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Abusos hasta el otro lado del mundo

Una comisión británica revela que menores de centros religiosos fueron obligados a emigrar a Australia, donde sufrieron vejaciones

Huérfanas británicas camino de Australia en 1948.
Huérfanas británicas camino de Australia en 1948.Ron Burton (Getty )

Un grupo de niños norirlandeses, a quienes se les ha pintado el rostro de negro en una burda parodia de los aborígenes, es obligado a “amenizar” la larga travesía del pasaje de un barco que se dirige a Australia en 1953. El humillante episodio ha sido rememorado esta semana por uno de sus protagonistas, hoy septuagenario, ante una comisión pública que investiga en Irlanda del Norte las vejaciones que sufrieron decenas de menores enviados a la antigua colonia con la promesa de que allí tendrían una vida mejor.

El nuevo destino de estos huérfanos o hijos de madres solteras, hasta entonces ingresados en instituciones religiosas, acabó traduciéndose en los mismos o peores abusos físicos, sexuales y emocionales que ya habían conocido antes en su tierra natal.

El traslado forzoso de esos críos, algunos de sólo 5 años, a lugares tan remotos como el oeste australiano forma parte del relato que un panel de juristas establecido en Banbridge (localidad cercana a Belfast) intenta reconstruir sobre décadas de maltrato infantil en centros de acogida estatales y regentados por la iglesia en Irlanda del Norte. La investigación, la mayor de esa naturaleza acometida hasta la fecha en el Reino Unido, se centra en los abusos registrados en esos recintos locales entre 1922 y 1995, pero también ha querido dar voz a quienes en su niñez fueron convertidos en inmigrantes forzosos en el otro lado del mundo.

En algunos casos eran huérfanos. En otros, hijos de madres solteras a quienes se les dijo que no tenían ningún otro familiar para que no intentaran escapar, como explicó uno de los sesenta y seis ancianos que desde el lunes han venido desgranando sus historias ante la comisión, en persona, por escrito o vía correo electrónico. Todos han pedido que se preserve su identidad. La mayoría vivían ingresados en condiciones de maltrato en cuatro instituciones norirlandesas dirigidas por la orden católica de las Hermanas de Nazaret en Belfast, y sobre todo el condado de Derry, cuando fueron enviados a Australia. Los abusos de toda índole se multiplicaron en los nuevos centros. “Después de mi experiencia en Bindoon (población del occidente australiano), el antiguo centro de Termonbacca, en Derry, me parecía un campamento de vacaciones”, relató otro de los testigos, hoy un militar retirado de la Fuerza Aérea Australiana.

Su terrible historia es el producto de una política gubernamental establecida al finalizar la II Guerra Mundial, y que en Irlanda del Norte se prolongó al menos durante diez años (1946-1956), para transportar remesas de niños hacia una tierra en creciente desarrollo que reclamaba sangre nueva y rostros blancos. En el resto del Reino Unido, se estima que entre 7.000 y 11.000 menores fueron deportados a Australia y otras ex colonias en un periodo más dilatado y bajo el lema “el niño, el mejor inmigrante”. Hace sólo cinco años, el Gobierno de Canberra emitió una disculpa pública por los abusos de los que fueron objeto, incluida su conversión en mano de obra infantil, pero las autoridades británicas no han hecho ningún amago para recuperar la memoria de ese vergonzoso capítulo.

La comisión de Banbridge (Historical Institutional Abuse Inquiry) ha conseguido localizar a 131 de las víctimas norirlandesas, una labor compleja por la falta en muchos casos de registros de la época. Los testimonios recabados se incluirán en el informe que el panel debe presentar al gobierno autonómico de Belfast en 2016 —aunque ha pedido que se extienda el plazo un año más— bajo la promesa de su presidente, el juez Anthony Hart, de que “no serán barridos bajo la alfombra”. Su única potestad, sin embargo, es la de transmitirlos a las autoridades australianas.

A lo largo de las sesiones, Hart se ha mostrado especialmente conmovido por el impacto que una larga singladura de abusos ha tenido en la vida de los afectados. Uno de ellos admitió que, en la vida adulta, “no tenía idea de cómo criar a mis hijos, ni siquiera de cómo abrazarlos y darles cariño. Realmente, no sé lo que es el amor”.

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