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CAFÉ CON... PIERRE JOLIOT-CURIE

“Mi familia me motivó para ser bueno, pero no el mejor”

El biólogo y nieto de la primera premio Nobel cree que la competitividad en ciencia es destructiva

Pierre Joliot-Curie en la residencia del Embajador francés en Madrid.
Pierre Joliot-Curie en la residencia del Embajador francés en Madrid.Gorka Lejarcegi

Todo lo que le envuelve es grandeza. La residencia del embajador francés en España, un palacio de 1920 hermoso y atiborrado de lámparas, alfombras, cuadros, tapices. El peso de su apellido, Curie, la herencia de la única familia distinguida con cinco premios Nobel. Y un currículo de investigador de excelencia que cuenta, sin que falte uno solo, con los centros más reputados de Francia.

Pierre Joliot-Curie (París, 1932) es, sin embargo, un hombre de 80 años, pequeño y modesto. “Nunca he ganado un Nobel ni aspiro a ello”, afirma relajado el nieto de Pierre y Marie Curie e hijo de Fréderic e Irène Joliot-Curie, todos ellos galardonados con el más alto reconocimiento a la investigación científica. “Agradezco a mi familia que me haya transmitido el amor por la investigación y que me motivara a ser bueno, pero no el mejor”. Para Joliot-Curie, biólogo especializado en la fotosíntesis, la competitividad es destructiva. Él, que no se deja intimidar por los logros de sus antepasados, entiende la ciencia como un arte. El arte de hacer descubrimientos de fenómenos que se correspondan con la realidad. Para ello es imprescindible la imaginación, el riesgo y no temer al error. “Si hubiera vivido obsesionado con el Nobel, no habría sido tan feliz”, admite.

Junto a su esposa, Anne, Joliot-Curie vive una segunda juventud en su centro de trabajo, el Institut de Biologie Phisico-Chimique de París. “He tenido que esperar hasta los 70 años, cuando me jubilé, para volver a pasármelo como un niño”, exclama. Y lamenta que en los últimos años de su carrera, en la École Normale Supérieure de Lyon, el Centre National de Recherche Scientifique (medalla de oro en 1982) y el Collège de France, la carga de tareas administrativas le impidieran dedicarle más horas a indagar con libertad. Aunque admite que la investigación aplicada, “que da resultados muy rápidamente pero solo busca demostrar lo ya sabido”, es muy importante para mantener el ánimo del científico, Joliot-Curie insiste en que el objetivo tiene que ser descubrir lo desconocido. “Los temas de moda son, por definición, temas del pasado”, concluye.

Trabaja en pareja, con su esposa, igual que lo hicieron sus padres y abuelos, pero mantiene las distancias (Marie Curie, su abuela, fue la primera mujer en conseguir un Nobel y una de las pocas científicas que ha logrado dos, en 1903 y 1911). “Lo que tenemos en común es que combinamos dos personalidades opuestas. No puedo imaginar dos personas más distintas que Pierre y Marie Curie: él era un poeta de la ciencia. Ella, una luchadora. Su combinación fue extraordinaria”, relata. Su descubrimiento del radio le permitió, durante la I Guerra Mundial, diagnosticar a cientos de heridos en los llamados petit Curie, las primeras unidades de rayos X móviles de la historia, donde se hicieron miles de radiografías que facilitaron el trabajo a los cirujanos de los hospitales del frente.

Joliot-Curie recuerda su infancia como una época muy feliz. Sus padres llevaban la ciencia a casa, pero, a diferencia de su hermana, “que era una estudiante excelente”, el biólogo se define como una persona perezosa. “Siempre lo fui. Todavía hoy. No abrí el laboratorio porque quiera el bien para la sociedad, sino porque es lo que me divierte”, aclara, apasionado por su trabajo. Lo importante para él es la búsqueda, mantener viva la investigación. Citando a su abuela, recuerda: “La investigación es la última forma de aventura que le queda al hombre”.

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