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OBITUARIO

Jean Oury, renovador de la psicoterapia

Quiso devolver la humanidad a los enfermos mentales y abogó por darles autonomía en los hospitales

Jean Oury, en 1980.
Jean Oury, en 1980.MARCELLO MENCARINI (LEEMAGE)

Francia celebra estos días la vida fecunda de un hombre que, en su bendita locura, quiso devolver la humanidad a los enfermos mentales y hacerlos corresponsables —en la medida de sus facultades— de su esquivo bienestar. Se llamaba Jean Oury y nació el 5 de marzo de 1924 en La Garenne-Colombes, en la periferia de París. Pero España debería también honrar su memoria, porque su principal maestro fue el psiquiatra catalán Francesc Tosquelles, discípulo a su vez de Emilio Mira y López, titular de la primera cátedra de Psiquiatría española.

El gran proyecto vital de Oury, el que representó su forma de entender la psiquiatría y el psicoanálisis, fue la clínica de Cour-Cheverny, más conocida como La Borde y situada a 180 kilómetros de París. El psicoanalista, miembro de la Escuela Freudiana de París fundada por su maestro Jacques Lacan (les unieron 20 años de terapia), creó el establecimiento en 1953 y reclutó como director adjunto al también psicoanalista y filósofo Félix Guattari (1930-1992).

Oswaldo Muñoz —pluma exquisita— visitó el centro en calidad de escritor en 1992 y lo describió para este diario como “un auténtico falansterio, armonioso e irreal (…), cuyos enfermos se benefician de una experiencia única y de una autonomía inconcebible dentro del marco hospitalario convencional”.

Oury buscaba acoger a los pacientes en un entorno abierto, acabar con el aislamiento concentracionista, evitar el recurso a las terapias agresivas e introducir la autogestión en la práctica psiquiátrica. Así lo hizo durante 60 años hasta que el pasado 15 de mayo, enfermo de un cáncer de páncreas, falleció en la misma localidad donde levantó su clínica-utopía, y donde en 1992 murió también su discípulo, Guattari. Quien, por cierto, le dijo a Muñoz que La Borde no fue heredera de la antipsiquiatría de los años setenta, sino de la “psicoterapia institucional” desarrollada por Tosquelles: “Nuestro objetivo consiste en crear un ambiente de relación y de responsabilidad entre los enfermos y el personal sanitario que provoque una apertura al mundo exterior”.

En la mesa de trabajo de Oury figuraba una escultura de Don Quijote, símbolo de su lucha contra las ideas recibidas acerca de la psiquiatría institucional. “Tuvimos problemas desde el inicio”, dijo Oury en cierta ocasión. Y tanto. Sacó literalmente a sus pacientes del hospital de Saumery, descontento con la Administración, y acabó estableciéndose en el castillo en ruinas de La Borde. Más tarde, una inspectora visitó el lugar y concluyó: “Sí, no está mal. Es un entorno para vivir, pero no es un entorno para sanar”.

Lo que esa inspectora no entendió entonces es que Oury pretendía sanear el entorno para mejorar la calidad de vida y la salud de sus pacientes. Fue una idea aprendida de su mentor durante su estancia en un hospital psiquiátrico, como explicaba en una entrevista publicada en 2012 por el diario La Croix: “En 1947, después de mi etapa de internista, llegué al hospital de Saint-Alban, que había conocido una profunda transformación bajo la influencia del psiquiatra François Tosquelles, refugiado catalán [exiliado del franquismo en Francia]. Éste creía que, para curar a los enfermos, lo primero que había que hacer era sanar el hospital. Si no, el entorno hospitalario se convierte en algo nocivo”.

Para llevar a cabo esa tarea, Oury puso en marcha en La Borde una serie de propuestas renovadoras que incluían la participación de los internos en la toma de decisiones, la celebración de asambleas, la promoción del arte y el teatro, la ausencia de camisas de fuerza y espacios cerrados y lo que él llamaba el “respeto al enigma” o la opacidad del individuo en un contexto terapéutico.

Oury fue también un intelectual que frecuentó, además de a Lacan y a Guattari, a Antonin Artaud, Gilles Deleuze y Jean Renoir. Fue autor de una veintena de ensayos, entre ellos Psiquiatría y psicoterapia institucional, La alineación, La psicosis, la muerte, la institución, El colectivo y A qué hora pasa el tren. Conversaciones sobre la locura. Su práctica clínica quedó reflejada notablemente en el documental La moindre des choses (1997) de Nicolas Philibert.

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