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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Telemendicidad para todos

En ‘Entre Todos’ las necesidades de las personas se convierten en un espectáculo mediático

Telemendicidad: un nuevo sustantivo para definir el programa ‘Entre Todos’ de la 1, en el que las necesidades de las personas se convierten en espectáculo mediático. La compasión y la caridad no pueden sustituir a la justicia social. A cualquier profesional, como a cualquier persona con sensibilidad, le abochornan estos desfiles y se siente indignado ante una exhibición tan impúdica del sufrimiento humano. Lo primero que aprende un profesional de los servicios sociales es a preservar la dignidad de las personas. Más aún cuando esa dignidad puede estar en riesgo por su situación de grave necesidad. Justo lo contrario de lo que hace este programa: mostrar hasta el puro y duro exhibicionismo las necesidades y miserias de las personas.

Todas las tardes la presentadora se muestra indignada ("¡Cómo es posible que un niño...!"), pero su irritación es una pura pose. ¿A quién echa en cara lo injusto de esta situación? Parece que nos hace culpables a todos los que no estamos en ella. Ni una sola referencia a las estructuras sociales que hacen que esa familia carezca de recursos tan básicos, incluso teniendo trabajo. Ni una mención de pasada a que no existan recursos sociosanitarios para aliviarla. Echa en cara su indignación a los espectadores para que se sientan mal, se sientan culpables y suelten el dinero contribuyendo así a la ceremonia de la compasión y la lágrima fácil.

Pero ¿cuál es la causa de esa injusticia? ¿Qué sería lo justo? ¿Quién debe evitar que le ocurra algo así a un niño? Pues de nuevo la culpa es del espectador, que no es tan pobre como esa familia. No son injustas las estructuras, sino las personas en situaciones más desahogadas. Nos hace sentir culpables a todos. ¿En qué se diferencia esto de la beneficencia? En nada: los pobres están ahí para que ejerzamos con ellos la compasión, o la caridad, en lenguaje religioso.

Ni una sola alusión a recursos de carácter institucional, ni a las ayudas sanitarias, ni a los servicios sociales, ni a las asociaciones. No importa que se estén desmontando las políticas redistributivas de protección social. A un niño necesitado, a una persona en situación de dependencia, a una familia en el precipicio de la exclusión social, a las personas más vulnerables de nuestra sociedad no hay que atenderlas desde un sistema público de sanidad o de servicios sociales. ¡Menos mal que está la tele! “Si este programa hubiera existido hace tiempo…”, se lamenta la presentadora. Ay si no se hubieran recortado las prestaciones sociales y sanitarias, nos lamentamos nosotros.

La telemendicidad es todo un monumento al discurso neoliberal que entiende que estas situaciones, estas necesidades, son cosas de la vida privada y deben ser resueltas en ese ámbito, no en el de la intervención estatal. El Estado está para ayudar a los bancos o a las autopistas en quiebra, no a las personas: eso se deja a la caridad. He aquí el retorno a la premodernidad, a un estado feudal con nuevas tecnologías, sí, pero con las mismas formas indignas de entender las necesidades sociales: la pena, la limosna y la negación del compromiso de la sociedad.

Este programa de fanfarria lastimera solo busca resaltar su propia bondad, y en lugar de sensibilizar al público, lo somete a una sobredosis de sensiblería. La verdadera solidaridad está muy lejos de estas exhibiciones. Está en las organizaciones de afectados, en las ONG que no hacen negocio del sufrimiento, en las personas que se agrupan para defender sus derechos y los de los demás, y también en gobiernos locales o autonómicos que mantienen gastos sociales contra la marea inagotable de los recortes. No hay nada más solidario que pagar impuestos de manera justa y defender los derechos sociales.

José Manuel Ramírez Navarro es presidente de la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales

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