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El bosque donde el tiempo se para

El monteverde o laurisilva es una reliquia del periodo terciario que sobrevive en las islas Canarias. En él se encuentra el mayor número de endemismos de la Unión Europea

Fantasmagórico y mágico, con árboles inmensos cubiertos de líquenes, musgos y helechos gigantes, así era el bosque subtropical que tapizaba toda la cuenca mediterránea y el norte de África en el terciario, hace 20 millones de años. Las glaciaciones del cuaternario y el avance del desierto lo acorralaron hasta casi su desaparición. Casi. Una pequeña parte se agazapó en algunos reductos de las islas de la Macaronesia, en los archipiélagos de Canarias, Azores, Madeira y Cabo Verde, al abrigo del océano, donde encontró las condiciones óptimas de humedad y unas temperaturas templadas.

Las islas Canarias tienen el privilegio de contar con la mayor masa de esta reliquia de tiempos pasados. Bautizado como monteverde o laurisilva (bosque de laureles), es el ecosistema de la Unión Europea con mayor número de endemismos, debido al aislamiento de las islas, que hace muy esporádico el cruce con elementos del continente.

La lluvia horizontal que provoca la bruma es vital para su existencia

Tras sortear los embates del clima, el monteverde se topó con el hombre. Un encuentro del que salió muy malparado. Desaparecieron miles de hectáreas arrasadas por la agricultura, la ganadería y el aprovechamiento maderero. En la actualidad apenas perviven unas 20.000 hectáreas, el 20% de las 90.000 que se calcula que existían cuando arribaron a sus costas los primeros pobladores. La peor época llegó tras la conquista castellana en el siglo XV. El destrozo en Gran Canaria fue tremendo. A mediados del siglo XX solo quedaba un 1% de las 18.000 hectáreas que conformaban su selva primitiva. En otras islas menos pobladas, como La Gomera o La Palma, el retroceso fue menor. La laurisilva goza ahora de un merecido respiro, propiciado por el abandono del campo y el desarrollo de políticas de repoblación.

"Pequeño, muy pequeño, así te sientes cuando entras en un bosque de laurisilva. Es impresionante", describe Manuel Nogales, investigador del Instituto de Producciones Naturales y de Agrobiología. Más que pequeño, diminuto, porque en las zonas de mayor humedad y umbría, donde más inciden las brumas, crecen árboles que pueden superar los 30 metros, rodeados de helechos gigantes. Es la laurisilva húmeda, donde abundan especies como el tilo, el barbusano y el viñátigo, que ocupa las llanuras o los fondos de barranco.

El paisaje forestal cambia según se pierde la humedad y a lo largo de crestas, más castigadas por el viento, se extienden misteriosos bosques. En la flora se dan fenómenos de gigantismo, una característica propia de la evolución de las islas, que provoca el desarrollo de especies de gran tamaño cuyos parientes continentales, de los que se originaron, tienen porte de hierbas. Los árboles, de unas 20 especies, se asemejan al laurel, de ahí el nombre de laurisilva, aunque no son todos de la misma familia.

La captación de agua en las zonas más húmedas del bosque es vital para su existencia. A la lluvia normal (la vertical) se une la precipitación horizontal, provocada por la niebla que traen los vientos alisios y que vista desde lejos se asemeja a un espectacular mar de nubes que cae por las laderas de la montaña. La bruma está formada por pequeñas gotas de agua que al unirse forman otras mayores que resbalan por las hojas y troncos.

Gracias al fenómeno de la lluvia horizontal se duplica y hasta triplica la captación de agua. Los pluviómetros instalados en la laurisilva de Tenerife confirmaron que si habitualmente se recogen entre 700 y 1.000 litros por metro cuadrado al año, con la precipitación horizontal se alcanza una media de entre 1.400 y 2.000 litros por metro cuadrado. "Puedes ir por una carretera seca y si te metes debajo de los árboles, empieza a llover", relata Ángel Fernández, director conservador del parque de Garajonay, situado en la parte alta de La Gomera. La web del parque recomienda al visitante pertrecharse con un impermeable.

Garajonay guarda la mejor representación de este ecosistema de todas las islas, no por su extensión de 4.602 hectáreas, sino por ser una superficie sin fragmentar y con árboles de grandes dimensiones. La Palma conserva 5.242 hectáreas (el Canal y Los Tilos); en Tenerife quedan dos reductos separados de 4.027 hectáreas (los parques naturales de Anaga y Teno); en Gran Canaria, una superficie testimonial de 100 hectáreas, que ha aumentado a 600 con las repoblaciones, y en El Hierro, 2.445 hectáreas, estas poco evolucionadas por ser una isla más joven.

"El bosque en Garajonay se conserva mejor por las características peculiares de la isla y su historia. La primera oleada de destrucción, con los cultivos de caña de azúcar, se paró en la zona más baja. Además, se cortaba un árbol de aquí y otro de allí, no todos a la vez como pasó en en la mayor parte de los bosques del archipiélago, por eso se conservan ejemplares muy viejos", explica Fernández. Hay viñátigos y tilos que están en torno a los 36 metros de altura, y el 86% de los árboles de laurisilva mayores de 60 centímetros de diámetro a la altura del pecho de toda la isla se encuentran en Garajonay. "¿Cuántos años tienen? Es complicado saberlo, porque los más longevos se pudren por dentro y se mantienen por fuera, lo que impide conocer su edad exacta, pero son centenarios", responde.

Entre la vegetación habitan sobre todo aves. Son vitales para la dispersión del bosque. El mirlo y las dos palomas endémicas de la laurisilva, la turqué y la rabiche, se tragan los frutos carnosos de los árboles y regurgitan las semillas intactas y limpias. Perfectas para germinar. Junto a los pájaros, multitud de insectos y muy pocos mamíferos, entre ellos cuatro especies de murciélagos. En Garajonay, la fauna invertebrada, no bien estudiada hasta el momento, supera las 1.000 especies, de las que 150 son endémicas del parque, una concentración por unidad de superficie que no se alcanza en ningún lugar de Europa.

A pesar de estar protegido, el bosque tiene problemas. Para el director del parque nacional, el principal peligro son los incendios, que se suelen originar fuera del parque, en zonas abandonadas cubiertas de matorrales muy inflamables, y la ganadería descontrolada. Especies introducidas como la rata gris y negra y el gato también afectan al monte al comerse semillas y huevos de aves.

Conservar y repoblar

El responsable de la Fundación Global Nature en Tenerife, Jose Luis Savoie, muestra con orgullo los ejemplares de sauces, viñátigos, madroños, entre otras especies propias de la laurisilva, con los que han repoblado 10 hectáreas. Han contado con la ayuda de la Sociedad Ornitológica y el Cabildo de Tenerife, y con la financiación de la Fundación Banco de Santander. "Lo más complicado es proyectar toda la operación, porque cada árbol tiene que ir en un lugar, dependiendo de la especie. Hay que tener en cuenta que hemos plantado 9.500 ejemplares", explica. Llegar a los emplazamientos tampoco fue sencillo: "Los técnicos han tenido que descolgarse con arneses por zonas más abruptas". Esta actuación es un ejemplo de la política actual de recuperación del monteverde que se sigue en las islas. En Tenerife, la idea es unir los dos únicos núcleos de laurisilva que existen, en Teno y Anaga. Pascual Gil, jefe de proyectos forestales del Cabildo de Tenerife, destaca entre las intervenciones que han llevado a cabo, la sustitución por especies autóctonas de 500 hectáreas de un pino americano que se plantaron en los años setenta.

En Gran Canaria, el monteverde que existe es testimonial. A las actividades ganaderas y agrícolas se ha sumado la apertura de pozos, siendo el territorio de España con mayor prospección por metro cuadrado. El nivel freático ha bajado de tal forma que las raíces de los tilos centenarios de Moya solo pueden captar agua cuando llueve. También desaparecieron las dos palomas endémicas, la rabiche y la turqué, que dispersan las semillas de estas formaciones boscosas. La consejera de Medio Ambiente, María del Mar Arévalo, explica que se están llevando a cabo labores de repoblación de especies y reintroducción de las palomas en tres espacios: Los Tilos de Moya (95 hectáreas), Azuaje (61), El Arezal (103) y el Barranco de Osorio (35,2).

La paciencia y perseverancia en las repoblaciones es fundamental. "La recuperación es lenta, tienen que pasar generaciones. Son procesos que no se van a poder completar en todos los sitios", advierte Ángel Fernández, director conservador del parque nacional de Garajonay, en La Gomera, lugar con el bosque mejor conservado.

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