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Lo que queda del plan Bolonia

Los recortes en la educación pública impiden reducir el número de estudiantes por clase y personalizar la enseñanza

El plan Bolonia auguraba una universidad de mayor calidad, pero la crisis ha frenado las expectativas
El plan Bolonia auguraba una universidad de mayor calidad, pero la crisis ha frenado las expectativasNick White (Getty Images)

“Han variado las condiciones iniciales con las que se quería implantar el plan Bolonia, se ha hecho con menos recursos y su forma ha cambiado”. La conclusión es de Manuel Palomar, rector de la Universidad de Alicante, pública, donde se imparten 39 grados, el relevo de las antiguas licenciaturas. Entre el año pasado y este saldrá de las aulas la primera promoción Bolonia, aquella idea de modernizar la universidad europea, acercarla a las empresas y favorecer la movilidad entre estudiantes dentro de Europa para aumentar sus posibilidades de encontrar un empleo. La medida se empezó a concretar en 2008, en el inicio de la crisis económica, y levantó las iras de multitud de universitarios, que veían en ella una forma de mercantilizar la enseñanza.

La parte burocrática está hecha; falta
que la teoría aterrice
en los campus

¿En qué ha quedado la modernización prometida? O sea, menos estudiantes por aula, mayor seguimiento del aprendizaje de los alumnos, y charlas, y conferencias, y prácticas, y evaluaciones continuas… Los expertos consultados coinciden en que la adaptación de los títulos, la parte más burocrática del proceso, ha sido muy farragosa, pero prácticamente está en marcha a nivel nacional. El reto ahora es que la teoría aterrice en los campus. “Bolonia pretende el aprendizaje continuo, y para realizarlo se necesitan grupos reducidos, pero con los recortes en los presupuestos eso se ha roto, el ratio de alumnos por profesor ha crecido”, matiza el vicerrector de política universitaria de la Universidad Politécnica de Cataluña, Sisco Vallverdú. En este centro, también público, dedicado a las ingenierías, arquitectura y ciencias básicas, el objetivo era dejar, por ejemplo, en 60 alumnos por profesor las clases teóricas para los aspirantes a ingenieros; 30 personas para resolución de problemas matemáticos, y 15 para trabajos prácticos, pero ahora ese ratio prácticamente se ha duplicado. Y no es por falta de ganas del profesorado. “La mayoría cree que este proceso es mejor, pero con el tiempo se va degradando porque significa una dedicación muy grande”, señala Vallverdú.

Un rector reconoce que aún no existe evaluación continua, aunque debería

Palomar, de la Universidad de Alicante, coincide con esta lectura: “No se pueden cumplir las garantías de Bolonia de asegurar las competencias de los estudiantes por la reducción de personal. La Comunidad Valenciana ha acumulado una deuda de cerca de 800 millones de euros en educación superior en los últimos cinco años. No ha habido descenso de alumnos, ni evaluación continua ni tutorías; sin embargo, hay más carga docente en detrimento de la labor investigadora”.

Ese ritmo es diferente en los centros privados, pues uno de sus principales reclamos ha sido precisamente meter a pocos alumnos en clase y acercar a sus estudiantes a la empresa. La Universidad Europea de Madrid ha dado incluso un paso más en este sentido, con su título Laureate Professional Assesment, “que aporta los resultados de una evaluación externa de competencias como la comunicación, el liderazgo, el trabajo en equipo, la adaptación al cambio, la solución de problemas, la planificación o el emprendimiento, que resultan esenciales en el mercado laboral”, comentan en este centro. Para el secretario general de la Universidad a Distancia de Madrid (Udima), Eugenio Lanzadera, “a la universidad privada le viene muy bien Bolonia, ya que por definición presta una mayor atención y hace un mayor seguimiento de los alumnos”.

Las privadas atraen con prácticas en empresas y menos alumnos por aula

Sin embargo, esa cualidad de emprender que tanto se promueve ahora en España es otra de las quejas de la universidad pública respecto a Bolonia, cuya última aspiración era “empezar a trabajar de forma distinta para aumentar la competitividad europea respecto a Estados Unidos”. “Se comprobó que los estudiantes de ese país entran en el mercado laboral dos años antes que los europeos, a los 21 en lugar de a los 23 en el Viejo Continente, y tienen más espíritu emprendedor que con el modelo europeo, muy académico y muy bueno, inspirado en la tradición francesa, pero demasiado teórico”, apunta Vallverdú.

La paradoja que Bolonia ha hecho evidente es que en vez de acortar el paso de los alumnos por la universidad, clave para favorecer su movilidad en Europa, “el planteamiento se ha ido torciendo al añadir el máster, de entre uno y dos años”. Hasta la entrada del espacio europeo de educación, en licenciaturas como Arquitectura había que contar cinco años más uno de proyecto de fin de carrera. Ahora hay que estar un año más en las aulas. A ello se añade la presión de cursar un máster en algunos grados como Ingeniería, ya que sin él no hay título oficial. “Los estudiantes pensarán que sin cursarlo perderán oportunidades laborales, con lo cual tenderán a realizarlo, alargando sus estudios”, concluye este experto.

El máster para titularse discriminará económicamente

La pregunta ahora para los responsables de los centros públicos es cuántos alumnos que actualmente salen de las aulas cursarán un posgrado, con las brasas de la crisis aún calientes y el poco halagüeño mercado laboral que les espera. “En los grados técnicos, la industria ayuda muy poco a absorber los estudiantes que salen de la universidad y muchos centros han concentrado su oferta de másteres por la escasa demanda de algunas titulaciones”. Los expertos reconocen, además, que ese año o dos años adicionales discriminará a los estudiantes según su capacidad económica para costeárselos.

Además, el aumento generalizado de las tasas universitarias, que marcan las comunidades autónomas, ha dado como resultado situaciones algo surrealistas, como que algunos estudiantes prefieran cursar su grado en Helsinki, donde la universidad es gratuita, antes que desplazarse a otra ciudad española, donde a la manutención y el alojamiento hay que sumar el coste de los estudios. “El intercambio entre países es importante y se está produciendo, es elevado. La movilidad ya está teniendo lugar, ahora habrá que ver cuántos estudiantes extranjeros quieren venir a las universidades españolas, que muchas veces son más caras que las de fuera”, comenta Vallverdú.

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