi padre murió, mi madre se puso enferma y mi hermana era muy pequeña, así que decidí quedarme cerca de casa hasta que la situación mejorara”. Comenzó a estudiar química por “hacer algo interesante” y descubrió que le gustaba la investigación. “Siempre he sido muy curiosa, me encanta aprender cosas nuevas, pero no fue una decisión consciente”.

El camino no ha sido fácil. “Cuando empecé mi carrera, la gente no confiaba mucho en mí, pensaban que era una ingenua y una soñadora. Me llamaban incluso la loca del pueblo, pero no me importaba. Solo quería que me dejaran seguir con mi trabajo”.

— ¿Ha sido más difícil conseguir sus objetivos por ser mujer?

— Nunca he sido un hombre, así que no puedo comparar, pero creo que es posible compaginar la investigación de alto nivel con la familia. El premio del que me siento más orgullosa es un diploma que me regaló mi nieta Noa en el que pone ‘Abuela del año’. No todo el mundo lo consigue.

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