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Un tratamiento inusual, caro y solo indicado en algunos tipos de tumor

La radioterapia de protones que los King quieren administrar a su hijo en contra del criterio médico es menos invasiva, pero no sirve para todos los casos

Elena G. Sevillano

El caso de Ashya King, el niño de cinco años con un tumor cerebral al que sus padres sacaron de un hospital de Southampton (Reino Unido) sin el consentimiento de los médicos, aún presenta muchas incógnitas. Según la versión de los King, decidieron llevárselo del hospital para administrarle en otro lugar un tratamiento distinto al que sus oncólogos habían prescrito: la radioterapia de protones. Un tratamiento aún poco común, muy caro y que solo está indicado en algunos tipos de tumor, sobre todo en los que se localizan cerca de estructuras u órganos muy sensibles, como el tronco cerebral, el nervio óptico o la médula.

La ventaja de la radioterapia de protones frente a la de fotones (la convencional, que se usa en la gran mayoría de los casos) radica en que los primeros son capaces de llegar al tumor con mayor precisión y sin dañar los tejidos o los órganos sanos que lo rodean. Los fotones, en cambio, “atraviesan al paciente”, de modo que los tejidos circundantes también reciben radiación, explica Graciela García, oncóloga radioterápica del Instituto Madrileño de Oncología. Esta técnica, sin embargo, solo está indicada en casos muy concretos: “Suelen ser tumores pequeños y localizados, y es raro que se use después de la cirugía”.

Por lo que se sabe del caso a través de las declaraciones del padre, el niño fue operado de un meduloblastoma en Southampton y sus oncólogos indicaron tratarle después con radioterapia y quimioterapia, algo con lo que los padres no estaban de acuerdo por considerar estas técnicas demasiado agresivas.

El meduloblastoma es una forma de cáncer infantil infrecuente aunque no raro, explica Ana Mañas, portavoz de la Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR), y que se trata habitualmente con quimioterapia y radioterapia de fotones. “Estamos muy habituados a tratar estos casos con radioterapia convencional y, a diferencia de lo que ha dicho el padre, que su hijo iba a quedar postrado en una cama si se le administraba, nuestra experiencia es que estos pacientes viven cuando se curan muchos años sin secuelas o con secuelas compatibles con una vida normal”, añade.

Ni en España ni en Portugal existe una instalación de este tipo, que sí se encuentra en la mayoría de países europeos. “Son unos aparatos enormes que ocupan grandes zonas de terreno. No se pueden instalar dentro de un hospital como se hace por ejemplo con un acelerador lineal”, explica García. Mañas añade que se trata de equipos muy costosos, tanto en su instalación (entre 140 y 170 millones de euros), como en su mantenimiento posterior, que requiere de ingenieros y otro personal especializado. La sanidad pública española ha costeado este tratamiento, en Suiza y Francia —con un coste de entre 18.000 y 25.000 euros—, en algunos casos muy concretos, en los que los oncólogos han visto un beneficio claro.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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