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Sierra Leona teme que lo peor de la epidemia está aún por llegar

Algunos pacientes huyen tras el diagnóstico, lamenta una enfermera

José Naranjo
Cuatro voluntarios del personal sanitario entierran a una víctima del ébola en Sierra Leona.
Cuatro voluntarios del personal sanitario entierran a una víctima del ébola en Sierra Leona.REUTERS

Bajo un cielo que amenaza lluvia, Freetown se despereza como una ciudad fantasma. Las calles de la capital de Sierra Leona están prácticamente vacías. No se ve ni un solo vehículo privado. Sólo los coches de las ONG, los servicios médicos y los militares transitan a toda velocidad. El presidente de Sierra Leona, Ernest Bai Koroma, declaró el lunes “jornada de reflexión y oración” ante el virus del ébola. Y todos se lo han tomado muy en serio. El país va adquiriendo poco a poco conciencia de la amenaza a la que se enfrenta. Con 646 casos desde el pasado mes de abril y 273 muertos, no es para menos.

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En el aeropuerto, un médico recibe a todos los pasajeros con un termómetro. Antes hay que lavarse las manos con agua clorada. Esta es la imagen que más se repite en la ciudad: cubetas de agua para lavarse las manos en las puertas de bancos, tiendas, oficinas y hoteles. Y gente desinfectando con pequeñas sulfatadoras que cargan a la espalda. El miedo va en aumento. En el último mes se ha detectado una decena de casos en Freetown, entre ellos dos personas muertas, y las autoridades sanitarias temen que lo peor esté por llegar, que las cadenas de transmisión estén ocultas y que habrá más casos.

Mariama Fofana es de las pocas que se atreve a salir. “Nadie dice las cosas como son, mucha gente comenta que hay casas enteras en cuarentena. ¿Dónde están? ¿Por qué no informan?”, se lamenta esta mujer de 43 años. “Puedes estar hablando con alguien y ni siquiera saber que está enfermo”. Estos días se estrechan pocas manos en Sierra Leona. Se impone poco a poco el saludo a mano alzada o el choque de codos, sobre todo entre el personal sanitario. Y el sistema de salud se reorganiza lentamente para hacer frente a este desafío enorme.

La muerte a causa del ébola de Umar Khan, el médico que estaba al frente de la atención a los pacientes de esta enfermedad, ha sido un toque de atención para todos. La mayor parte del personal que trabajaba con él en el hospital de Kenema, en el interior del país, donde la enfermedad golpea con fuerza, ha abandonado su puesto de trabajo. Temen correr la misma suerte. Un equipo de la Cruz Roja Internacional, liderado por una nutrida representación española, aterrizó el lunes en Freetown con la intención de partir hacia Kenema y montar allí un hospital específico para el ébola.

En Freetown se estrechan pocas manos. Se impone el choque de codos

En el barrio de Aberdeen, Umaru Mohamed desafía a la reflexión ordenada por el presidente y vende tarjetas de teléfono. “Tenemos que vivir, todo no se puede parar por el ébola. Hay algo que huele mal en todo esto, no lo acabo de creer”, dice. Este es el reto de las autoridades sanitarias, concienciar a la gente de que el ébola, que para muchos es algo aún lejano o que ven en los periódicos, es real y puede aparecer cualquier momento. Y, sobre todo, que al menor síntoma hay que ir al hospital. “La mayoría de la población acude al médico tradicional, no se fían. Otros huyen cuando están diagnosticados, esto agrava las cosas”, explica Pino González, enfermera española de Médicos del Mundo, que está desarrollando un programa de sensibilización en el interior del país.

Superada la jornada de reflexión, Freetown retoma lentamente su ritmo cotidiano. Pero se empiezan a notar las otras consecuencias del ébola. Miles de extranjeros han abandonado el país, trabajadores de sociedades mineras, de ONG, etcétera. El turismo ha caído en picado, los inversores que tenían previsto venir para desarrollar algún proyecto han cancelado sus vuelos. “Hay un descenso general de la actividad, es increíble. Un ejemplo: de más de 100 habitaciones que hay en el hotel Radisson, sólo 17 están ocupadas. Los supermercados ya están notando cierto problema de abastecimiento. “Es un problema de confianza. Ahora dices Sierra Leona y la gente lo primero que piensa es ébola”, asegura John Silver, empresario británico que resiste contra viento y marea al frente de sus negocios.

De las 100 habitaciones del hotel Radison, solo 17 están ocupadas

Los controles militares se intensifican a medida que llegas a la zona caliente, en los distritos de Kailahun y Kenema. Se pretende restringir los movimientos de personas en un intento desesperado de cortar la expansión del virus. Pero no es sencillo. La población de Sierra Leona se mueve con intensidad y facilidad de un pueblo a otro. Siempre lo han hecho. Incluso más allá de sus fronteras, a Guinea y Liberia. Ahora se sienten también encerrados por una amenaza que no todos llegan a ver o entender.

En la puerta de un conocido hotel de Freetown, ahora sólo ocupado por voluntarios de una ONG, deambula Angela, una prostituta que ofrece sus servicios a cinco dólares (3,7 euros). “¿Y qué puedo hacer? Estos días apenas hay turistas y el ébola no da de comer”, masculla entre dientes.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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