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Tribuna
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Uno como nosotros

Los esfuerzos del papa Francisco por parecer una persona normal y no un superhéroe son bien visibles y explícitos

Juan Arias

La característica que quizás más impresiona del papa Francisco es que ha querido parecer, desde el primer momento de su pontificado, uno como nosotros. “Soy una persona normal”, afirmó días atrás. Lo fue cuando al salir por primera vez al balcón de la Basílica de San Pedro pidió a los fieles que lo bendijeran. Antes de él eran los papas quienes bendecían a los cristianos arrodillados a sus pies. Tan normal es Francisco, que es el primer papa que concede entrevistas.

Y sin embargo nunca nadie había parecido más “anormal” que los papas. Hasta parecía que no tenían cuerpo. De ellos se ignoraban todas las debilidades de los demás mortales. Siempre se dijo que no enfermaban. Solo se morían, y muchas veces ni se sabía de qué. Una de las primeras afirmaciones de Francisco que recorrieron el mundo fue cuando dijo: “El papa también peca”.

Ante el peligro, sin embargo, de que justamente ese modo atípico de comportarse al rechazar toda la vieja simbología del papado heredada de los emperadores romanos, pudiera acabar mitificando su figura, él mismo ha salido al ruedo para decir: “Dibujar al Papa como a un superhombre o como a una estrella es algo que me ofende”.

¿No será ese esfuerzo por aparecer revestido de normalidad lo que está cautivando de su persona?

Ha llegado a citar a Freud contra las tentaciones de hacer de él un mito, ya que “toda ideologización lleva en su seno una opresión”, como afirmaba el padre del psicoanálisis. Los papas son la única persona del Planeta que se declara oficialmente “infalible”. ¿Se puede ser más diferente?

De ahí los esfuerzos bien visibles y explícitos de Francisco por parecer una persona normal y no un superhéroe. ¿No será ese esfuerzo por aparecer revestido de normalidad y no de privilegios lo que está cautivando de su persona no solo a tantos católicos hasta ahora desilusionados con su Iglesia, sino a agnósticos y ateos así como a seguidores de otras confesiones religiosas?

Francisco se ha saltado siglos de teología clásica contaminada por las filosofías griegas y ha vuelto a beber en la fuente original de las primeras enseñanzas del profeta judío, Jesús de Nazaret. Enseñanzas a mil años luz del árido Derecho Canónico y de las teologías a la caza de herejes. Era la teología de la "felicidad" a la que Pablo opondría la de la "cruz y el sacrificio".

Aquel profeta recordaba a los suyos que quienes “se visten de seda habitan en los palacios", y que él “no tenía donde reclinar la cabeza”. Era un pobre entre los pobres. Un pobre que nunca se llamó “hijo de Dios” sino “hijo del hombre”, en una expresión de su dialecto arameo.

Francisco quiere aparecer más como discípulo de aquel profeta errante, sin casa y sin poder, que como seguidor de los pomposos emperadores romanos. Esa es ya su primera gran revolución: devolver a la Iglesia a la humildad y sencillez de sus orígenes. Y a todos nosotros hacernos sentir, sin complejos, la riqueza de ser simplemente humanos. Humanos y pecadores, como él.

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