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El loto y el euro

Un gran negocio y miles de vocaciones se generan en torno al maestro zen Thich Nhat Hanh El pacifista, con un destacado papel en la guerra de Vietnam, gira estos días por España

Thich Nhat Hanh, en octubre de 2010.
Thich Nhat Hanh, en octubre de 2010.Chaiwat Subprasom (Reuters)

Desde que el estadounidense Jim Yong Kim llegó en 2012 a la presidencia del Banco Mundial, la institución vive en turbulencia: despidos, traslados... Por eso el año pasado, a los empleados de la sede de Washington solo les sorprendió relativamente recibir un correo convocándolos el 10 de septiembre a “un día de meditación” como parte del programa de gestión del “estrés de la vida diaria”. Los 300 que comparecieron se encontraron con 20 monjes budistas alrededor de Thich Nhat Hanh, el ídolo espiritual de su presidente. Tras una charla sobre la “plena consciencia”, se les invitó a “caminar en meditación” desde la sede en la Calle 19 hasta un cercano parque. Los testigos dicen que el berreo de cláxones mientras los monjes avanzaban entre los coches con los ojos semicerrados dificultó la operación de relajarse.

Ahora Thich Nhat Hanh, el líder pacifista de 88 años, el adalid del budismo mahayana, el enemigo del materialismo al tiempo que sabio de referencia de banqueros y empresarios, visita por primera vez España. El día 27 llegó a Madrid en autocar con 50 monjes desde su monasterio en Francia. Esta semana ofició una charla en un teatro de la capital y un retiro privado en El Escorial. La próxima, en Barcelona, tendrá dos encuentros más e impartirá unas jornadas con la Universidad de Barcelona sobre cómo aplicar sus técnicas zen a la educación (entre 180 y 280 euros). En otoño, cinco de sus discípulos viajarán por América Latina. Su orden monástica, la del Interser, es la que más crece en el mundo.

Siguiendo la pasión zen de Steve Jobs, en los últimos dos años se han multiplicado los directivos de grandes empresas que defienden que la trascendencia les ha hecho a ellos y a sus empleados más felices y productivos. En su gira de tres meses por EE UU, Thich Nhat Hanh se reunió con los 15 CEO de las compañías más ricas de Silicon Valley y con 700 empleados de Google. Para una audiencia de millonarios, el budista no cambió su discurso: “El tiempo no es dinero, sino vida y amor”. Estos encuentros suscitaron gran atención; también las chanzas de The Economist.

Las preguntas se acumulan: ¿una nueva cancamusa?, ¿esnobismo o espiritualización del capitalismo?, ¿cómo compatibilizar el enriquecimiento y el antimaterialismo de la meditación?, ¿qué nexos caben entre el ideal de vaciar nuestras mentes y la revolución digital que pretende llenarlas de información? Las respuestas no son evidentes, entre otras cosas porque el Thay (maestro) solo concede entrevistas a quien pasa por un retiro de varias semanas en Plum Village (Ciudad Ciruelo), el monasterio que abrió en 1982 cerca de Burdeos y que ahora cuenta con 785 monásticos. Y aun entonces solo aclara que no importan lo espurias que sean las razones originales de quienes se acercan a la “auténtica” plena consciencia, porque esta los convencerá de que han marrado sus vidas confundiendo éxito y felicidad.

Thich Nhat Hanh nació en Vietnam en 1926 e ingresó en un monasterio a los 16 años. En Princeton (EE UU) estudió cómo aplicar principios de la psicología al budismo para dulcificar la doctrina al paladar occidental. Durante la guerra de Vietnam fundó el budismo comprometido, partidario de sacar a los monjes de sus templos para detener la sangría. En 1966 viajó a Estados Unidos con este propósito, y allí recabó el apoyo de Martin Luther King, que lo propuso para el Nobel de la Paz. En respuesta, Vietnam lo vetó; por eso se instaló en Francia y fundó un monasterio que en verano se abre al mundo. En 1983 se retiraron allí 232 personas; el verano pasado, miles. Cuenta incluso con traductores y retiros para familias con niños. Esta política ha permitido que en España, a partir de unos cuantos voluntariosos que invirtieron sus veranos entre ciruelos y rapados, se hayan organizado decenas de sanghas (grupos de rezo), desde Calahorra hasta Altea, y que los libros del Thay alcancen cierta repercusión. Esta semana, Plataforma Editorial publicó Domar al tigre interior, compendio de sus máximas.

Martin Luther King junto a Thich Nhat Hanh, en 1966.
Martin Luther King junto a Thich Nhat Hanh, en 1966. E. Kitch (AP)

El encuentro de Madrid el domingo pasado colmó las expectativas. El teatro Lope de Vega, en la Gran Vía, reformado para el musical El Rey León, lucía abarrotado. Las entradas se compraban por grupos de 10 por 220 euros, y solo después se vendían las sueltas. Bajo el aparataje africano suspendido sobre el escenario se apelotonaban monjes orientales y europeos ataviados con túnicas marrones; las monjas, con la cabeza cubierta por un pañuelo. Durante una hora protagonizaron una “meditación guiada” para preparar la llegada del maestro. Con una guitarra, las voces cantaban —“Inspirando, expirando, me siento como una flor”— y un monje enseñaba a modular la respiración. En las butacas, el público acompañaba la canción con gestos suaves, casi infantiles, representando una montaña, flores y el rocío. Se conjugaban budistas y ecologistas, rastafaris y elegantes señoras rubias. Algunos espectadores grababan los cánticos con el teléfono; otros parecían dormir con una respiración enérgica y pausada.

Hasta que entra el maestro en escena. Entonces todos se incorporan. Thich Nhat Hanh es un hombre pequeño, de estructura ligera pero recia, movimientos escasos pero ágiles. Se arrodilla en una tarima y comienza a hablar en inglés. Durante dos horas desgrana su discurso en mitad de un silencio absoluto. Como buen zen, busca la sabiduría fuera del discurso racional. “Dejad de pensar. El pensar no nos deja estar aquí y ahora”, afirma entre asentimientos de sus seguidores. Ofrece imágenes sencillas para aplacar la angustia existencial: “El sufrimiento es el barro en el que nace el loto”. El objetivo de su doctrina es transmitir a la acción cotidiana una carga espiritual: plena consciencia de respirar, de caminar, de beber té y, a partir ahí, del sufrimiento propio y ajeno, hasta alcanzar la compasión. “Como individuos podemos contribuir con nuestra energía a la colectiva”. La circunferencia de sus máximas encaja como un anillo en la lógica de la nueva empresa. Tan redondas que igual valen para resolver baches de pareja o crisis globales.

Mientras el maestro habla con su voz aguda, su entorno se ocupa de todo. Monjes budistas se alojan en la cabina de sonido. Durante la gira, la organización también envía correos a una lista de inscritos explicando cómo vivir la felicidad de la cercanía del Thay. “Sabemos que muchas personas no han podido obtener su localidad o su inscripción”, reza uno. “Aun así, no es el fin del mundo, tenemos soluciones y alternativas. Tenemos sus libros. Podemos retirarnos durante una semana en el monasterio. Podemos participar en alguno de los cursos y retiros impartidos por sus monjes, que se organizan en diferentes puntos de España durante el año”.

El maestro explica cómo enfrentarse a la muerte, a las presiones de la sociedad del éxito, y también al estrés diario. “Cuando pasas dos horas con el ordenador olvidas que tienes un cuerpo. No estás vivo”. Por eso invita a descargarse de su web un programa que cada 15 minutos hace sonar una campana para avisar de la necesidad de retomar la respiración consciente.

En la fase de preguntas, la devoción de los seguidores se hace patente, igual que una mínima secuela de los casi 90 años del maestro: su duro oído precisa que alguien le repita a la oreja las dudas. Una familia asegura que viene desde Colombia a escucharlo. Siguen preguntas sobre cómo mantenerse concentrado. Una chica pide auxilio en un problema familiar. Después de responderle, sin más aviso, Thich Nhat Hanh se levanta de la tarima, se despide con una reverencia y desaparece. Toma su puesto su mano derecha, la hermana Chan Khong, que arranca con una canción en francés e inglés y luego explica cómo contribuir a las buenas acciones del maestro en los centros infantiles que mantiene en Vietnam desde la guerra. Recuerda que en la puerta del teatro, los monjes venden a partir de 50 euros sus caligrafías. Por 10, los CD con las canciones de la Ciudad Ciruelo.

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