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La hora del legislador

Lo que el mundo pensaba que era la primera clonación humana, a principios de la década pasada, se reveló poco después como un fraude científico monumental

Javier Sampedro

Lo que el mundo pensaba que era la primera clonación humana, a principios de la década pasada, se reveló poco después como un fraude científico monumental, perpetrado por el veterinario surcoreano Hwang Woo-suk en un intento de poner a su país al frente del emergente sector de la medicina regenerativa. El escándalo no hizo ningún bien a una línea de investigación que se enfrentaba a un entorno político, religioso y jurídico que ya era lo bastante adverso incluso antes del fiasco.

Pero los científicos siguieron adelante y, de un modo más lento y menos ruidoso, lograron el año pasado los primeros embriones humanos clónicos. En aquel caso partieron de células fetales o infantiles, y sus resultados fueron una prueba de principio. Ahora han partido de células de adultos, incluidas las de una paciente de diabetes. El proceso ha funcionado, y ha producido justo las células pancreáticas productoras de insulina que podrían ayudar a la paciente. Esto es, si la regulación legal lo permitiera.

Estos experimentos “incrementan la probabilidad de que se produzcan embriones humanos para generar terapias para cada paciente concreto”, escribe en Nature Insoo Hyun, profesor de bioética de la Universidad Case Western Reserve de Cleveland, Ohio. “La creación de más embriones humanos para experimentos científicos es segura, y las estructuras reguladoras deben estar ahí para supervisarlos”.

Hyun añade a preguntas de EL PAÍS: “El entusiasmo sobre la clonación terapéutica está volviendo, en efecto, con los últimos trabajos publicados; aunque el descubrimiento por Yamanaka de las células iPS ha hecho avanzar el campo de forma considerable, los investigadores están dispuestos a crear muchas líneas celulares específicas de pacientes con técnicas de clonación, aunque solo sea para comparar su calidad con la de las células iPS”.

El bioético de Ohio recuerda que, además de las terapias celulares personalizadas, los embriones clonados a partir de células de pacientes pueden servir también para “investigar las enfermedades humanas y la infertilidad, y tal vez a la postre para generar tejidos de repuesto compatibles genéticamente para la gente que ha perdido órganos por patologías o degeneración”. Ningún científico serio quiere usar estas técnicas para clonar bebés, y en cualquier caso Hyun recuerda que esa perspectiva ya está prohibida por las legislaciones actuales de todo el mundo.

El entorno legal español es de los más permisivos de Europa. Primero los gobiernos de Aznar, y después los de Zapatero, promovieron las regulaciones necesarias para practicar la clonación terapéutica, prohibiendo de paso la reproductiva (clonar bebés). Pero la mayoría de los científicos cree necesario que la mayor maquinaria de investigación biomédica del mundo —los Institutos Nacionales de la Salud norteamericanos— se incorpore al esfuerzo internacional. No será fácil.

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