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“Un cuadro es una degustación y una digestión”

El pintor argentino confronta su obra con los diarios de su paisano Ricardo Piglia

Juan Cruz
Stupía: “La batalla del arte se da en el taller”.
Stupía: “La batalla del arte se da en el taller”.uly martin

Eduardo Stupía, (pintor argentino nacido en 1951 cuya obra está en el MOMA, en museos españoles y de otras ciudades del mundo), desayuna en casa lo que hay a mano, pero los viajes y los hoteles lo conducen al zumo de naranja y al cruasán (que él pronuncia cu-ra-sán). Así que aquí, al lado de donde expone su obra junto a los Fragmentos de un diario de Ricardo Piglia, pide esos alimentos como si los hubiera memorizado en la calle. Y en seguida cuenta su colaboración con su paisano Piglia, cuyo resultado se expone en la Sala Minerva del Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Un día Piglia (argentino, escritor, un maestro en su país y en todo el mundo) se fue con fragmentos de sus diarios y le contó al galerista Jorge Mara que a él le gustaría confrontar esos textos con la pintura de Stupía. El resultado es esta muestra que estará abierta hasta el 18 de mayo. “Un artista siempre quiere hacer algo con otro; leo a Piglia desde los setenta; ¡leía hasta sus clases! Me encantó que se fijara en mi pintura para confrontar sus textos. El reto te obliga a inhibirte, a trabajar entre límites. Y no hay nada más productivo en arte que una consigna que nos es impuesta”. Stupía cree que “es saludable romper la saturación con uno mismo y eso se puede hacer gracias a un agente foráneo”. El agente foráneo es Piglia. Él no ilustra; prolonga, hace su propia obra, pero es inevitable que el espectador vea en sus cuadros “la contaminación sentimental” que producen los textos. “Eso ocurre especialmente con los textos en los que Piglia narra la agonía de su madre. Yo vivo ahora una situación similar. Ese destello personal produce, sin duda, una vinculación de lo que pinto con lo que él escribe… Pero no hay correlato entre texto e imagen; lo que se pretende es un choque heterogéneo entre lo que él escribe y lo que yo pinto”.

Firma como si fuera griego, STVPÍA, “no me gusta la ornamentación de la firma, así que hago las letras como si fueran líneas rectas, incluso aquellas que son sinuosas; la firma es una perturbación en el cuadro, intento que no se note”. Ahí está, ahora, en la pared del Círculo, a la entrada de la Sala Minerva, la pintura mural que hizo el último domingo subido a una escalera, como un albañil de imágenes. Fue mezclando elementos hasta que logró el cuadro. Como un cocinero para conseguir un plato complejo. “Pues sí. Un cuadro es una degustación, una masticación, una disolución y una digestión… En un cuadro se trata de encontrar un tono que es equivalente a un sabor”. Difícil comerse el que está en la pared. “Es como el escaparate de un restaurante: ¡te comerías el vidrio!”.

Dicen que los pintores son buenos cocineros. Él no tiene ese don: “Para freír un huevo necesito un manual”. Su comida es la de la infancia: “La que hacía mi madre, que era maestra, entre clase y clase: milanesa con papas, croquetas… ¡Como Piglia! Somos degustadores de croquetas”.

Estará en Arco. “Es una feria dispareja pero muy dinámica, muy estimulante”. Es el reino del comercio, “pero la batalla del arte se da en el taller, ese es el mundo del artista, su cocina más sabrosa”. Cuando llegue al hotel, desayunado, escuchará la música de John Coltrane, uno de los artistas que le inspiran el sabor de sus cuadros.

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