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Un cura tranquilo

Hijo de humildes agricultores castellanos y con fama de moderado, el nuevo presidente ha salido elegido por abrumadora mayoría

Ricardo Blázquez, elegido nuevo presidente de la Conferencia EpiscopalFoto: atlas | Vídeo: ATLAS

Las elecciones en la Conferencia Episcopal le parecían al cardenal Tarancón “más aburridas que un gorro de dormir”. Lideró el episcopado entre el 30 de mayo de 1971 y el 23 de febrero de 1981, una fecha, esta última, señalada en el calendario como el día en que algunos militares asaltaron el Congreso para dar un golpe de Estado y los obispos, reunidos en asamblea plenaria, se fueron a dormir tan tranquilos, sin una triste nota de protesta o de preocupación. Tarancón ha sido el único prelado que logró tres mandatos sucesivos al frente del episcopado español. Rouco se va con cuatro, pero habiendo sido derrotado antes del tercero por Ricardo Blázquez, entonces un simple obispo de Bilbao.

Nunca antes lideró el catolicismo español un obispo a secas: sus siete predecesores fueron cardenales (Tarancón, Fernando Quiroga, Ángel Suquía y Antonio María Rouco) o arzobispos (Casimiro Morcillo, Gabino Díaz Merchán y Elías Yanes). ¿Por qué el obispo Ricardo Blázquez Pérez en 2005? La elección fue una sorpresa hasta para el propio Blázquez. “Una sorpresa enorme”, dijo minutos después a los periodistas el prelado de Bilbao, serio, de pocas palabras. “Yo no lo he buscado”, remachó.

Blázquez vuelve ahora con 72 años, ascendido ya a arzobispo de Valladolid por Benedicto XVI, poco después de fallecido Juan Pablo II, que no perdonó al nuevo presidente que apeara del liderazgo a Rouco sin el beneplácito papal. La elección no ha sido una sorpresa. Ya fue presidente y ahora era el vicepresidente de la CEE. Pero esta vuelta al pasado indica, quizás, que no está el banquillo episcopal para muchas alegrías. Por cierto, el papa Francisco, tan bullicioso en otros campos, no ha movido un dedo para mejorarlo. Hubiera bastado que aceptase la pedida renuncia de los dos únicos cardenales en activo, Rouco en Madrid y Martínez Sistach en Barcelona, ya jubilados con creces, nombrando sus relevos con la categoría de cardenal, para tomar esos gestos como indicaciones de sus preferencias. ¿O acaso no tiene preferencias? Nuevamente, un gesto displicente hacia la jerarquía española.

Volvemos a Blázquez. Hijo de agricultores humildes de Villanueva del Campillo (Ávila), el nuevo presidente de la CEE tiene un carácter afable. Se le otorga incluso fama de moderado. Es un calificativo discutible. Como se dice tantas veces, no hay nada que se parezca más a un obispo que otro obispo. Desde luego, ninguno de los nombrados por Juan Pablo II o Benedicto XVI puede ser considerado progresista. Pero la carrera de Blázquez es relevante. Por eso lo han reelegido, seis años más tarde. Se doctoró en la Gregoriana de Roma y en 1974 comenzó la docencia en la de Salamanca, donde fue decano de Teología (allí coincidió con Rouco) y más tarde su gran canciller. Era obispo de Palencia cuando fue trasladado a Bilbao. Fue recibido con una cierta rechifla. “El tal Blázquez”, se dijo desde el PNV. Pronto aprendió euskera y se ganó el respeto de sus diocesanos, además del de los políticos. Llegó a apadrinar una pastoral que la derecha tachó de condescendiente con los etarras, hasta el punto de que el Gobierno de Aznar llamó a consultas al nuncio del Vaticano para protestar.

Si se somete a crítica su primer mandato, entre 2005 y 2008, pocos cambios hay que esperar de esta presidencia, aunque el ambiente social y político es muy distinto. Ahora gobierna la derecha. A Blázquez le tocó lidiar con el primer mandato del Gobierno Zapatero, desbordado por el radicalismo de Rouco y sus muchos afines, que nunca perdieron el control. Se dijo entonces que, en realidad, el presidente Blázquez renunció a mandar en la CEE al día siguiente de su elección, porque la batalla política de la mayoría del episcopado contra Zapatero le desbordó pronto. Dos ejemplos: cuando Rouco, arropado por los suyos, participó en primera fila, junto a decenas de obispos, en las manifestaciones en Madrid contra la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, o contra la reforma educativa, Blázquez dijo en público que él no acudiría. Pero no se atrevió a afearlas. “Libremente no fuimos los que no fuimos”, se despachó más tarde.

Tampoco Roma ayudó a Blázquez. Muy al contrario. Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron siempre partidarios de combatir a fondo al Gobierno socialista, llegando incluso a calificarlo de perseguidor de la religión y de furibundo laicista. Pese a todo Blázquez dialogó con el Gobierno del PSOE, y le arrancó acuerdos inalcanzables para Rouco, como el inusitado incremento de un 37% de la asignación presupuestaria que el Estado concede cada año a los prelados a través del IRPF de todos los contribuyentes, sin que los católicos pongan un solo euro de más de su bolsillo. Ningún Ejecutivo anterior había cedido tanto, ni siquiera el presidido por José María Aznar.

Aún se desconoce por qué Zapatero concedió ese nuevo privilegio de esa manera, sin contrapartidas, ante Blázquez y el nuncio (embajador) de Benedicto XVI en Madrid, admitiendo incluso liberar a los obispos del compromiso de llegar un día a autofinanciarse. Lo asumieron en los Acuerdos de 1979, un concordato que nunca han cumplido en materia económica. Meses antes del acuerdo, en la primavera de 2007, el Gobierno socialista todavía insistía en que el dinero entregado por el Estado a los obispos, mes a mes (este año, 247 millones, solo en sueldos y culto de obispos y sacerdotes, más 700 millones por curso para pagar a sus profesores de catolicismo en las escuelas públicas y privadas), “tenía que irse acabando”. Lo que ocurrió fue lo contrario: un incremento del 37%, todo ello de espaldas al Parlamento, que se enteró por los periódicos. Solo por la hazaña de obtener tal pacto de un Gobierno en teoría anticlerical y furibundamente laicista (así decían los partidarios de Rouco en aquellos momentos), se ha ganado Blázquez este segundo mandato.

El arzobispo Blázquez, que será cardenal muy pronto, sin duda (a poco que Francisco tome nota de la elección de hoy), es la imagen de decenas de miles de niños en la pobre España rural de la posguerra civil: su única salida, si el cura del pueblo cataba bien inteligencias, era el seminario diocesano. Dos tercios de los 20.000 sacerdotes actuales salieron de ese semillero, hoy casi agotado. Como es lógico, la mayoría de los obispos se reconocen también en esa biografía familiar. Blázquez es, en ese sentido, "uno de los nuestros: resistente, austero, sencillo, tranquilo, educado y cercano, que siempre te saluda por tu nombre", resume quien ya trabajó con él en la Conferencia Episcopal.

Villanueva del Campillo, en la sierra de Ávila, donde nació a seis kilómetros del alto de Villatoro, se ha despoblado año tras año. Allí creció Blázquez, ayudando a los padres, junto a sus siete hermanos, en la labranza y el pastoreo. Los vecinos lo evocan segando con hoz, guardando ovejas y ayudando como los demás chavales. Blázquez, eso sí, siempre con un libro a mano. Rara vez los superiores acuerdan enviar a un joven cura rural a doctorarse en Teología en la imponente Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, de los jesuitas. Blázquez lo logró sin reticencias. Volvió a España hecho un gran teólogo, de lo que dan prueba sus altos cargos en la Pontificia de Salamanca, sus libros y el hecho de que los obispos lo reeligieran tres veces para presidir la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el Santo Oficio de la Inquisición.

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